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Shoghi Effendi : La Meta de Un Nuevo Orden Mundial

Nota de la versión: Traducción de la edición de E.B.I.L.A. de 1973.

LA META DE UN
NUEVO ORDEN MUNDIAL
Por
SHOGHI EFFENDI
Título en inglés:
The Goal of a New World Order

Es hacia esta meta -la meta de un nuevo Orden Mundial, Divino en su origen, omnímodo en sus alcances, equitativo en sus principios y desafiante en sus rasgos- por la que ha de bregar una humanidad hostigada.

PRÓLOGO

La Meta de un Nuevo Orden Mundial el título dado a una carta escrita el 28 de noviembre de 1931 en Haifa, Israel, pro Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá'í. Forma parte de un conjunto de mensajes de Shoghi Effendi publicados bajo el título de The World Order of Bahá'u'lláh. La guerra mencionada en esta carta es, desde luego, la Primera Guerra Mundial.

La comunicación iba dirigida a los adherentes a la Fe Bahá'í y su propósito original era el de profundizar la comprensión de aquellos sobre las fuerzas de providencia liberadas en esta era. No obstante, el análisis de las causas de la situación mundial en ese momento, la firme aseveración del verdadero resultado, su desafiante llamado a una fe consciente y su convicción acerca del espíritu vital de la regeneración humana tienen tanto vigor en la actualidad como en los primeros años de la década de 1930, cuando el mundo se hallaba sumido en una gran depresión y se habían sembrado las semillas para el estallido de un segundo conflicto mundial del que todavía no se ha recuperado.

''Los líderes religiosos, los representantes de las teorías políticas, los gobernantes de las instituciones humanas, que presencian actualmente con perplejidad y consternación el quebranto de sus ideas y la desintegración de sus obras, harían bien el volver su mirada hacia la Revelación de Bahá'u'lláh y en meditar sobre el Orden mundial, el cual, contenido en Sus enseñanzas, se yergue len e imperceptiblemente en medio del tumulto y del caos de la civilización actual'' (The World Order of Bahá'u'lláh).

La Fe Bahá'í es una religión nueva, independiente y universal, fundada en Persia en el siglo pasado por Bahá'u'lláh (la Gloria de Dios), que cumple las promesas de las religiones del pasado y cuya meta el la unificación de toda la humanidad.

LA META DE UN
NUEVO ORDEN MUNDIAL
Correligionarios de la fe de Bahá'u'lláh:

La marcha inexorable de los acontecimientos recientes ha llevado a la humanidad tan cerca de la meta anunciada pro Bahá'u'lláh, que ningún responsable seguidor de Su Fe, el contemplar por todas partes las penosas evidencias del sufrimiento del mundo, puede permanecer indiferente ante la idea de su inminente liberación.

No parecería inapropiado reflexionar, a la luz de las enseñanzas que Él legara al mundo, acerca de los acontecimientos que precipitaron el gradual surgimiento del Orden Mundial anticipado por Bahá'u'lláh, en estos momentos en que conmemoramos en todo el orbe la primera década de la repentina desaparición de 'Abdu'l-Bahá de nuestro medio (1).

Hace exactamente diez años, recorrió el mundo como un relámpago la noticia de la muerte de la única persona Quien , mediante la ennoblecedora influencia de Su amor, energía y sabiduría, hubiese servido de consuelo y apoyo a los muchos sufrimientos que el mundo habría de soportar.

Nosotros, el pequeño grupo de Sus reconocidos seguidores que sostenemos haber advertido la Luz que brillaba en Él, bien podemos todavía recordar Sus repetidas alusiones, en el ocaso de Su vida terrenal, a las penurias y la agitación con que sería progresivamente afligida una descarriada humanidad. Cuán agudamente algunos podemos recordar Sus fecundas observaciones, en presencia de los peregrinos y visitantes que atestaron Sus puertas el día de la jubilosa celebración que saludó el fin de la Guerra Mundial, guerra quem implicaba y las complicaciones que engendraba, estaba destinada a ejercer una enorme influencia en el destino de la humanidad. Con serenidad pero con vigor, Él destacó la cruel decepción que un Pacto, vitoreado por pueblos y naciones como la encarnación de la justicia triunfante y el infalible instrumento de una paz perdurable, le tenía reservada a una humanidad impenitente. A menudo Le oímos señalar: ''Paz, paz, proclaman incesantemente los labios de gobernantes y pueblos, mientras aún arde en sus corazones el fuego de odios inextinguidos''. A menudo Le oímos alzar Su voz, mientras el tumulto del entusiasmo triunfante de hallaba todavía en su apogeo y mucho antes de que pudieran sentirse expresarse los más leves recelos, para declarar sentirse o expresarse los mas leves recelos, para declarar confiadamente que el documento ensalzado como la Carta de una humanidad liberada contenía en su seno semillas de amarga decepción que esclavizarían aun más el mundo. ¡Qué numerosas son ahora las evidencias que atestiguan la lucidez de Su juicio infalible!

Diez años de agitación incesante, tan cargados de angustia, tan llenos de consecuencias incalculables para el futuro de la civilización, han llevado al mundo al borde de una catástrofe demasiado horrenda para ser contemplada. Triste es por cierto el contraste entre las manifestaciones de confiado entusiasmo a que se entregaron son reservas los plenipotenciarios en Versalles y el grito de abierta congoja que vencedores y vencidos por igual elevan en la hora de la amarga desilusión.

UN MUNDO HARTO DE GUERRAS

Ni la fuerza que reunieron los autores y fiadores de los Tratados de Paz, ni los elevados ideales que en un principio animaron al autor del Convenio de la Liga de Naciones, han demostrado ser baluarte suficiente contra las fuerzas de destrucción interna con que se ha visto constantemente atacada una estructura ideada de forma tan laboriosa. Ni las disposiciones del llamado acuerdo que buscaron imponer las potencias victoriosas, ni el mecanismo de una institución concebida por el ilustre y previsor presidente de los Estados unidos han demostrado ser, en su concepción o en la práctica, instrumentos adecuados para asegurar la integridad del Orden que bregaron por establecer.

"Los males que ahora aquejan al mundo se multiplicarán", escribía 'Abdu'l-Bahá en enero de 1920; "las tinieblas que lo envuelven se ahondarán. Los Balcanes continuarán disconformes. La inquietud habrá de aumentar. Las potencias derrotadas seguirán agitando. Apelarán a cualquier medida que pueda avivar las llamas de la guerra. Movimientos recientes y de alcance mundial harán todos los esfuerzos posibles para conseguir sus propósitos. El movimiento de la izquierda adquirirá gran importancia. Su influencia habrá de esparcirse".

Desde el momento en que fueron escritas esas palabras, la zozobra económica, junto con la confusión política, los trastornos financieros, la inquietud religiosa y la animosidad racial parecen haber conspirado para incrementar desmesuradamente la agobiante carga que padece un mundo empobrecido y harto de guerras. Tal ha sido el efecto acumulativo de estas crisis que suceden una tras otra con alarmante rapidez, que tiemblas los propios cimientos de la sociedad. Hacia cualquier continente que volvamos la mirada, en cualquier región, por remota que sea, a la que se extienda nuestro examen, veremos que el mundo se halla atacado por fuerzas que no puede explicar ni controlar.

Europa, hasta ahora considerada la cuna de una jactanciosa civilización, portadora de la antorcha de la libertad y móvil de las fuerzas de la industria y el comercio mundiales, se halla perpleja y paralizada ante el espectáculo de tan tremendo cataclismo. Ideales largamente acariciados en las esferas política y económica son puestos a prueba por la presión de fuerzas reaccionarias, por una parte, y de un radicalismo insidioso y persistente por otra. Desde el corazón de Asia, rumores distantes, ominosos e insistentes, presagian la firme embestida de un credo que, por su negación de Dios, de Sus Leyes y Principios, amenaza con destruir los cimientos de la sociedad humana. El clamor de un naciente nacionalismo, junto con el recrudecimiento del escepticismo y el descreimiento, son infortunios adicionales que llegan a un continente hasta ahora considerado símbolo de eterna estabilidad e inmutable resignación. Desde la oscura África pueden discernirse cada vez más las primeras sacudidas de una revuelta consciente y decidida contra los fines y métodos del imperialismo político y económico, aportando así su parte a las crecientes vicisitudes de una era turbulenta. Ni siquiera Estados Unidos, que hasta hace muy poco se enorgullecía de su política tradicional de aislamiento, del carácter suficiente de su economía, de la invulnerabilidad de sus instituciones y de las evidencias de su creciente prosperidad y prestigio, ha podido resistir los embates que lo han lanzado a la vorágine de un huracán económico que ahora amenaza con deteriorar la base de su vida industrial y económica. Hasta la lejana Australia, de la que se hubiera esperado quedara inmune a las desgracias y padecimientos de un continente enfermo, dada su lejanía de los borrascosos centros europeos, ha sido atrapada en este remolino de pasión y luchas, incapaz de desembarazarse de su engañosa influencia.

LOS SIGNOS DE CAOS INMINENTE

Nunca en verdad ha habido semejantes trastornos fundamentales tan difundidos, sea en lo social, en lo económico o en lo político de la actividad humana, como los que ahora existen en distintas partes del mundo. Nunca existieron tanta y tan variadas fuentes de peligro como las que ahora amenazan la estructura de la sociedad. Las siguientes palabras de Bahá'u'lláh son muy significativas si nos detenemos a reflexionar acerca del estado actual de un mundo en extraño desorden: "¿Hasta cuándo persistirá la humanidad en su descarrío? ¿Hasta cuándo continuará la injusticia? ¿Hasta cuándo agitará la discordia la faz de la sociedad? Los vientos de la desesperación, lamentablemente, soplan desde todas direcciones, y la contienda que divide y aflige a la raza humana crece día a día. Los signos de conclusiones y caos inminentes pueden discernirse ahora, por cuanto el orden prevaleciente resulta ser deplorablemente defectuoso".

La inquietante influencia de más de treinta millones de almas que viven en condiciones minoritarias en todo el continente europeo; el vasto y creciente ejército de desocupados con su influencia aplastante y desmoralizadora sobre gobiernos y pueblos; la perversa y desenfrenada carrera armamentista que devora una porción cada vez mayor de los bienes de naciones ya empobrecidas; la total desmoralización que se adueña progresivamente de los mercados financieros internacionales; la embestida de la secularización que invade lo que hasta ahora era considerado baluarte inexpugnable de la ortodoxia cristiana y musulmana; todos estos son los síntomas que se destacan como los más graves, como los que vaticinan males para la futura estabilidad de la estructura de la civilización moderna. No debe asombrarnos que uno de los más eminentes pensadores de Europa, famoso por su sabiduría y prudencia, se haya visto forzado a hacer una afirmación tan audaz: "El mundo está pasando por la crisis más grave de la civilización". Otro ha escrito: "Nos vemos ante una catástrofe mundial, o, quizás, ante el amanecer de una más grande era de verdad y sabiduría". Y agrega: "Es en momentos como estos cuando las religiones perecen y nacen".

¿Acaso no podemos ya advertir, al examinar el horizonte político, la instauración de esas fuerzas que otra vez dividen al continente europeo en grupos de combatientes potenciales, decididas a una contienda que puede señalar, a diferencia de la última guerra, el fin de una época, de una vasta época en la historia de la evolución humana? ¿Somos llamados nosotros, los privilegiados custodios de una Fe inapreciable, a presenciar un cambio catastrófico, políticamente tan fundamental y espiritualmente tan beneficioso como el que precipitó la caída del Imperio Romano de Occidente? ¿Acaso no podría suceder -bien podría reflexionar todo alerta seguidor de la Fe de Bahá'u'lláh- que de esta erupción mundial surgiesen fuerzas de una energía espiritual tal que evocasen, o, más aún, eclipsasen el esplendor de aquellas señales y maravillas que acompañaron al establecimiento de la Fe de Jesucristo? ¿Acaso no podría emerger de la agonía de un mundo tambaleante un renacimiento religioso de semejante alcance y poder que pueda trascender la potencia de aquellas fuerzas rectoras del mundo con que las Religiones del pasado consiguieron, en determinados períodos y de acuerdo con una inescrutable Sabiduría, revivir los destinos de edades y pueblos decadentes? ¿Acaso no podría, por sí misma, la ruina de esta actual y jactanciosa civilización materialista apartar las malezas que ahora impiden el desarrollo y el futuro florecimiento de la empeñosa Fe de Dios?

Que el propio Bahá'u'lláh derrame la luz de Sus palabras a nuestro paso, a medida que nos abrimos camino por los peligros y las miserias de esta era turbulenta. Hace más de cincuenta años (2), en una región (3) muy alejada aún de los males y de las desgracias que ahora atormentan el mundo, manaron de Su pluma estas proféticas palabras: "El mundo padece y su agitación aumenta día a día. Su rostro se ha vuelto hacia el descarrío y la incredulidad. Tal será su condición que exponerla ahora no sería aceptable ni correcto. Su perversidad continuará por largo tiempo. Y cuando llegue la hora señalada, aparecerá súbitamente aquello que hará temblar a los miembros del cuerpo de la humanidad. Entonces, y sólo entonces será desplegado el Estandarte Divino y el Ruiseñor del Paraíso gorjeará su melodía".

LA IMPOTENCIA DE LOS ESTADISTAS

¡Muy amados amigos! La humanidad, ya sea considerada a la luz de la conducta individual del hombre o de las relaciones existentes entre comunidades organizadas y naciones, lamentablemente se ha desviado muchísimo y ha sufrido una declinación demasiado grande como para ser redimida mediante los esfuerzos aislados de sus mejores gobernantes y estadistas, por muy desinteresados que sean sus motivos, por muy coordinada que sea su acción, por muy fervorosos que sean en su celo y devoción a su causa. Ningún esquema que todavía puedan diseñar los cálculos de los mayores estadistas; ninguna doctrina que se propongan desarrollar los más distinguidos exponentes de la teoría económica; ningún principio que puedan esforzar por inculcar los más fervientes moralistas suministrarán, en última instancia, los cimientos adecuados sobre los que ha de erigirse el futuro de un mundo aturdido.

Ninguna apelación a la tolerancia mutua que puedan hacer los que entienden las condiciones del mundo, no importa lo apremiante e insistente que sea, podrá calmar las pasiones o contribuir a restaurar el vigor. Ni tampoco ningún esquema general de mera cooperación internacional organizada, en cualquier sector de la actividad humana y por muy ingeniosa que sea su concepción o muy amplio su alcance, logrará erradicar la causa primera del mal que ha perturbado tan bruscamente el equilibrio de la sociedad actual. Ni siquiera, me atrevo a afirmar, la acción misma de inventar el mecanismo requerido para la unificación política y económica del mundo -principio sostenido cada vez más en los últimos tiempos- podrá por sí sola proveer el antídoto contra el veneno que progresivamente va minando el vigor de pueblos y naciones organizados.

¿Qué otra cosa podemos afirmar confiadamente que no sea abierta aceptación del Programa Divino enunciado por Bahá'u'lláh con tanta simpleza y fuerza hace sesenta años (4), el cual encarna en sus principios esenciales el esquema ordenado por Dios para la unificación de la humanidad en esta era, al que se agrega una férrea convicción de la infalible eficacia de todas y cada una de sus disposiciones; aceptación y convicción, las cuales serán finalmente capaces de resistir las fuerzas de desintegración interna; estas, de no ser frenadas, seguirán necesariamente carcomiendo las partes vitales de una sociedad desesperada? Es hacia esta meta -la meta de un nuevo Orden Mundial, Divino en su origen, omnímodo en sus alcances, equitativo en sus principios y desafiante en sus rasgos- por la que ha de bregar una humanidad hostigada.

Sería presuntuoso, aun de parte de los adeptos declarados a Su Fe, sostener que se han captado todas las inferencias del prodigioso esquema de Bahá'u'lláh para la solidaridad humana mundial, o que se ha comprendido su significación. Sería prematuro aun en una etapa tan avanzada de la evolución de la humanidad pretender vislumbrarlo en todas sus posibilidades, estimar sus beneficios futuros, imaginar su gloria.

LOS PRINCIPIOS RECTORES DEL ORDEN MUNDIAL

Todo lo que razonablemente podemos intentar es esforzarnos por lograr una vislumbre de los primeros rayos del Alba prometida que, en la plenitud del tiempo, habrá de ahuyentar las tinieblas que han rodeado a la humanidad. Todo lo que podemos hacer es señalar los que, en sus más amplios contornos, parecen ser los principios rectores que subyacen en el Orden Mundial de Bahá'u'lláh, desarrollados y enunciados por 'Abdu'l-Bahá, en Centro de Su Convenio con toda la humanidad, y Quien fuera designado Intérprete y Expositor de Su Palabra.

Que el desasosiego y sufrimiento que afectan a toda la humanidad son, en gran medida, consecuencias directas de la Guerra Mundial y atribuibles a la falta de discernimiento y a la miopía de los responsables de los Tratados de Paz es un hecho que sólo una mente prejuiciosa rehusaría admitir. Que las obligaciones financieras contraídas en el curso de la guerra, como asimismo la imposición de una agobiante carga de reparaciones sobre los vencidos han sido, en gran medida, las causas de la mala administración y del consiguiente déficit de las reservas mundiales de oro, lo que, a su vez y también en gran medida, ha acentuado la tremenda baja de precios y, en consecuencia, el aumento implacable de las cargas sobre los países empobrecidos, es algo que ninguna mente imparcial dejará de cuestionar. Que las deudas intergubernamentales han impuesto un gran esfuerzo al grueso de la población de Europa, rompieron el equilibrio de los presupuestos nacionales, mutilaron las industrias nacionales y han elevado el número de desocupados, no es menos evidente para un observador objetivo. Que el espíritu de venganza, de sospecha, de miedo y de rivalizar engendrado por la guerra, que las disposiciones de los Tratados de Paz ayudaron a perpetuar y fomentar, ha conducido a un enorme incremento en la competencia de armamentos nacionales, que el año pasado representó un gasto en conjunto de no menos de mil millones de libras, lo que a su vez ha acentuado los efectos de la depresión mundial, es una evidencia que hasta el observador más superficial habrá de admitir. Que un nacionalismo estrecho y brutal, reforzado por la teoría de posguerra sobre la autodeterminación, ha sido el principal responsable de la política de tarifas elevadas y prohibitivas, tan perjudiciales para el normal flujo del comercio internacional y para el mecanismo de las finanzas mundiales, es un hecho que pocos se atreverían a discutir.

Sin embargo, sería inútil sostener que la guerra, con todas las pérdidas que involucró, con las pasiones que despertó y con las injusticias que dejó tras de sí, ha sido la única responsable de la confusión sin precedentes en que se hallan inmersos en la actualidad casi todos los sectores del mundo civilizado. ¿No es un hecho -y esta es la idea central que deseo destacar- que la causa fundamental de esta inquietud mundial es atribuible, no tanto a las consecuencias de lo que tarde o temprano habrá de ser considerado el disloque transitorio de un mundo en continuo cambio, sino antes bien al fracaso de aquellos en cuyas manos se ha depositado el destino inmediato de pueblos y naciones, al no adaptar su sistema de instituciones económicas y políticas a las imperiosas necesidades de una era en rápida evolución? ¿Estas crisis intermitentes que convulsionan a la sociedad actual acaso no se deben principalmente a la lamentable incapacidad de los líderes reconocidos del mundo para comprender correctamente los signos de la época, para librarse de una vez por todas de sus preconceptos y credos encadenadores, para remodelar la maquinaria de sus respectivos gobiernos de acuerdo con las pautas ínsitas en la suprema declaración de Bahá'u'lláh para la Unidad de la Humanidad, rasgo principal y distintivo de la Fe por Él proclamada? Pues el principio de Unidad de la Humanidad, piedra fundamental del dominio omnímodo de Bahá'u'lláh, implica ni más ni menos que el cumplimiento de Su esquema de unificación del mundo, esquema al que ya nos hemos referido. "En toda Dispensación", escribe 'Abdu'l-Bahá, "la luz de la Guía Divina ha enfocado un tema central... En esta maravillosa Revelación, en este glorioso siglo, el fundamento de la Fe de Dios y el rasgo distintivo de Su Ley es la conciencia de Unidad de la Humanidad".

Muy patéticos son, por cierto, los esfuerzos de esos líderes de las instituciones humanas quienes, con total desprecio por el espíritu de la época, bregan por adaptar los procesos nacionales, apropiados a los antiguos días de naciones aisladas, a una época que debe, o lograr la unidad del mundo, tal como la esbozara Bahá'u'lláh, o perecer. En una hora tan crítica para la historia de la civilización corresponde a los líderes de todas las naciones del mundo, grandes o pequeñas, de Oriente o de Occidente, vencedoras o vencidas, prestar atención al toque de clarín de Bahá'u'lláh, e imbuidos por completo de un sentido de solidaridad mundial, condición sine qua non de lealtad a Su Causa, alzarse valientemente para lograr en su totalidad el único esquema reparador que Él, el Médico Divino, ha recetado para una humanidad doliente. Que descarten de una vez para siempre todo preconcepto, todo prejuicio nacional, y que presten atención al sublime consejo de 'Abdu'l-Bahá, autorizado Expositor de Sus enseñanzas. "Podrá usted servir mejor a su país", fue la réplica de 'Abdu'l-Bahá a un alto funcionario en ejercicio del gobierno federal de los Estados Unidos, quien Le había interrogado acerca de la mejor manera de estimular los intereses de su gobierno y de su pueblo, "si, en su condición de ciudadano del mundo, trata de colaborar en la eventual aplicación del principio de federalismo que subyace en el gobierno de su propio país a las relaciones existentes ahora entre pueblos y naciones del mundo".

En El Secreto de la Civilización Divina, destacada contribución de 'Abdu'l-Bahá a la futura reorganización del mundo, leemos lo siguiente:

"La verdadera civilización desplegará su estandarte en el propio corazón del mundo cuando cierto número de sus distinguidos y magnánimos soberanos -brillantes ejemplos de devoción y determinación- por el bien y la felicidad de toda la humanidad, se levanten con firme resolución y clara visión para establecer la Causa de la Paz Universal. Deberán convertir la Causa de la Paz en objeto de consultas generales, y tratar por todos los medios a su alcance de establecer la unión de las naciones del mundo. Deberán acordar un tratado valedero y establecer un convenio cuyas disposiciones serán firmes, inviolables y definitivas. Deberán proclamarlo a todo el mundo y obtener para él la sanción de toda la raza humana. Esta noble y suprema empresa -verdadera fuente de paz y bienestar para el mundo entero- deberá ser considerada como sagrada por todos los que habitan la Tierra. Las fuerzas de la humanidad habrán de movilizarse para asegurar la estabilidad y permanencia de este Máximo Convenio. En este omnímodo Pacto, los límites y fronteras de todas y cada una de las naciones quedarán claramente fijadas, los principios fundamentales de las relaciones entre los gobiernos se establecerán definitivamente y todos los acuerdos y obligaciones internacionales quedarán determinados. Asimismo, el número de armamentos de cada gobierno habrá de ser estrictamente limitado, porque si se permitiera aumentar las preparaciones para la guerra y las fuerzas militares de cualquier nación, ello despertaría sospechas de las otras. El principio fundamental que subyace en este solemne Pacto deberá ser tan firme que si algún gobierno violase cualquiera de sus disposiciones, los demás gobiernos de la Tierra deberán levantarse para reducirlo a completa sumisión; más aún, la raza humana en su totalidad decidirá, con todas las fuerzas a su alcance, abolir este gobierno. De aplicarse éste, el más grande de los remedios al cuerpo del mundo, sin duda se recuperará de sus males y permanecerá eternamente seguro y a salvo.

Unos pocos, sin advertir la facultad latente en el esfuerzo humano", señala Él, además, "consideran que esta cuestión es muy impracticable, más aún, que está fuera del alcance del máximo empeño del hombre. Sin embargo no es este el caso. Al contrario, en virtud de la infalible gracia de Dios, de la amorosa bondad de Sus favorecidos, del empeño sin igual de almas sabias y capaces, y de los pensamientos e ideas de incomparables líderes de esta era, absolutamente nada puede ser considerado como inalcanzable. Se necesita empeño, incesante empeño. Nada que no sea una indómita determinación conseguirá lograrlo. Muchas causas que en época anteriores se consideraban puramente ilusorias, actualmente se han convertido en algo muy sencillo y practicable. ¿Por qué esta grandiosa y elevada Causa -lucero del firmamento de la verdadera civilización y el origen de la gloria, del progreso, del bienestar y del éxito de toda la humanidad- ha de ser considerada imposible de lograr? Sin duda llegará el día en que su bella luz habrá de iluminar el concurso de los hombres".

LAS SIETE LUCES DE LA UNIDAD

En una de Sus Tablas, 'Abdu'l-Bahá, al explicar Su noble tema, revela lo siguiente:

"En épocas pasadas, aunque establecida la armonía, debido a la ausencia de medios la unidad de toda la humanidad no pudo lograrse. Los continentes permanecían totalmente divididos, e, incluso, entre los pueblos de un mismo continente la asociación y el intercambio de ideas eran casi imposibles. Por consiguiente, el intercambio, el entendimiento y la unidad entre los pueblos y congéneres de la Tierra eran inalcanzables. Sin embargo, en la actualidad, los medios de comunicación se han multiplicado y los cinco continentes de la Tierra se han fusionado virtualmente en uno solo... Igualmente, todos los miembros de la familia humana, ya sean pueblos o gobiernos, ciudades o aldeas, se han vuelto progresivamente interdependientes. La autosuficiencia no es ya posible para nadie, puesto que los lazos políticos unen a todos los pueblos y naciones, y día a día se estrechan los vínculos del comercio y la industria, de la agricultura y de la educación. Así, hoy día puede lograrse la unidad de toda la humanidad. Ciertamente esta no es sino una de las maravillas de esta era asombrosa, de este glorioso siglo. Las épocas pasadas se vieron privadas de ello, pues este siglo -el siglo de la luz- ha sido dotado de una gloria, un poder y entendimiento únicos y sin precedentes. De ahí el milagroso surgir de una nueva maravilla cada día. Al final se verá cuán brillantes arderán sus candelas en el concurso de los hombres.

Contemplad cómo esta luz se asoma ahora por el ensombrecido horizonte del mundo. La primera candela es la unidad en el campo político, cuyos destellos iniciales pueden ya distinguirse. La segunda candela es la unidad de pensamiento en emprendimientos mundiales, cuya consumación no tardará en presenciarse. La tercera candela es la unidad en libertad que sin duda habrá de acontecer. La cuarta candela es la unidad en religión, que es la piedra fundamental de la misma base, y que, mediante el poder de Dios, será revelada en todo su esplendor. La quinta candela es la unidad de las naciones -unidad que en este siglo quedará firmemente establecida y que hará que todos los habitantes del mundo se consideren ciudadanos de una patria común. La sexta candela es la unidad de las razas, que convierte a todos los que habitan la Tierra en pueblos y congéneres de una raza. La séptima candela es la unidad de lenguaje, esto es, la elección de una lengua universal en la que todos los pueblo serán educados y conversarán. Todas y cada una de éstas habrán de producirse inevitablemente, ya que el poderío del Reino de Dios ayudará y asistirá para su realización".

UN SUPER-ESTADO MUNDIAL

Hace más de sesenta años (5) en Su Tabla a la Reina Victoria, Bahá'u'lláh dirigiéndose al "concurso de gobernantes de la Tierra", reveló lo siguiente:

"Reuníos a deliberar, y que vuestro único interés sea lo que beneficie a la humanidad y mejore su condición... Considerad al mundo como el cuerpo humano que, aunque en el momento de su creación estaba completo y era perfecto, se ha visto afligido, por causas diversas, con graves trastornos y enfermedades. Ni un solo día logró alivio; no, más bien su dolencia se agravó, pues cayó en manos de médicos ignorantes que daban rienda suelta a sus deseos personales y han errado gravemente. Y si alguna vez, por el cuidado de un médico hábil, un miembro de aquel cuerpo sanaba, el resto seguía enfermo, como antes. Así os informa el Omnisciente, el Todo Sabio... Lo que el Señor ha ordenado como el supremo remedio y el más poderoso instrumento para la curación del mundo entero es la unión de todos sus pueblos en una Causa universal, en una Fe común. Esto de ningún modo puede lograrse excepto por el poder de un Médico hábil, todopoderoso e inspirado. Esto, ciertamente, es la verdad y todo lo demás no es sino error..."

En otro pasaje, Bahá'u'lláh agrega estas palabras:

"Vemos que aumentáis cada año vuestros gastos, y colocáis su carga sobre vuestros súbditos. Esto, verdaderamente, es total y gravemente injusto. Temed los suspiros y lágrimas de este Agraviado, y no coloquéis cargas excesivas sobre vuestros pueblos... Reconciliaos entre vosotros, para que no necesitéis más de armamentos salvo en la medida en que lo exija la protección de vuestros territorios y dominios... Manteneos unidos, oh reyes de la Tierra, pues con ello la tempestad de la discordia será acallada entre vosotros y vuestros pueblos encontrarán descanso. Si uno de entre vosotros tomare armas contra otro, levantaos todos contra él, pues esto no es sino justicia manifiesta".

¿Qué otra cosa podrían significar estas importantes palabras que no fuera una referencia a la inevitable reducción de las ilimitadas soberanías nacionales como requisito indispensable para la formación de la futura Mancomunidad de todas las naciones del mundo? Es necesario desarrollar cierta forma de Super-Estado mundial, a favor del cual todas las naciones del mundo voluntariamente habrán de ceder todo derecho a entrar en guerra, ciertos derechos a recaudar impuestos y todos los derechos a mantener armamentos, salvo con el propósito de mantener el orden interno dentro de sus respectivos dominios. Dicho estado habrá de incluir en su órbita a un Poder Ejecutivo Internacional con capacidad para hacer valer la autoridad suprema e indiscutible en todo miembro recalcitrante de la mancomunidad; un Parlamento Mundial cuyos miembros serán elegidos por el pueblo en sus respectivos países y cuya elección será confirmada por sus respectivos gobiernos; y un Tribunal Supremo cuyos dictámenes tendrán efectos obligatorios aun en los casos en que las partes interesadas no estén voluntariamente de acuerdo en someter la disputa a su consideración. Una comunidad mundial en la que todas las barreras económicas serán derribadas para siempre y en la que se reconocerá definitivamente la interdependencia del Capital y el Trabajo; en la que el clamor del fanatismo y el conflicto religioso será acallado para siempre; en la que será finalmente extinguida la llama de la animosidad racial; en la que un código único de derecho internacional -producto de un juicioso análisis de los representantes federados del mundo- será sancionado por la intervención instantánea y coercitiva de las fuerzas combinadas de las unidades federadas; y, finalmente, una comunidad mundial en la que el furor de un nacionalismo caprichoso y militante será trocado en una perdurable conciencia de ciudadanía mundial; así es como se presenta, en líneas generales, el Orden anticipado por Bahá'u'lláh, Orden que habrá de ser considerado el más hermoso fruto de una era en lenta maduración.

"El Tabernáculo de la unidad", proclama Bahá'u'lláh en Su mensaje a toda la humanidad, "ha sido levantado; no os miréis como extraños los unos a los otros... Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una sola rama... La Tierra es un solo país, y la humanidad, sus ciudadanos... Que ningún hombre se gloríe de que ama a su patria; que más bien se gloríe de que ama a sus semejantes".

LA UNIDAD EN DIVERSIDAD

Que no quede ningún recelo en cuanto al propósito que anima a la Ley mundial de Bahá'u'lláh. Lejos de tender a la subversión de los fundamentos actuales de la sociedad, trata de ampliar su base, de amoldar sus instituciones en consonancia con las necesidades de un mundo en constante cambio. No está en conflicto con compromisos legítimos ni socava lealtades esenciales. Su propósito no es ni sofocar la llama de un sano e inteligente patriotismo en el corazón del hombre, ni abolir el sistema de autonomía nacional tan esencial cuando se busca evitar los males de un excesivo centralismo. No ignora ni intenta suprimir la diversidad de orígenes étnicos, de climas, de historia, de idioma y de tradición, de pensamiento y de costumbres que distinguen a los pueblos y naciones del mundo. Insta a una lealtad más amplia, a un anhelo mayor que cualquiera que los que la raza humana ha sentido. Insiste en la subordinación de móviles e intereses nacionales a los imperativos reclamos de un mundo unificado. Repudia el centralismo excesivo por una parte, y rechaza todo intento de uniformidad por otra. Su consigna es la unidad en diversidad como El mismo 'Abdu'l-Bahá ha aclarado:

"Considerad las flores de un jardín. Aunque diferentes en clase, color y forma, sin embargo, puesto que son refrescadas por el agua de una misma fuente, reanimadas por el aliento de un mismo viento y vigorizadas por los rayos de un mismo sol, esta diversidad aumenta sus encantos y aporta a su belleza. ¡Qué desagradable para la vista si todas las flores y las plantas, las hojas y los capullos, los frutos, las ramas y los árboles de ese jardín fuesen todos de la misma forma y del mismo color! La diversidad de tonos y formas enriquece y adorna el jardín, y aumenta el encanto de éste. De modo similar, cuando las diversas maneras del pensamiento, del temperamento y del carácter son reunidas mediante el poder y la influencia de un organismo central, quedarán reveladas y se manifestarán la belleza y la gloria de la perfección humana. Nada que no sea el poderío celestial de la Palabra de Dios, que gobierna y trasciende las realidades de todas las cosas, es capaz de armonizar los diversos pensamientos, sentimientos, ideas y convicciones de los hijos del hombre".

El llamado de Bahá'u'lláh se dirige principalmente contra toda forma de localismo, contra toda estrechez y prejuicio. Si los ideales largamente acariciados y las instituciones largamente veneradas, si ciertas convenciones sociales y fórmulas religiosas han dejado de fomentar el bienestar de la mayoría de la humanidad, si ya no cubren las necesidades de una humanidad en continua evolución, que sean descartadas y que queden relegadas al lugar de las doctrinas obsoletas y olvidadas. ¿Por qué éstas, en un mundo sujeto a la inmutable ley del cambio y la decadencia, han de quedar eximidas del deterioro que necesariamente se apodera de toda institución humana? Porque las pautas legales, las teorías políticas y económicas han sido diseñadas sólo para proteger los intereses de la humanidad toda, y no para que la humanidad se vea crucificada por la conservación de la integridad de alguna ley o doctrina determinada.

EL PRINCIPIO DE UNIDAD

Que no haya ningún malentendido. El principio de Unidad de la Humanidad -pivote sobre el que giran todas las enseñanzas de Bahá'u'lláh- no es un mero estallido de sentimentalismo ignorante o una expresión de vaga y piadosa esperanza. Su llamado no debe ser simplemente identificado con un renacimiento del espíritu de hermandad y de buena voluntad entre los hombres, ni tampoco tiene el solo propósito de fomentar la cooperación armoniosa entre individuos y naciones. Su significación es más profunda, sus aspiraciones son mayores que las correspondientes a los Profetas del pasado. Su mensaje es aplicable no sólo al individuo sino que atañe principalmente a la naturaleza de aquellas relaciones esenciales que han de ligar a todos los Estados y naciones como a miembros de una familia humana. No constituye simplemente el enunciado de un ideal, sino que está inseparablemente vinculado a una institución apropiada para encarnar su verdad, para demostrar su validez y para perpetuar su influencia. Implica un cambio orgánico en la estructura de la sociedad actual, un cambio que todavía el mundo no ha experimentado. Constituye un desafío, audaz y universal a la vez, a las gastadas consignas de los credos nacionales, credos que han tenido su día y que, en el transcurso normal de los sucesos, modelado y controlado por la Providencia, deberán abrir paso a un nuevo evangelio, fundamentalmente diferente e infinitamente superior a lo que el mundo ha concebido hasta ahora. Requiere nada menos que la reconstrucción y la desmilitarización de todo el mundo civilizado, un mundo orgánicamente unificado en todos los aspectos esenciales de su vida, de su maquinaria política, de su anhelo espiritual, de su comercio y de sus finanzas, de su escritura y de su idioma, y aun así, infinito en la diversidad de las características nacionales de sus unidades federadas.

Representa la consumación de la evolución humana, evolución que ha tenido sus orígenes en el nacimiento de la vida familiar, su subsiguiente desarrollo en el logro de la solidaridad tribal, que llevó a su vez a la constitución de la ciudad-estado y que posteriormente se expandió en la institución de la nación independiente y soberana.

El principio de Unidad de la Humanidad, tal como lo proclamara Bahá'u'lláh, lleva consigo ni más ni menos que una solemne afirmación de que el logro de esa etapa final en esta estupenda evolución es no sólo necesario sino inevitable, que su concreción se aproxima rápidamente y que nada que no sea el poder nacido de Dios conseguirá establecerlo.

Tan maravillosa concepción halla sus primeras manifestaciones en los esfuerzos realizados a conciencia y en los modestos comienzos ya alcanzados por los declarados adherentes a la Fe de Bahá'u'lláh, los que, conscientes de los sublime de Su misión e iniciados en los ennoblecedores principios de Su Administración, bregan por establecer Su Reino en esta Tierra. Tiene su manifestación indirecta en la difusión gradual del espíritu de solidaridad mundial que se alza espontáneamente sobre el tumulto de una sociedad desorganizada.

Sería estimulante seguir la historia del crecimiento y desarrollo de esta elevada concepción que progresivamente ha de llamar la atención de quienes son custodios responsables de los destinos de pueblos y naciones. La concepción de solidaridad mundial parecía no sólo remota sino también inconcebible a los estados y principados que surgieron de las conmociones de la era napoleónica, estados cuya principal preocupación era recuperar sus derechos a una existencia independiente o alcanzar su unidad nacional. Sólo cuando las fuerzas del nacionalismo lograron derribar los cimientos de la Santa Alianza, la cual había intentado contener el creciente poderío de aquél, llegó a contemplarse seriamente la posibilidad de un orden mundial que trascendiera en su alcance las instituciones políticas establecidas por estas naciones. Sólo después de la Guerra Mundial, estos exponentes del nacionalismo arrogante comenzaron a ver en ese orden el objeto de una perniciosa doctrina que trataba de minar la lealtad esencial de la cual dependía la existencia continuada de su vida nacional. Con un vigor que recordaba la energía con que los miembros de la Santa Alianza trataron de sofocar el espíritu de un nacionalismo creciente entre los pueblos liberados del yugo napoleónico, estos campeones de la ilimitada soberanía nacional bregaron y siguen bregando a su vez por desprestigiar principios de los que, en última instancia, dependerá su propia salvación.

La enconada oposición que recibió el esquema del Protocolo de Ginebra, ahogado al nacer; el ridículo en que cayó la subsiguiente propuesta para formar los Estados Unidos de Europa y el fracaso del esquema general para la unión económica de Europa, todos estos parecerían ser reveses a los esfuerzos realizados por un puñado de fervorosos visionarios en pos de este noble ideal. Y así y todo, ¿no se justifica que encontremos renovados bríos al observar que la sola consideración de dichas propuestas es en sí misma una evidencia de su firme desarrollo en la mente y en el corazón del hombre? ¿Acaso no vemos, en los intentos organizados que se llevan a cabo para desprestigiar esta elevada concepción, la repetición en gran escala de esas luchas perturbadoras y las feroces controversias que precedieron el nacimiento de las naciones unificadas de Occidente y que ayudaron a su reconstrucción?

LA FEDERACIÓN DE LA HUMANIDAD

Pongamos un ejemplo. ¡Qué confiadas eran las afirmaciones emitidas antes de la unificación de los estados del continente norteamericano cuando se referían a las barreras infranqueables que cerraban el paso hacia su federación final! ¿No se declaraba amplia y enfáticamente que los intereses en conflicto, la desconfianza mutua y las diferencias de gobiernos y costumbres que dividían a los estados eran tales que ninguna fuerza, ya fuere espiritual o temporal, podría jamás lograr su armonía y su control? ¡Y, aún así, cuán diferentes eran las condiciones reinantes hace ciento cincuenta años de las que caracterizan a la sociedad actual! En realidad, no sería exagerado decir que la ausencia de esas facilidades que el progreso científico moderno ha puesto al servicio de la humanidad de nuestro tiempo ha convertido al problema de la fusión de los estados norteamericanos en una federación única, por similares que fueran algunas de sus tradiciones, en una tarea muchísimo más compleja que la que afronta una humanidad dividida en sus esfuerzos para lograr su unificación.

¿Quién sabe si, para que una concepción tan elevada tome cuerpo, no haya que infligir a la humanidad un sufrimiento más intenso que cualquiera de los que ya ha padecido? ¿Acaso algo menor que el fuego de una guerra civil con toda su violencia y sus vicisitudes -una guerra que casi desgarró a la gran república norteamericana- podría haber fusionado a los estados, no en una unión de partes independientes, sino en una nación, a pesar de todas las diferencias étnicas que caracterizaban a los componentes? Parece muy poco probable que una revolución tan fundamental, que involucra cambios de tan grande alcance en la estructura de la sociedad, pueda lograrse mediante el proceso ordinario de la diplomacia y de la educación. Sólo tenemos que volver nuestra mirada hacia la sangrienta historia de la humanidad para advertir que tan sólo una intensa agonía mental y física ha sido capaz de precipitar esos cambios trascendentales que constituyen los más grandes hitos en la historia de la civilización humana.

EL FUEGO DE LA AFLICCIÓN

Aunque esos cambios del pasado fueron grandiosos y de mucho alcance, no parecen ser, al contemplárselos en la perspectiva apropiada, sino ajustes subsidiarios que anticipan esa transformación de incomparable majestuosidad y trascendencia que ha de sufrir la humanidad en esta era. Lamentablemente, se hace cada vez más evidente que únicamente las fuerzas de una catástrofe mundial pueden precipitar esa nueva fase del pensamiento humano. Paulatinamente, los hechos futuros habrán de demostrar la verdad de que tan sólo el fuego de una severa aflicción, de intensidad inigualada, puede fusionar y unir las entidades discordantes que constituyen los elementos de la civilización actual en los componentes de la comunidad mundial del futuro.

La profética voz de Bahá'u'lláh advirtiendo, en los pasajes finales de Las Palabras Ocultas, "a los pueblos del mundo" que "una calamidad imprevista los sigue y que un penoso castigo les espera", arroja fantástica luz sobre los destinos inmediatos de una afligida humanidad. Nada que no sea un fiero tormento, del cual la humanidad surgirá purificada y preparada, logrará implantar ese sentido de responsabilidad que los líderes de una era naciente deberán asumir.

Dirijo nuevamente vuestra atención a las ominosas palabras que ya he citado: "Y cuando llegue la hora señalada, aparecerá súbitamente aquello que hará temblar a los miembros del cuerpo de la humanidad".

¿Acaso El Mismo 'Abdu'l-Bahá no afirmó en lenguaje inequívoco que "otra guerra, más cuenta que la anterior, indudablemente estallará"?

De la consumación de esta empresa colosal e inefablemente gloriosa -empresa que frustró los recursos de los estadistas romanos y que los desesperados esfuerzos de Napoleón no pudieron lograr- dependerá la realización final de ese milenio al que los poetas de todos los tiempos han cantado y con el cual los profetas han soñado tanto. De ella dependerá el cumplimiento de las profecías anunciadas por los antiguos Profetas en el sentido de que las espadas se convertirán en rejas de arado y el león y el cordero yacerán juntos. Sólo ella pueden introducir el Reino del Padre Celestial presagiado por la Fe de Jesucristo. Sólo ella puede echar los cimientos del Nuevo Orden Mundial vislumbrado por Bahá'u'lláh -Orden Mundial que habrá de reflejar, aunque débilmente, el inefable esplendor del Reino de Abhá sobre esta Tierra.

Una palabra más como conclusión. La proclamación de la Unidad de la Humanidad -piedra fundamental del dominio omnímodo de Bahá'u'lláh- no debe ser comparada bajo ninguna esperanza, pronunciadas en el pasado. El suyo no es meramente un llamado que Él profirió, solo y sin ayuda, frente a la oposición implacable y combinada de dos de los más poderosos potentados orientales de Su época, siendo Él un exiliado y prisionero en sus manos. Significa a la vez una advertencia y una promesa, una advertencia de que en él reside el único medio de salvación de un mundo en gran sufrimiento; una promesa de que su concreción está cercana.

Pronunciado en una época en que sus posibilidades todavía no habían sido seriamente contempladas en ningún lugar del mundo, mediante esa potencia celestial que le ha insuflado el Espíritu de Bahá'u'lláh, ha pasado a ser considerado finalmente, por un creciente número de hombres que piensan, no sólo como una posibilidad cercana sino como resultado necesario de las fuerzas que hoy actúan en el mundo.

EL PORTAVOZ DE DIOS

El mundo, comprimido y transformado en un único organismo altamente complejo por el maravilloso progreso alcanzado en el ámbito de las ciencias físicas, por la expansión mundial del comercio y la industria, y luchando bajo la presión de fuerzas económicas mundiales, entre los peligros de una civilización materialista, se encuentra sin duda en la urgente necesidad de un replanteo de la Verdad que subyace en todas las Revelaciones del pasado en un idioma acorde con sus requisitos esenciales. ¿Y qué otra voz que la de Bahá'u'lláh -el Portavoz de Dios en esta era- es capaz de efectuar una transformación tan radical de la sociedad como la que Él ya ha logrado en los corazones de esos hombres y mujeres, tan diversos y aparentemente irreconciliables, que constituyen el conjunto de Sus declarados seguidores en todo el mundo?

Que una concepción tan majestuosa brota con rapidez en la mente del hombre, que se alzan voces en su apoyo, que sus rasgos salientes han de cristalizar pronto en la conciencia de quienes tienen autoridad, son, ciertamente, cosas de las que pocos pueden dudar. Que sus modestos comienzos ya han tomado cuerpo en la Administración mundial, en la que están reunidos los adherentes a la Fe de Bahá'u'lláh, es un hecho que sólo quienes tengan el corazón corrompido por el prejuicio dejarán de advertir.

Nuestro, amados compañeros trabajadores, es el deber fundamental de continuar, con firme visión y con infatigable fervor, colaborando en la erección final de ese Edificio cuyos cimientos ha echado Bahá'u'lláh en nuestros corazones, adquiriendo renovada esperanza y fuerza del rumbo general de sucesos recientes, por oscuros que sean sus efectos inmediatos, y orando con incansable ardor para que Él pueda acelerar la realización de esa Maravillosa Visión que constituye la emanación más brillante de Su Mente y el más hermoso fruto de la más bella civilización que el mundo ha visto.

¿Podrá ser que el centésimo aniversario de la Declaración (6) de la Fe de Bahá'u'lláh señale el comienzo de una era tan vasta en la historia humana?

Vuestro verdadero hermano,
Shoghi
Akká, Israel
28 de noviembre de 1931
1 El 28 de noviembre de 1921
2 Escrito en 1931.
3 'Akká, Israel.
4 Escrito en 1931.
5 Escrito en 1931.

6 1863. La Casa Universal de Justicia, supremo cuerpo administrativo de la Fe Bahá'í, fue constituida en 1963 y está situada en el Centro Mundial Bahá'í, en Haifa, Israel.


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