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Shoghi Effendi : La Edad Dorada de la Causa de Bahá'u'lláh
LA EDAD DORADA DE LA
CAUSA DE Bahá'u'lláh

A los amados de Dios y a las siervas del Misericordioso residentes en los Estados Unidos y Canadá

Amigos y codefensores de la Fe de Bahá'u'lláh:

Significativos como han sido los cambios que recientemente han sorprendido a una humanidad en rápido despertar, en esta etapa transitoria de su ajetreada historia, la consolidación sostenida de las instituciones que los administradores de la Fe de Bahá'u'lláh se afanan, en todo país, por establecer debería resultar no menos destacada incluso para quienes están imperfectamente al tanto de los obstáculos que aquéllos deben superar o los magros recursos sobre los que pueden apoyarse.

Que una Fe que, sólo hace diez años, se viera tan gravemente sacudida por la súbita desaparición de un Maestro incomparable haya mantenido, frente a tremendos obstáculos, su unidad, haya resistido el asalto maligno de sus adversarios, haya silenciado a sus calumniadores, haya ampliado la base de su omnímoda administración y haya erigido sobre ella las instituciones que simbolizan sus ideales de adoración y servicio, debería considerarse prueba suficiente del poder invencible con el que el Todopoderoso ha escogido investirla desde el momento de su concepción.

Que la Causa asociada con el nombre de Bahá'u'lláh se nutre de estos ocultos veneros de poder celestial que ninguna fuerza de personalidad humana, cualquiera que sea su atractivo podría reemplazar, que el lecho sobre el que descansa es la Fuente con la que ninguna ventaja, fama o saber puede compararse; que se haya propagado merced a fuerzas misteriosas y en contraste con los criterios comúnmente aceptados por la generalidad de los hombres, será algo que, si no es ya palpable, resultará cada vez más evidente conforme ella avance hacia nuevas conquistas en su lucha por la regeneración espiritual de la humanidad.

A decir verdad, habiéndole faltado siempre el respaldo, los consejos y recursos de los sabios, los ricos y doctos de su tierra natal, ¿cómo podría haber hecho saltar las cadenas que la amarraban en la hora de su nacimiento, para luego alzarse indemne de las tormentas que sacudieron su infancia, de no haber sido porque el soplo animador procedía de ese espíritu que nace de Dios, y del que el triunfo, dondequiera y comoquiera que se busque, depende en última instancia?

No es preciso que recuerde, incluso en este breve esquema, los detalles desgarradores de la espantosa tragedia que señaló los dolores del nacimiento de nuestra amada Fe, vividos en una tierra famosa por su desmesurado fanatismo, su crasa ignorancia y su irrefrenable crueldad. Tampoco necesito explayarme sobre el valor, la fortaleza sublime, que desafió a los torturadores de esa raza, o recalcar el número, o subrayar la pureza de las vidas, de quienes murieron voluntariamente porque su Causa pudiera vivir y prosperar. Ni es necesario tampoco que me detenga en señalar la indignación que tales atrocidades suscitaron, y los sentimientos de admiración entregada que brotaron del corazón de hombres y mujeres que vivían en regiones lejanas de la escena donde se verificaron esos hechos inenarrables. Baste decir que sobre estos héroes de la tierra natal de Bahá'u'lláh se confirió el inestimable privilegio de sellar con su sangre los triunfos tempranos de su querida Fe, y de preparar el camino para la llegada de su victoria. En la sangre de los incontables mártires de Persia se halla la semilla de una Administración divinamente dispuesta, la cual, aunque trasplantada de su tierra nativa, retoña, con su amoroso esmero, para cobrar la forma de un nuevo orden destinado a resguardar a toda la humanidad.

La aportación de América a la Causa

Pues grandes como han sido los logros e inolvidables los servicios prestados en Persia por los pioneros de la edad heroica de la Causa, la aportación que en este agitado período de la historia están realizando sus descendientes espirituales, los creyentes americanos, los campeones de la estructura orgánica de la Causa, a fin de cumplir el Plan que debe inaugurar la edad dorada de la Causa, no es menos meritorio. Pocos, si es que los hay –me atrevo a afirmar– de entre los privilegiados custodios y modeladores de la constitución de la Fe de Bahá'u'lláh son incluso vagamente conscientes del papel preponderante que el continente norteamericano está destinado a desempeñar en la orientación futura de una Causa, la suya, que abarca al mundo. Ni tampoco hay un número apreciable de entre éstos que parezca suficientemente consciente del decisivo influjo que están ya ejerciendo en la dirección y gobiernos de sus asuntos.

“El continente de América –escribió ‘Abdu’l-Bahá en febrero de 1917– es a los ojos del Dios único y verdadero, la tierra donde los esplendores de Su luz, han de ser revelados, donde los misterios de Su Fe serán desvelados, donde el justo habitará, y los hombres libres se reunirán” .

Que los valedores de la Causa de Bahá'u'lláh, de todo el Canadá y Estados Unidos, están demostrando en mayor grado la verdad de esta solemne afirmación se hace evidente incluso al observador que vea de paso el historial de los múltiples servicios que ellos han rendido a título personal o en concierto. Las manifestaciones espontáneas de lealtad que marcaron la respuesta a los deseos expresados por el llorado Maestro; la generosidad con la que, en más de una ocasión, se han alzado a tender una mano auxiliadora a los necesitados y acosados de entre sus hermanos de Persia; el vigor con que han resistido los desvergonzados ataques que con frecuencia creciente han lanzado contra ellos los enemigos implacables de dentro y de fuera; el ejemplo que el cuerpo de sus representantes elegidos ha dado a sus Asambleas hermanas al modelar los instrumentos esenciales para el desempeño efectivo de sus obligaciones colectivas; la lograda intervención en favor de sus hermanos compañeros de trabajo de Rusia; el apoyo moral que han extendido a sus condiscípulos egipcios en una fase por demás crítica de su lucha por la emancipación de las cadenas de la ortodoxia islámica; los servicios históricos realizados por aquellos intrépidos pioneros que, fieles al llamamiento de ‘Abdu’l-Bahá, abandonaron sus hogares para plantar, en los rincones más alejados del globo, la enseña de Su Fe; y, por último aunque no por ello menos importante, la magnificencia de su sacrificio, cuya corona ha sido la culminación de la superestructura del Mashriqu’l-Adhkár; éstos son los logros más destacados; cada uno de ellos da testimonio del carácter indómito que la fe de Bahá'u'lláh ha alumbrado en sus corazones.

¿Quién al contemplar tan espléndida hoja de servicios puede dudar de que estos fieles servidores de la gracia redentora de Dios hayan preservado, sin divisiones ni estorbos, el patrimonio inapreciable que les había sido encomendado? ¿No han sido ellos –bien cabe preguntarse– quienes, por medios que los historiadores del futuro habrán de señalar, se han acercado a esos niveles que caracterizaron los actos de perenne memoria realizados por sus predecesores?

No será por los recursos materiales que los miembros de esta comunidad infante puedan convocar en su ayuda; no por la fuerza numérica de sus actuales valedores; no por los beneficios tangibles que sus fieles puedan conferir desde ahora a la multitud de los necesitados y desconsolados entre sus compatriotas, como deba probarse o determinarse la valía de sus potencialidades. En nada excepto en la pureza de sus preceptos, la sublimidad de sus criterios, la integridad de sus leyes, lo razonable de sus títulos, la amplitud de sus alcances, la universalidad de su programa, la flexibilidad de sus instituciones, las vidas de sus fundadores, el heroísmo de sus mártires y el poder transformador de su influjo, debería el observador desprejuiciado procurarse el criterio verdadero que le permitirá sondear sus misterios o aquilatar su virtud.

El declive del dominio mortal

¡Cuán injusto, cuán poco pertinente, aventurar cualquier comparación entre la lenta y gradual consolidación de la Fe proclamada por Bahá'u'lláh y esos movimientos de factura humana que, originándose en los deseos del hombre y con las esperanzas puestas en el dominio mortal, deben inevitablemente declinar y perecer! Surgidos de una mente finita, engendrados por la humana fantasía y a menudo producto de torcidos designios, tales movimientos, en razón de su novedad, su llamada a los instintos más bajos del hombre y su dependencia de los recursos de un mundo sórdido, logran aturdir los ojos de los hombres, sólo para estrellarse finalmente en una meteórica caída que ha de llevarles desde las alturas a las simas del olvido, disueltos por las mismas fuerzas que concurrieron a crearlos.

No hay tal en la Revelación de Bahá'u'lláh. Nacida en un entorno de atronadora degradación, surgida de una tierra inmersa en corrupciones, odios y prejuicios atávicos, impartidora de principios irreconciliables con las normas aceptadas de la época, y enfrentada desde el comienzo con la enemistad implacable del gobierno, la iglesia y el pueblo, esta naciente Fe de Dios ha logrado, en virtud de la potencia celestial que le ha sido infundida, emanciparse de las aplastantes cadenas del dominio islámico, proclamar la autosuficiencia de sus ideales y la integridad independiente de sus leyes, plantar su enseña en no menos de cuarenta de los países más avanzados del mundo, establecer puestos de vanguardia en tierras allende los más distantes océanos, consagrar los edificios religiosos en el corazón mismo de los continentes asiático y americano, inducir a dos de los más poderosos gobiernos del Occidente a ratificar los instrumentos esenciales de sus actividades administrativas, obtener de la realeza homenajes acordes a la excelencia de sus enseñanzas y, finalmente, en llevar sus quejas ante la atención de los representantes del más alto tribunal del mundo civilizado, y asegurar de sus miembros afirmaciones escritas que son equivalentes al reconocimiento tácito de su estatuto religioso y a una declaración expresa de la justicia de su causa.

Por circunscrito que su poder como fuerza social pueda aparecer, y por muy aparente que pueda representarse la ineficacia de su programa mundial, nosotros, quienes nos identificamos con su bendito nombre, no podemos sino maravillarnos de la medida de sus logros comparados con los modestas realizaciones que jalonaron el surgir de las Dispensaciones del pasado. ¿Dónde, sino en la Revelación de Bahá'u'lláh, podría el estudioso imparcial de las religiones comparadas citar casos en que re reclamen títulos tan portentosos como los presentados por el Autor de esa Fe, enemigos tan implacables como aquellos a los que debió hacer frente, una devoción más sublime que la que Él avivó, una vida tan azarosa y cautivadora como la que llevó? ¿Es que el cristianismo o el Islam, o cualquier Dispensación que les precediera, les ha ofrecido ejemplos de tal combinación de coraje y moderación, de poder y magnanimidad, de apertura de ánimo y lealtad, semejantes a los que han caracterizado la conducta de los héroes de la Fe de Bahá'u'lláh? ¿Dónde, si no, encontramos evidencias de una transformación tan rápida, completa y repentina como las experimentadas en sus vidas por los apóstoles del Báb? Pocos, son, en verdad, los casos que registran los anales autenticados de las religiones del pasado en que se compruebe una abnegación tan completa, una constancia tan firme, una magnanimidad tan sublime, una lealtad tan incondicional como la que atestiguó el carácter de ese puñado de almas inmortales que se identifica con esta Revelación Divina (¡la última y más convincente manifestación del amor y de la omnipotencia del Todopoderoso!).

Contraste con las religiones del pasado

En vano hemos de buscar en los registros de las primeras etapas de las religiones reconocidas del pasado en búsqueda de episodios tan conmovedores en sus detalles, tan abundosos en sus consecuencias, como los que iluminan las páginas de la historia de esta Fe. Las casi increíbles circunstancias que rodearon el martirio de aquel joven Príncipe de Gloria; las fuerzas de bárbara represión que dicha tragedia desató; las manifestaciones de heroísmo inigualable a que dio lugar; las exhortaciones y avisos que fluyeron de la pluma del Divino Prisionero en las epístolas que dirigió a los potentados de la Iglesia y a los monarcas y gobernantes del mundo; la lealtad impertérrita con que nuestros hermanos batallan en los países musulmanes contra las fuerzas de la ortodoxia religiosa; éstos son algunos de los rasgos señeros de lo que el mundo vendrá a reconocer como el mayor drama en la historia espiritual del mundo.

No necesito recordar, en este sentido, los desgraciados episodios que, según se reconoce, echaron a perder en no poca medida la historia temprana tanto del Judaísmo como del Islam. Ni es necesario que recalque el efecto dañino que acarrearon los excesos, las rivalidades y divisiones, los brotes fanáticos y los actos de ingratitud relacionados con el desarrollo temprano del pueblo de Israel y con la carrera militante de los pioneros despiadados de la Fe de Muhammad.

Bastará a mi propósito con llamar la atención sobre el gran número de quienes, en los primeros siglos de la era cristiana, “se granjearon una vida ignominiosa al traicionar las santas Escrituras poniéndolas en manos de los enemigos”, la escandalosa conducta de aquellos obispos que fueron tachados por ello de traidores, la discordia que sacudió a la Iglesia africana, la infiltración gradual dentro del cristianismo de la doctrina y principios del culto mitraico, de la escuela alejandrina de pensamiento, de los preceptos del zoroastrismo y de la filosofía griega, y la adopción por las iglesias de Grecia y Asia de instituciones de sínodos provinciales calcados de los consejos representativos de sus respectivos países.

¡Cuán grande fue la obstinación con que los conversos judíos entre los primeros cristianos se aferraron a las ceremonias de sus ancestros, y cuán ferviente su afán por imponérselas a los gentiles! ¿No fueron los primeros quince obispos de Jerusalén judíos circuncisos? ¿y la congregación que presidían no había unido las leyes de Moisés con la doctrina de Cristo? ¿No es un hecho que no más de una veinteava parte de los súbditos del Imperio Romano se habían enrolado bajo el pabellón de Cristo antes de la conversión de Constantino? ¿No fue la ruina del Templo en la ciudad de Jerusalén, y de la religión pública de los judíos sentida en lo más hondo por llamados nazarenos, quienes durante más de un siglo perseveraron en la práctica de la Ley mosaica?

¡Cuán llamativo el contraste cuando recordamos, a la luz de los hechos citados, el número de los seguidores de Bahá'u'lláh que, en Persia y los países colindantes, se alistaron en la época de Su Ascensión como defensores convencidos de Su Fe! ¡Cuán alentador comprobar la lealtad inquebrantable con que Sus valientes seguidores guardan la pureza e integridad de sus enseñanzas claras e inequívocas! ¡Cuán edificante el espectáculo de quienes batallan con las fuerzas de una ortodoxia firmemente atrincherada en lo que es una pugna por emanciparse de las cadenas de un credo gastado! ¡Cuán inspiradora la conducta de los seguidores musulmanes de Bahá'u'lláh quienes vieron, no con lamentos y apatía, sino con sentimientos de abierta satisfacción, el castigo merecido que el Todopoderoso infligió a las instituciones gemelas del sultanato y del califato, esas dos maquinarias del despotismo y enemigos jurados de la Causa de Dios!

El principio fundamental de la verdad religiosa

Que nadie, sin embargo, confunda mi propósito. La Revelación, de la que Bahá'u'lláh es fuente y centro, no abroga ninguna de las religiones que la han precedido ni pretende en lo más mínimo distorsionar sus rasgos o empequeñecer su valía. Reniega de cualquier intención que suponga rebaja de los Profetas del pasado, o mengua de las verdades eternas de sus enseñanzas. En modo alguno puede contrariar el espíritu que anima sus títulos, ni busca minar la base que sustenta la lealtad de persona alguna a su causa. Su fin declarado y primario es el de capacitar a cada creyentes de estos credos a obtener una comprensión más completa de la religión con la que se halla identificado, y a adquirir una comprensión más clara de su propósito. No es ecléctica en la presentación de sus verdades, ni arrogante en la afirmación de sus pretensiones. Sus enseñanzas giran en torno al principio fundamental de que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa, que la Revelación Divina es progresiva y no final. Sin equívocos y sin la menor reserva proclama que todas las religiones establecidas son de origen divino, idénticas en sus metas, complementarias en sus funciones, continuas en su propósito, indispensables en cuanto a su valor para la humanidad.

“Todos los Profetas de Dios –asegura Bahá'u'lláh en el Kitáb-i-Íqán– habitan el mismo tabernáculo, se remontan por el mismo cielo, se hallan sentados en el mismo trono, expresan el mismo discurso y proclaman la misma Fe”. Desde “el principio que no tiene principio”, estos Exponentes de la Unidad de Dios y Canales de Su incesante verbo han derramado sobre la humanidad la luz de la invisible Belleza, y continuarán, hasta “el fin que no tiene fin” impartiendo nuevas revelaciones de Su potencia y más experiencias de Su gloria inconcebible. Disputar alegando que cualquier religión concreta reviste carácter final, que “ha concluido toda Revelación, se han cerrado los portones de la misericordia Divina, no surgirá de nuevo el sol de entre las auroras de santidad eterna, se ha acallado para siempre el Océano de la munificencia de Dios desde el Tabernáculo de antigua gloria” sería equivalente a la mayor de las blasfemias.

“Sólo difieren –explica Bahá'u'lláh en la misma epístola– en la intensidad de su revelación y la relativa potencia de su luz”. Y ello no sólo en virtud de alguna capacidad inherente de ninguno de ellos para revelar una medida más cabal de la gloria del Mensaje que Les ha sido encomendado, sino más bien por causa de la inmadurez y falta de preparación de la edad en que Él ha vivido para aprehender y absorber las potencialidades todas latentes en dicha Fe.

“Sabe con certeza –explica Bahá'u'lláh– que en toda Dispensación la luz de la Revelación Divina ha sido derramada a los hombres en proporción directa a su capacidad espiritual. Repara en el sol. Cuán débiles son sus rayos en el momento en que se alza por el horizonte. Cómo se acrecientan gradualmente su calor y potencia conforme se acerca a su zenit, al par que en el entretanto capacita a todas las cosas creadas a adaptarse a la intensidad creciente de su luz. Cómo de forma constante declina hasta que alcanza su puesta. Si, de repente, fuera a manifestar las energías que laten dentro de sí, sin duda dañaría a todas las cosas creadas (…) De igual manera, si el Sol de la Verdad fuera a revelar repentinamente, en las primeras etapas de su manifestación, la plena medida de las potencias que la providencia del Todopoderoso le ha conferido, la tierra de la comprensión humana se consumiría y echaría a perder; pues los corazones de los hombres no podrían ni aguantar la intensidad de su revelación, ni serían capaces de reflejar el fulgor de su luz. Desfallecidos y arrollados, dejarían de existir”.

Es por esta razón, y sólo por esta razón, por lo que quienes han reconocido la luz de Dios en esta época, no reclaman la ultimidad de la Revelación con la que se identifican, ni se arrogan para la Fe que han abrazado poderes y atributos intrínsecamente superiores o esencialmente diferentes de aquellos que caracterizaron a cualquiera de los sistemas religiosos que le precedieron.

¿No alude Bahá'u'lláh mismo a la progresividad de la Revelación Divina y a las limitaciones que una inescrutable Sabiduría ha decidido imponerle? ¿Qué otra cosa podría implicar este pasaje de las Palabras Ocultas, si no es el hecho de que Quien lo ha revelado rechaza la ultimidad de la Revelación que Le ha sido confiada por el Todopoderoso? “¡Oh hijo de la justicia! Durante la noche la belleza del Ser inmortal se trasladó desde la cima esmeralda de la fidelidad hacia el Sadratu’l-Muntahá, y lloró con tal llanto que el concurso de lo alto y los moradores de los reinos del cielo gimieron por Su lamento. Entonces, se oyó la pregunta: ¿por qué esos lamentos y esos llantos? Él respondió: Como se me ordenara, esperé expectante en la montaña de la lealtad, mas no aspiré la fragancia de fidelidad de quienes habitan en la tierra. Luego, lomas de santidad eran atormentadas por las garras de los perros de la tierra. Entonces la Doncella del cielo salió apresuradamente, sin velos y resplandeciente, de Su mística mansión, y preguntó por sus nombres, y todos fueron mencionados salvo uno. Y cuando se instó, su primera letra fue pronunciada; entonces los moradores de los aposentos celestiales salieron precipitadamente de sus moradas de gloria. Y cuando la segunda letra fue pronunciada, cayeron sobre el polvo todos y cada uno de ellos. En ese momento se oyó una voz desde el santuario más íntimo: “Hasta aquí y no más”. En verdad, damos testimonio de lo que han hecho y de lo que están haciendo ahora”. ¡Oh hijo de la justicia! La belleza del Ser inmortal, desde las esmeraldadas alturas de la fidelidad, se dirigió en la noche del Sadratu’l-Muntahá con tal llanto, que el concurso de las Alturas y los moradores del reino de los cielos gimieron ante Sus lamentos. Preguntado por el motivo de los gemidos y del llanto, repuso: En obediencia al mandato aguardé en expectativa sobre el monte de fidelidad, mas fragancia de fidelidad no inhalé de parte de aquellos que moran sobre la tierra, invitado a regresar contemplé y vi, ¡ay! Cómo ciertas palomas de santidad eran sometidas a dolorosas pruebas entre las garras de los canes de la tierra. En ese instante, la Doncella del cielo, descubierta y resplandeciente, adelantose de inmediato desde Su Mística Mansión y preguntó sus nombres, y Le fueron dados todos menos uno. Ante la insistencia pronunciose la primera de éste, entonces los moradores de los aposentos celestiales se abalanzaron fuera de sus moradas de gloria, Mientras se pronunciaba la segunda letra, todos y cada uno de ellos cayeron sobre el polvo. En ese momento oyose una voz desde el altar de lo íntimo: “Basta ahí, no más lejos”. En verdad, Nosotros somos testigos de lo que ellos hicieron y de lo que ellos están haciendo.

“La Revelación de la que soy Portador –declara explícitamente Bahá'u'lláh– está adaptada a la receptividad y capacidad espiritual de la humanidad: de lo contrario, la Luz que brilla dentro de mí no puede ni crecer ni menguar. Cualquier cosa que yo manifiesto no es ni más ni menos que la medida de la gloria divina que Dios me ha ordenado revelar”.

Si la Luz que ahora borbotea sobre una humanidad cada vez más receptiva brilla con un fulgor que bien podría eclipsar el esplendor de triunfos tales como otrora cosecharon las fuerzas de la religión; si los signos y señales que proclamaron su venida ha sido, en muchos aspectos, únicos en los anales de las Revelaciones del pasado, si sus seguidores han dado muestras y evidenciado cualidades sin parangón en la historia espiritual de la humanidad; éstos hechos deben atribuirse no a un superior mérito que la Fe de Bahá'u'lláh pudiera poseer, cual si se tratase de una Revelación aislada y aun ajena a anteriores Dispensaciones, sino que debería ser visto y explicado como el resultado inevitable de las fuerzas que han hecho de esta era presente una era infinitamente más avanzada, más receptiva y más persistente en su afán de recibir una porción más amplia de la Guía Divina de lo que hasta la fecha ha sido vertida sobre la humanidad.

Necesidad de una nueva Revelación

Muy queridos amigos: ¿Quién que contemple la indefensión, los temores y miserias de la humanidad de hoy puede poner en entredicho la necesidad de una nueva revelación del poder vivificante del amor y guía redentora de Dios? ¿Quién, al atestiguar por un lado el magnífico avance logrado en la esfera del conocimiento humano, del poder, de la habilidad e inventiva, y que al ver por otro lado el carácter sin precedentes de los sufrimientos que la afligen, y de los peligros que asedian a la sociedad actual, puede estar tan ciego que dude que se ha cumplido la hora del advenimiento de una nueva Revelación, una reafirmación del Propósito Divino, y del consiguiente reavivarse de las fuerzas espirituales que, durante intervalos fijos, han venido a rehabilitar la suerte de la sociedad humana? ¿No necesitaba el mismo obrar de las fuerzas que bregan por la unidad del mundo que Quien es el Portador del Mensaje de Dios en este día no sólo reafirme los mismos y exaltados patrones de conducta personal inculcados por los Profetas anteriores a Él, sino que encarne en Su llamamiento, dirigido a todos los gobiernos y pueblos, los elementos esenciales de ese código social, esa Economía Divina, que debe guiar los esfuerzos concertados de la humanidad a establecer esa federación omniabarcante que ha de señalar el advenimiento del Reino de Dios sobre esta tierra?

¿No podríamos nosotros, por tanto, reconociendo como solemos hacerlo la necesidad de tal revelación del poder redentor de Dios, meditar sobre la grandeza suprema del Sistema desplegado por la mano de Bahá'u'lláh en este día? ¿No podríamos nosotros detenernos, por más que nos apremien las preocupaciones diarias que conlleva la ampliación siempre continua de las actividades administrativas de Su Fe, a reflexionar sobre la santidad de las responsabilidades que es nuestro privilegio cumplir?

La estación del Báb

No sólo en el carácter de la revelación de Bahá'u'lláh, no importa lo maravilloso de su reivindicación, radica la grandeza de esta Dispensación. Pues entre los rasgos señeros de Su Fe figura, como una evidencia más de su singularidad, la verdad fundamental de que en la persona de su Precursor, el Báb, todo seguidor de Bahá'u'lláh reconoce no meramente a un anunciador inspirado, sino a una Manifestación directa de Dios. Es su firme creencia que, no importa cuán corta haya sido la duración de Su Dispensación, y no importa cuán breve el período en que Sus leyes han estado vigentes, el Báb estuvo dotado con una potencia como a ningún fundador de las religiones del pasado le haya sido dado poseer por designio del Todopoderoso. Que Él fue no sólo el Precursor de la Revelación de Bahá'u'lláh, que Él fue más que un personaje divinamente inspirado, que la Suya fue la estación propia de una Manifestación independiente y autosuficiente de Dios, ha sido abundantemente demostrado por Él mismo, afirmado en términos inequívocos por Bahá'u'lláh y, finalmente, atestiguado por ‘Abdu’l-Bahá en Su Testamento.

En ninguna parte como en el Kitáb-i-Íqán, la exposición magistral en que Bahá'u'lláh describe la verdad unificadora que subyace a todas las Revelaciones del pasado, podemos obtener una comprensión clara de la potencia de esas fuerzas inherentes a dicha Manifestación Preliminar con la que Su propia Fe se halla indisolublemente asociada. Explayándose sobre el sentido insondable de los signos y señales que han acompañado a la Revelación proclamada por el Báb, el Prometido Qá’im, recuerda estas proféticas palabras: “El conocimiento es veintisiete letras. Todo lo que los Profetas han revelado son dos de esas letras. Ningún hombre hasta ahora ha conocido más que esas dos letras. Mas cuando el Qá’im aparezca, manifestará las veinticinco letras restantes”. “A juzgar por estas palabras –añade Bahá'u'lláh– ¡qué magna y sublime es Su posición!” “Una Revelación –prosigue Bahá'u'lláh– tal que de ella, o bien los Profetas de Dios no han sido informados, o bien, en cumplimiento del inescrutable Decreto de Dios, no la han dado a conocer”.

Y, no obstante, inmensamente exaltada como es la estación del Báb, y maravillosos como han sido los acontecimientos que han señalado el advenimiento de Su Causa, tan maravillosa Revelación no puede sino palidecer ante la efulgencia de ese Orbe de esplendor insuperable cuyo alzamiento predijo y cuya superioridad reconoció al punto. Basta con remitirnos a los escritos del propio Báb para estimar el significado de esa Quintaesencia de Luz de la que Él, con toda la majestad de Su poder, no era sino su humilde y escogido Precursor.

Una y otra vez el Báb admite, con lenguaje inequívoco y encendido, el carácter preeminente de una Fe destinada a manifestarse después de Él y a reemplazar a Su Causa. “El germen –afirma Él en el Bayán Persa, el principal y mejor conservado repositorio de Sus leyes– que contiene dentro de sí las potencialidades de la Revelación que ha de venir está dotado con una potencia superior a las fuerzas combinadas de todos cuantos me siguen”. “De todos los tributos” –proclama repetidamente el Báb en Sus escritos– que he rendido a Quien ha de venir después de Mí, el mayor es éste, Mi confesión escrita de que ninguna de Mis palabras pueden describirle, ni alcanza referencia alguna de Mi libro, el Bayán, a hacer justicia a Su Causa”. Dirigiéndose a Siyyid Ya/hyáy-i-Dárábí, de sobrenombre Va/híd, el más docto e influyente de entre sus seguidores, dice Él: “Por la rectitud de Aquel cuyo poder causa que la semilla germine y Quien alienta el espíritu de vida en todas las cosas, si se Me asegurase que en el Día de Su Manifestación fueras a negarle, sin dudarlo te rechazaría y repudiaría tu fe (…) Si, por otro lado, se me dijera que un cristiano, que no profesa lealtad a Mi Fe, ha de creer en Él, ¡a éste he de mirar como a la niña de mis ojos!

La efusión de la Divina Gracia

“Si todos los pueblos del mundo–afirma Bahá'u'lláh mismo– fuesen investidos con los poderes y atributos destinados para las Letras del Viviente, los discípulos escogidos del Báb, cuya estación es diez mil veces más gloriosa que la alcanzada por cualquiera de los apóstoles de antaño, y si ellos, todos y cada uno, vacilasen en reconocer la Luz de mi Revelación, siquiera fuese un solo parpadeo, su fe de nada les habría valido y serían contados entre los infieles”. “Tan tremenda es la efusión de la Gracia Divina –escribe– que en el espacio de un solo día y una noche, fluirían los versos de modo tal que equivaliese al conjunto del Bayán persa”.

¡Tal es, amadísimos amigos, la efusión de la gracia celestial que el Todopoderoso ha colmado sobre esta época, este muy iluminado siglo! Nos hallamos demasiado cerca de tan colosal Revelación como para poder esperar, en esta la primera centuria de su era, llegar a una apreciación justa de su portentosa grandeza, sus posibilidades infinitas, su belleza trascendente. Por escaso que sea nuestro número, por limitadas que estén nuestras capacidades, o ceñido que sea el cerco de nuestra influencia, nosotros, en cuyas manos se ha encomendado tan pura, delicada y preciosa herencia, deberíamos en todo momento afanarnos, sin cejar en nuestra vigilancia, por abstenernos de pensamientos, palabras u obras que puedan empañar su brillo o perjudicar su crecimiento. ¡Cuán tremenda nuestra responsabilidad; cuán delicada nuestra laboriosa tarea!

Queridos amigos: Por más que son claras y enfáticas las instrucciones que nuestro llorado Maestro ha reiterado en innumerables Tablas legadas a Sus seguidores de todo el mundo, unas pocas debido al influjo contenido de la Causa en el Occidente, han sido retiradas del cuerpo de Sus discípulos occidentales, quienes, a pesar de su inferioridad numérica, encuéntranse ejerciendo una influencia tan preponderante en la dirección y administración de sus asuntos. Siento, pues, que me incumbe recalcar, ahora que la hora parece madura, la importancia de una instrucción que, en la presente etapa de la evolución de nuestra Fe, debería destacarse, prescindiendo de su aplicación a Oriente u Occidente. Y este principio no es otro que el que requiere la no participación de los creyentes en la Fe de Bahá'u'lláh, bien a título individual o colectivamente bajo el nombre de las Asambleas locales o nacionales, en ninguna forma de actividad que pudiera ser interpretada, directa o indirectamente, como interferencia en los asuntos de ningún gobierno en particular. Ya sea por lo que se refiere a las publicaciones que emprendan o supervisen; o en sus deliberaciones públicas u oficiales; o en los puestos que ocupan o en los servicios que rinden; o en la comunicación que dirigen a sus condiscípulos; o en el trato con los hombres eminentes y de autoridad; o en la afiliación a sociedades y organizaciones afines, es, así lo creo firmemente, su primera y sagrada obligación abstenerse de ninguna palabra u obra que pueda interpretarse como una violación de este principio vital. Suya es la tarea de demostrar, por un lado, su lealtad incondicional y obediencia a cualquier cosa que sea el juicio considerado de sus respectivos gobiernos.

La política divina

Que se abstengan de relacionarse, de palabra u obra, con las metas políticas de sus respectivas naciones, con las políticas de sus gobiernos y los esquemas y programas de los partidos y facciones. En tales controversias no deberían asignar culpas, tomar partido o apoyar designios, ni identificarse con ningún sistema que perjudique los mejores intereses de la Camaradería universal que está en su ánimo guardar y fomentar. Que sean conscientes de ello, no sea que se dejen convertir en instrumentos de políticos sin escrúpulos, o dejarse atrapar por los traicioneros dispositivos de los tramadores y pérfidos entre sus compatriotas. Que modelen sus vidas y regulen su conducta de modo que no pueda acusárseles de clandestinidad, fraude, soborno o intimidación, por infundadamente que sea. Que se alcen por encima de todo particularismo y partidismo, por encima de las disputas, los cálculos nimios, las pasiones transitorias que agitan la faz, y comprometen la atención, de un mundo cambiante. Es su obligación distinguir, tan claramente como les sea posible, si es necesario con la ayuda de sus representantes elegidos, aquellos puestos y funciones que son de carácter diplomático o político, de aquellos otros que revisten carácter puramente administrativo, y que bajo ninguna circunstancia se ven afectados por los cambios y mudanzas que, en todo país, comportan necesariamente la actividad política y el sistema de partidos. Que reafirmen su determinación inquebrantable de seguir, con firmeza y sin reservas, la senda de Bahá'u'lláh, evitar los entuertos y refriegas inseparables de los afanes del político, y sean dignos agentes de esa Política Divina que encarna el inmutable Propósito de Dios para todos los hombres.

Debería ser inconfundiblemente claro que tal actitud no implica la menor indiferencia hacia la causa e intereses de su propio país, ni supone insubordinación de su parte hacia la autoridad de gobiernos reconocidos y establecidos. No constituye tampoco un repudio de su obligación sagrada de promover, de la forma más efectiva, los mejores intereses de su gobierno y sus gentes. Indica el deseo que acaricia todo leal y verdadero seguidor de Bahá'u'lláh de seguir, de una manera desprendida, sin ostentaciones y patriótica, los más elevados intereses del país al que pertenece, y de una manera que no suponga desviación de los altas normas de integridad y veracidad vinculadas a las enseñanzas de su Fe.

Conforme se multiplique el número de comunidades bahá’ís de las diversas partes del mundo y se haga aparente su poder, en tanto fuerza social, se encontrarán más sujetos a las presiones que las autoridades y personas influyentes, en los pagos políticos, ejercerán con la esperanza de obtener el respaldo que precisan para el avance de sus fines. Tales comunidades, además, sentirán la creciente necesidad de granjeare la buena voluntad y ayuda de sus respectivos gobiernos en sus esfuerzos por ampliar los alcances y consolidar los cimientos de las instituciones que les han sido encomendadas. Que se mantengan conscientes, no sea que, en su afán por colmar las metas de su amada Causa, se vean inadvertidamente llevados a malbaratar su Fe, transigir con los principios esenciales, o sacrificar, a cambio de alguna ventaja material, la integridad de sus ideales espirituales. Que proclamen en cualquier país donde residan, y no importa cuán adelantadas estén sus instituciones, o cuán profundo sea su deseo de hacer cumplir las leyes, y aplicar los principios, enunciados por Bahá'u'lláh, sin duda subordinarán tales leyes y la aplicación de tales principios a los requerimientos y estatutos legales de sus respectivos gobiernos. Al esforzarse por guiar y perfeccionar los asuntos administrativos de su Fe, su propósito no es, bajo circunstancia alguna, el de violar las disposiciones de la constitución de su país, y menos permitir que la maquinaria de su administración reemplace al gobierno de sus respectivos países.

Debería tenerse en cuenta que la misma ampliación de las actividades a las que están dedicados, y la variedad de las comunidades que laboran bajo diversas formas de gobierno, tan esencialmente diferentes en sus criterios, políticas y métodos, hacen del todo esencial para quienes son sus miembros declarados de cualquiera de estas comunidades, evitar cualquier actividad que pueda, al despertar la sospecha o concitar el antagonismo del gobierno de turno, involucrar a sus hermanos en nuevas persecuciones o complicar la naturaleza de su tarea. ¿Cómo, si no –quisiera preguntar– podría una Fe de tan amplios vuelos, que trasciende las fronteras políticas y sociales, que incluye bajo su palio una variedad tan grande de razas y naciones, que habrá de apoyarse cada vez más, según avanza, en la buena voluntad y respaldo de los diversos gobiernos y contendientes de la tierra; cómo podría tal Fe mantener felizmente su unidad, salvaguardar sus intereses, y asegurar el desarrollo constante y pacífico de sus instituciones?

Actitud semejante, sin embargo, no viene dictada por consideraciones egoístamente expeditivas, sino que se origina, primero y ante todo, en el amplio principio según el cual los seguidores de Bahá'u'lláh, bajo ninguna circunstancia, consentirán en verse implicados, bien como personas bien en el ejercicio de sus funciones colectivas, en asuntos que entrañen la más mínima desviación de las verdades fundamentales e ideales de su Fe. Ni las acusaciones que los desinformados y los maliciosos puedan lanzar contra ellos, ni los señuelos, honores ni recompensas, les inducirán nunca a entregar su encomienda o desviarse de su camino. Que sus palabras proclamen, y su conducta atestigue, que quienes siguen a Bahá'u'lláh, sea cual sea el país donde residan, no se ven impulsados por ambiciones egoístas, que ni ambicionan el poder, ni les preocupa cualquier oleada de impopularidad, de desconfianza o crítica que la adhesión estricta a sus normas conlleve.

Por difícil y delicada que sea nuestra tarea, el poder sostenedor de Bahá'u'lláh y de Su Guía Divina seguramente nos auxiliará si seguimos constantemente en su camino y nos esforzamos por hacer valer la integridad de Sus leyes. La luz de Su gracia redentora, luz que ningún poder terrestre puede oscurecer, si perseveramos, iluminará nuestro sendero, al paso que abrimos nuestro curso entre las trampas y los escollos de una época turbulenta, y nos capacitará para desempeñar nuestras obligaciones de un modo que redundará en la gloria y honor de Su bendito Nombre.

Nuestro amado templo

Y finalmente, muy queridos hermanos, concededme que una vez más dirija vuestra atención hacia las demandas apremiantes del Mashriqu’l-Adhkár, nuestro amado templo. ¿Necesito recordarles la imperativa necesidad de llevar a feliz término, mientras hay tiempo, la gran empresa en la que, ante los ojos de un mundo vigilante, estamos comprometidos? ¿Necesito recalcar el gran daño que mayores demoras en la prosecución de esta tarea divinamente designada habría de acarrear, incluso en estas críticas e imprevistas circunstancias, para el prestigio de nuestra amada Causa? Soy –os lo puedo asegurar– agudamente consciente de la estrechez de las circunstancias a las que os enfrentáis, de los tropiezos con que bregáis, de los cuidados que os atenazan, de la urgencia apremiante con que incesantemente se hacen peticiones sobre vuestros drenados recursos. Sin embargo, aún soy más hondamente consciente del carácter único de la oportunidad que tenemos el privilegio de aprovechar y apurar. Soy consciente de las incalculables bondades que deben aguardar la culminación de una empresa colectiva, que por los alcances y calidad de los sacrificios que comporta, merece ser elevada al rango de uno de los más sobresalientes ejemplos de solidaridad bahá’í acontecidos desde que aquellas gestas de relumbrante heroísmo inmortalizaron la memoria de los héroes de Nayríz, Zanján y /Tabarsí. Por tanto, os emplazo, amigos y condiscípulos de Bahá'u'lláh, a una medida más abundante de autosacrificio, a una pauta más elevada de esfuerzo concertado, a una evidencia aún más convincente de la realidad de la fe que brilla dentro de vosotros.

Y en este mi ferviente ruego, mi voz se refuerza una vez más con el apasionado, y acaso el último, encarecimiento de la Hoja Más Sagrada, cuyo espíritu, ahora al Borde de Más Allá, ansía alzar su vuelo al Reino de Abhá, y a la presencia de un Padre Divino y Todopoderoso, hecho que asegura la feliz consumación de una empresa cuyo progreso ha iluminado tan grandemente los últimos días de su vida terrenal. Que los creyentes americanos, esos pioneros aguerridos de la Fe de Bahá'u'lláh, responderán unánimemente, con la misma espontánea generosidad, la misma medida de sacrificio que han caracterizado su respuesta a los llamamientos de ella, nadie que esté familiarizado con la vitalidad de su fe puede siquiera poner en duda.

Quiera Dios que para fines de la primavera del año 1933, las multitudes que, desde los rincones remotos del globo, abarrotarán los recintos de la Gran Feria que ha de celebrarse en las proximidades de ese sagrado santuario puedan, como resultado de su espíritu sostenido de sacrificio, sentir el privilegio de contemplar el esplendor ornado de su cúpula, una cúpula que se erguirá como faro flamígero y símbolo de esperanza en medio de las tinieblas de un mundo desesperado.

Vuestro verdadero hermano
SHOGHI
Haifa, Palestina
21 de Mirza de 1932
TRADUCCIÓN PROVISIONAL

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