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Abdu'l-Baha : El Secreto de la Civilización Divina
EL SECRETO DE LA CIVILIZACIÓN DIVINA
INTRODUCCIÓN

Nunca antes habíase revelado la hechura de la verdade-ra civilización en circunstancias tan extraordinarias, y por un autor tan cualificado, como en la presente obra de ‘Abdu'l-Bahá.

Escrito en el año 1875, el texto original persa fue litogra-fiado en Bombay en 1882. En 1910 se publicó en Londres la primera traducción, a la que siguió ocho años después la edición de Chicago, bajo el título The Mysterious Forces of Ci-vilization (Las misteriosas fuerzas de la civilización). La pre-sente edición, a cargo de Mirzaeh Gail, aporta una versión más precisa, reflejo del dominio que de ambos idiomas po-see la autora, hija de padre persa y madre norteamericana, y que ha vivido durante años en ambos países.

El nombre de ‘Abdu'l-Bahá ha alcanzado singular re-nombre a lo largo de todo Oriente y Occidente como sím-bolo de sabiduría, nobleza, heroísmo y consagración com-pleta a la causa de la unidad espiritual y de la paz univer-sal. Su nombre es, en realidad, un título que significa "Siervo de Bahá" (esto es, siervo de Bahá'u'lláh).

Nacido en Persia el 23 de mayo de 1844, ‘Abdu'l-Bahá, hijo primogénito de Bahá'u'lláh, vio la luz el mismo día en que ‘Alí Mu¥ammad, conocido como el Báb, anunciara la misión con la que habría de inaugurar una nueva Dispensa-ción religiosa, amén de allanarle el camino a Bahá'u'lláh, el autor de la Revelación bahá'í.

‘Abdu'l-Bahá contaba tan sólo seis años cuando el Báb fue martirizado en Tabríz, y ocho años cuando Bahá'u'lláh fue encarcelado por orden del Shah en una mazmorra de Teherán. Meses después acompañaría a Su Padre en el exi-lio a Bagdad. Fue así como dio comienzo el período de des-tierros y encarcelamientos que hubo de sobrellevar hasta 1908. Desde Bagdad, Bahá'u'lláh fue trasladado a Constan-tinopla, junto con Su familia y acompañantes, de allí a Adrianópolis y, finalmente, a la fortaleza-prisión de 'Akká en Tierra Santa, donde falleció en 1892. ‘Abdu'l-Bahá, curti-do por la adversidad y recrecido en Su espíritu, fue mani-festando durante tal período las cualidades y poderes sobre cuya base Bahá'u'lláh asentó el futuro de Su Fe Mundial. Así lo confirmaría el nombramiento en Testamento de Su Hijo como Ejemplo de la vida religiosa, Intérprete de la Pa-labra y Centro de Su Alianza con la humanidad.

Desde 1892 hasta 1908, ‘Abdu'l-Bahá padeció indecibles penalidades, a las que puso fin la revolución turca, que ha-bría de liberar a todos los presos políticos sentenciados por el Sultán.

Fue el general Allenby, conquistador militar de Palestina durante la Primera Guerra Mundial, quien, atendiendo a las instrucciones de Lord Balfour, secretario de Asuntos Exte-riores británico, adoptó las medidas necesarias para garan-tizar Su protección.

Desde el 1911 a 1913 ‘Abdu'l-Bahá realizó una gira por Europa y Norteamérica, durante el transcurso de la cual vi-sitó las comunidades locales Bahá'ís, pronunció alocuciones públicas dirigidas a asociaciones de paz, universidades, iglesias, sinagogas y conferencias de gentes de raza negra; tuvo oportunidad de reunirse con personalidades distin-guidas del Gobierno, clero y mundo de la educación. Con Su ejemplo y verbo elocuente en todo momento formuló los principios de la paz universal. La relación de personalida-des distinguidas es demasiado amplia como para reprodu-cirla aquí; no obstante, del carácter de la acogida que Occi-dente dispensó a ‘Abdu'l-Bahá dan cierta idea los nombres, entre otros muchos, que se detallan a continuación: archi-diácono Wilberforce, reverendo R. J. Campbell, Lord La-mington, Sir Michael Sadler, los maharajahs de Jalawar y Rajputana, profesor E. G. Browne, profesor Patrick Geddes (encuentros de Londres); el ministro persa, el embajador turco, dignatarios eclesiásticos de varias denominaciones del árbol cristiano (encuentros de París); el profesor Armi-nius Vambery, varios miembros del Parlamento, el conde Albert Apponyi, el prelado Alexander Giesswein y el profe-sor Ignatius Goldziher (encuentros de Viena); y ya en Nor-teamérica, el doctor David Starr Jordan, el rabí Stephen Wise, Alexander Graham Bell, el honorable Franklin K. Lane, la señora William Jennings Bryan, Andrew Carnegie, el honorable Franklin MacVeagh, el almirante Peary y Ra-bindranath Tagore.

Las conversaciones y escritos más representativos del mensaje que transmitió a ‘Abdu'l-Bahá a Occidente inclu-yen las alocuciones pronunciadas en el City Temple (Londres), la universidad Stanford (California) y el templo Emmanuel (San Francisco), la epístola dirigida al Comité para la Paz Durable (La Haya), y la epístola dirigida al científico suizo doctor Forel. En numerosas charlas públicas pronunciadas en los Estados Unidos, ‘Abdu'l-Bahá hizo un llamamiento al pueblo norteamericano para que condujese a las naciones hacia la paz, la justicia y el orden social.

En Contestación a unas preguntas, Laura Clifford Barney recogió con precisión las respuestas que ‘Abdu'l-Bahá aportó a preguntas relacionadas con los Profetas, el destino del hombre, sus atributos y poderes, la inmortalidad y la vida del más allá. Desde entonces la obra ha sido conside-rada una introducción ideal a esta nueva era de la religión universal.

La misión tan fielmente llevada a cabo por ‘Abdu'l-Bahá desde 1892 a 1921 como Cabeza de la Comunidad Mundial Bahá'í, por más que providencial, no guarda relación di-recta con el texto del presente volumen.

El secreto de la civilización divina consiste en un mensaje dirigido a los gobernantes y pueblo de Persia. (…)

El lector occidental no dejará de apreciar el hecho de que ‘Abdu'l-Bahá emplee pasajes del Corán a fin de establecer el significado espiritual de Su tesis y de apremiar a la nación islámica de Persia mediante Su llamamiento. Puesto que el Corán es poco conocido en Occidente, dichos pasajes re-visten una importancia secundaria como medio de familia-rizar al lector occidental con el Libro Sagrado de los pue-blos árabe y persa, algo particularmente bienvenido en una época en que la comprensión de Oriente resulta más nece-saria que nunca en Europa y América.

HORACE HOLLEY
4 de julio de 1956
EL SECRETO
DE LA
CIVILIZACIÓN DIVINA

EN EL NOMBRE DE DIOS, EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO

Alabanzas y gracias sean dadas a la Providencia, la cual, de entre todas las realidades de la existencia, ha escogido la realidad del hombre y la ha honrado con el intelecto y la sabiduría, las dos luces más luminosas de ambos mundos. Por intermedio de este gran don, en cada época ha proyec-tado Él sobre el espejo de la creación nuevas y maravillosas configuraciones. Si observáramos objetivamente el mundo del ser, se haría evidente que, de una época a otra, el tem-plo de la existencia ha continuado engalanándose de una gracia nueva, y distinguiéndose con un esplendor siempre renovado, los cuales dimanan de la sabiduría y del poder del pensamiento.

Este emblema supremo de Dios figura en primer lugar en el orden de la creación y ocupa el primer puesto en rango, con precedencia sobre todas las cosas creadas. Testi-go de ello es la Santa Tradición: "Primero de todo, creó Dios el intelecto". Desde el alba de la creación hízose revelar éste en el templo del hombre.

Santificado sea el Señor, Quien con los rayos de este ex-traño y celestial poder ha hecho de nuestro mundo de oscu-ridad la envidia de los mundos de luz: "Y la tierra brillará con la luz de su Señor".1 Santo y exaltado es Él, Quien ha convertido la naturaleza del hombre en el venero de una gracia sin límite: "El Dios de misericordia ha enseñado el Corán, ha creado al hombre y le ha enseñado el lenguaje articulado".2

1 Corán 39:69.
2 Corán 55:1-3.
3 Corán 39:12.
4 Corán 41:53.
5 Corán 1:178; 8:22.

6 El texto original persa, escrito en 1875, no indicaba el nombre del autor. La primera traducción inglesa, publicada en 1910 con el título The Mysterious Forces of Civiliza-tion, se limita a afirmar escuetamente: “Escrito en persa por un eminente filósofo bahá’í”.

7 Corán 76:9.

8 2 Crónicas, 36:22-23; Esdras 1:2; Ester 1:1; 8:9; Isaías 45:1, 14; 49:12.

9 Corán 6:90; 11:31.
10 Corán 14:23; 35:18.
11 Corán 95:4.
12 Hadiz atribuido al Imám ‘Alí.
13 Corán 5:85.
14 Corán 29:2.

15 Jáhilíyyih: el período de la Arabia pagana, anterior al advenimiento de Mu¥ammad.

16 Los árabes paganos observaban un mes aislado y tres meses consecutivos de tregua, durante los cuales se realizaban las peregrinaciones a La Meca, así como ferias, concursos poéticos y acontecimientos similares.

17 Corán 16:124.
18 Corán 4:45; 5:16.

19 Véase Bahá'u'lláh, El Kitáb-i-Íqán (El libro de la certeza), Terrassa, Editorial Bahá’í, 1995, p. 60.

20 “Si por álgebra se entiende la rama de las matemáticas por cuyo medio aprende-mos a resolver la ecuación x2+5x=14, así representada, la ciencia principió en el si-glo XVII. Si permitimos que la ecuación se escriba con otros símbolos menos conve-nientes, cabe retrotraer el comienzo a fecha tan temprana como el siglo III de nues-tra era. Empero, si consentimos en que la ecuación se exprese y resuelva con pala-bras, en casos sencillos de raíces positivas, con la ayuda de figuras geométricas, la ciencia era como tal conocida por Euclides y otros autores de la escuela de Alejan-dría allá por el 300 a.C. Si admitimos una aproximación más o menos científica a la resolución del problema, puede decirse que el álgebra era ya conocida unos 2.000 años a.C., y aun es probable que hubiese atraído la atención de la clase intelectual mucho antes de entonces (…) La palabra ‘álgebra’ es bastante fortuita. Cuando Mohammed ibn Mûsâ al-Khowârizmî (…) escribía en Bagdad (hacia 825) varias de sus obras fueron intituladas Al-jebr w’al-muqâbalah. El título suele traducirse a veces como “restauración y ecuación”, pero el significado distaba de ser claro incluso para los escritores árabes posteriores” (Encyclopedia Britannica, 1952, ver bajo Álge-bra).

21 Corán 39:12; 13:17.
22 Rúmí, The Mathnaví, I, 1906-1907.

23 La palabra ‘ulamá del árabe ‘alima, saber, puede traducirse por doctos, científi-cos, autoridades religiosas.

24 El Resh Galuta, un príncipe o gobernante durante los exilios de Bábilonia, a quien los judíos, dondequiera que residieran, debían rendirle tributo.

25 Corán 9:33; 48:28; 61:9.
26 Corán 54:55.

27 Corán 7:171: Yawm-i-Alast, el Día en que Dios, dirigiéndose a la posteridad de Adán, dijo: “¿No soy vuestro Señor?” (a-lastu bi Rabbikum), a lo que contestaron: “Sí, somos testigos”.

28 Corán 9:33.

29 Cf. Corán 27:12, en referencia a Moisés: “Poned vuestra mano en mi pecho: sal-drá blanca (…) uno de los nueve signos del Faraón a su pueblo (…)” También Corán 7:105; 20:23; 26:32 y 28:32. También Éxodo 4:6. Véase Edward Fitzgerald, The Rubaiyat of Omar Khayyam:

Ahora el Año Nuevo reaviva viejos deseos
El alma pensativa a la soledad se retira,
Donde la blanca mano de Moisés sobre la zarza
Se apaga, y Jesús, desde la tierra, suspira.

Las metáforas mencionadas se refieren a capullos blancos y a los perfumes pri-maverales.

30 Corán 16:126.
31 Corán 24:35.

32 Dhu’l-Awtád suele ser traducido de varias formas por los traductores del Co-rán, como el Empalador, el Ideador de las Estacas, el Señor de un Dominio Po-tente, el Rodeado de Ministros, etc. La palabra Awtád significa palos o estacas de tiendas. Véase Corán 38:11 y 89:9.

33 Corán 20:46.

34 Corán 33:63: “Los hombres Te preguntarán por ‘la Hora’. Decid: El conoci-miento de ello descansa tan sólo en Dios”. Cf. también 22:1, “el terremoto de la Hora”, etc. Ver también Mateo 24:36, 42, etc. Para los bahá’ís la referencia alude al Advenimiento del Báb y Bahá’u’lláh.

35 Cf. la profesión islámica de fe, también conocida por la denominación “los dos testimonios”, con la que suele a veces referirse a ella: “Atestiguo que no hay más Dios que Dios, y Mu¥ammad es el Profeta de Dios”.

36 Cf. Corán 27:20ss.
37 Corán 12:44; 21:5.
38 Corán 24:39.
39 1875 d.C.

40 El párrafo precedente, junto con el párrafo que comienza "Unos pocos, desco-nocedores del poder latente en el esfuerzo humano" fue traducido por Shoghi Effendi, Guardián de la Fe bahá'í. Véase The World Order of Bahá'u'lláh, pp. 37-38.

41 Rey sasánida que reinó desde 531-578 d.C.
42 Esto es, el mundo entero.

43 Sa’dí, The Gulistán, sobre la conducta de los reyes.

44 Corán 17:84.
45 El poeta Saná’í.
46 Rúmí, The Mathnaví, III, 4229-4231.
47Corán 2:24.
48 Corán 8:64.

49 Véase Rúmí, The Mathnaví, II, 185 y 189. También el hadiz “Dios creó en la os-curidad a las criaturas, luego las roció con Su Luz. Aquellas a las que tocó el rayó adoptaron el camino recto, mientras que aquellas a las que no alcanzó van descaminadas de la vía derecha”. Cf. R. A. Nicholson, “The Mathnaví of Jalá-lu’ddín Rúmí”, en E. J. W. Gibb Memorial Series.

50 Corán 24:35.
51 Corán 2:58.
52 Corán 17:4ss.

53 La versión de la Biblia Rey Jaime reza: “Habéis oído lo que se ha dicho: Ama-réis a vuestro vecino y odiaréis a vuestro enemigo”. Los eruditos objetan a esta lectura por ser contraria a la Ley, según consta en Levítico 19:18, Éxodo 23:4-5, Proverbios 25:21, el Talmud, etc.

54 Cf. ‘Abdu'l-Bahá, Contestación a unas preguntas (Terrassa, Editorial Bahá’í, 1994), cap. LXXXIV, y Promulgación de la paz universal (Ebila, Buenos Aires, 1991), p. 451. Véase también Richard Walzer, Galen on Jews and Christians (Oxford University Press, 1949), p. 15. El autor afirma que el resumen de Galeno al que se hace refe-rencia aquí se ha perdido, y que ha sido conservado en citas árabes.

55 Corán 4:114; 2:207, etc.
56 Corán 39:69.

57 El texto persa translitera el nombre del autor como “Draybár” y da por título de la obra The Progress of Peoples (El progreso de los pueblos). La referencia alude apa-rentemente a la figura de John William Draper (1811-1882), reputado químico e historiador ampliamente traducido a otros idiomas. Los hechos relativos a la aportación musulmana a Occidente, así como a Gerberto (papa Silvestre II), figu-ran con detalle en el volumen segundo de la obra citada. Sobre las deudas no reco-nocidas que Occidente tiene contraídas con el Islam escribe el autor: “La injusticia basada en la inquina religiosa y el engreimiento nacional no pueden perpetuarse por siempre” (vol. II, p. 42, ed. rev.). El Dictionary of American Biography afirma que el padre de Draper fue un católicorromano que mudó su nombre por el de John Christopher Draper tras quedar desligado de su familia al convertirse al metodis-mo, y que su nombre real nos es desconocido. La traductora queda agradecida a Paul North Rice, del Departamento de Documentación de la Biblioteca Pública de Nueva York, por quien ha podido saber que la información disponible sobre la historia familiar de Draper y nacionalidad presentan contradicciones; la obra The Drapers in America de Thomas Waln-Morgan (1892) afirma que el padre de Draper nació en Londres, en tanto que Albert E. Henschel, en su “Centenary of John Wi-lliam Draper” (Universidad de Nueva York “Colonnade”, junio 1911) da cuenta de lo siguiente: “Si hay entre nosotros alguien con ascendientes en los soleados cam-pos de Italia, sentirá legítimo orgullo de John William Draper, pues su padre, John C. Draper, era italiano de nacimiento. (…)”

La traductora desea expresar su agradecimiento a la señora Laura Dreyfus Bar-ney por las consultas por ella realizadas en la Biblioteca del Congreso de Wa-shington y la Biblioteca Nacional de París.

58 Corán 3:110.
59 Corán 3:100.
60 Corán 16:92.
61 Corán 7:198.
62 Corán 3:128.
63 Corán 2:172.
64 Corán 59:9.
65 Corán 2:203.
66 Corán 42:36.
67 Corán 3:153.
68 Corán 17:14.
69 Corán 59:9.

70 Corán 23:14: “Por tanto, bendito sea Dios, el más excelente de los Hacedores”.

71 Corán 17:31; 110.

72 Rumí, The Mathnaví, II 2:277. El siguiente dístico dice:

Una glorieta, si tal pensamiento es una rosa,

Pero si da en espina, sólo es acreedor a las llamas.

73 De los versos. “’A¶¶ár ha recorrido las siete ciudades del amor, y aun así esta-mos todavía al cabo de la primera vuelta del camino”.

74 Corán 26:84.

¡Oh vosotros que tenéis mentes para conocer! Alzad vuestras manos suplicantes al cielo del Dios único, y humi-llaos y mostraos sumisos ante Él, y dadle gracias por este don supremo, e imploradle que os auxilie hasta que, en la edad presente, destellen impulsos cuasidivinos desde la conciencia de la humanidad y este fuego divinamente en-cendido, que es la encomienda del corazón humano, nunca se apague.

Considerad atentamente: todos estos fenómenos varia-dos, estos conceptos, este conocimiento, estos métodos téc-nicos y sistemas filosóficos, estas ciencias, artes, industrias e inventos, todos son emanaciones de la mente humana. Cuanto más se han adentrado las gentes en este océano sin fondo, tanto más se han superado. La dicha y el orgullo de una nación consisten en esto, a saber, en que brille como el sol en el alto cielo del conocimiento. "¿Podrán los que po-seen conocimiento y quienes no lo poseen recibir idéntico trato?".3 Y el honor y distinción de la persona consisten en que, de entre toda la muchedumbre del mundo, se con-vierta ella en una fuente de bien social. ¿Hay merced con-cebible mayor que ésta, que el hecho de que una persona, mirando dentro de sí, encuentre que por medio de la gracia confirmadora de Dios se ha convertido ella en la causa de la paz y bienestar, de la felicidad y adelanto de sus congéne-res? No, por el verdadero Dios, no hay mayor bendición, ni delicia más completa.

¿Hasta cuándo nos dejaremos arrastrar en alas de la pa-sión y deseos vanos; hasta cuándo malversaremos nuestros días como bárbaros sumidos en los abismos de la ignoran-cia y la abominación? Nos ha dado Dios ojos para que po-damos mirar al mundo en derredor y echar mano de cuanto hará avanzar la civilización y las artes de la vida. Nos ha dispensado oídos para que podamos oír y aprovechar la sa-biduría de los estudiosos y filósofos e incorporarla a su promoción y práctica. Se nos han conferido sentidos y fa-cultades para dedicarlos al servicio y bien general, de modo que nosotros, que nos distinguimos sobre las demás formas de vida por la percepción y la razón, breguemos en todo tiempo y en todos los campos, sea la ocasión grande o me-nuda, ordinaria o extraordinaria, hasta que la humanidad toda se haya reunido a salvo dentro de la fortaleza inex-pugnable del conocimiento. De continuo deberíamos esta-blecer bases nuevas para la felicidad humana y promover instrumentos renovados con vistas a este fin. Cuán exce-lente, cuán honorable se vuelve el hombre si se alza a de-sempeñar sus responsabilidades; cuán desdichado y des-preciable si cierra sus ojos al bienestar de la sociedad y malgasta esta preciosa vida yendo en procura de sus pro-pios intereses egoístas y ventajas personales. Corresponde al hombre la felicidad suprema; y ha de contemplar él los signos de Dios en el mundo y en el alma humana, si arre-mete con el corcel del mayor esfuerzo en la lid de la civili-zación y de la justicia. "Ciertamente, les mostraremos Nuestros signos en el mundo y dentro de sí".4

He aquí la mayor desdicha del hombre, a saber: que viva inerte, apático, embotado, ocupado sólo con sus apetitos in-feriores. Cuando es él así, su ser cae en la más honda igno-rancia y fiereza, se hunde por debajo de las bestias. "Son como los brutos: Sí, se desvían más (...) pues las bestias más viles a los ojos de Dios son los sordos, los mudos, que no comprenden".5

Debemos ahora empeñarnos con gran resolución a al-zarnos y valernos de todos esos instrumentos que promue-ven la paz y el bienestar y felicidad, el conocimiento, la cultura e industria, la dignidad, valor y dignidad de la raza humana entera. Así, mediante las aguas restauradoras de una intención pura y del esfuerzo entregado, verdeará la tierra de las potencialidades humanas con su propia exce-lencia latente, y florecerá trocándose en cualidades elogio-sas, y su flor y fruto llegarán a rivalizar con aquel rosedal del conocimiento que fue patrimonio de nuestros antepasa-dos. Entonces, y en todos los órdenes, se convertirá esta tie-rra santa de Persia en el centro de las perfecciones huma-nas, y éstas reflejarán, como en un espejo, la panoplia com-pleta de la civilización mundial.

Todo honor y alabanza sean dados a la Fuente de la sa-biduría divina, al Amanecer de la Revelación [Mu¥ammad] y a la santa línea de Sus descendientes, puesto que por me-diación de los rayos extendidos de Su sabiduría consumada y conocimiento universal, aquellos habitantes salvajes de Yathrib [Medina] y Ba¶¥á [La Meca], en un brevísimo lapso se vieron rescatados milagrosamente de las profundidades de su ignorancia para ser alzados a los pináculos del saber y convertirse en el centro de las artes, ciencias y perfeccio-nes humanas, en estrellas de la felicidad y verdadera civili-zación, cuyo brillo atraviesa los horizontes del mundo.

Su Majestad el Shah ha decidido actualmente [1875] pro-curar el avance del pueblo persa, así como el bienestar, se-guridad y prosperidad del país. De forma espontánea ha concurrido con su ayuda a estos asuntos, desplegando te-són y equidad, en la esperanza de que mediante la luz de la justicia pueda hacer de Irán la envidia de Oriente y Occi-dente, y realzar aquel distinguido fervor que caracterizó las primeras grandes épocas de Persia al punto de bullir de nuevo en las venas de su pueblo. Como resulta claro al buen sabedor, por esta razón ha creído necesario el autor consignar, tan sólo por amor a Dios, una breve declaración sobre ciertas cuestiones urgentes. Para demostrar que Su propósito es promover el bienestar general, ha omitido Su nombre.6 Puesto que cree que guiar hacia la rectitud es en sí mismo un acto recto, ofrece estas breves palabras de con-sejo a los hijos de Su país, palabras expresadas por amor a Dios y en espíritu de amistad fiel. Nuestro Señor, Quien es conocedor de todas las cosas, testimonia que este Siervo no busca nada sino lo que es recto y bueno; pues Él, vagabun-do en el desierto del amor de Dios, ha reparado en un reino donde la tierra de la negación o de la afirmación, de la ala-banza o de la culpa, no pueden alcanzarle. "Alimentamos vuestras almas por amor a Dios; no buscamos recompensa ni agradecimiento".7

La mano está velada, sin embargo la pluma escribe al dictado;

El caballo avanza al trote, sin embargo el jinete está oculto.

¡Oh pueblo de Persia! Hojead las páginas florecientes que hablan de otros días, tiempo ha transcurridos. Leedlas y maravillaos; ved el gran panorama. Hallábase Irán en aquellos días en el corazón del mundo; era ella la antorcha brillante que flameaba en el concurso de la humanidad. Su poderío y gloria destellaban como la mañana por sobre los horizontes del mundo, y el esplendor de su saber había proyectado sus rayos sobre Oriente y Occidente. La fama del extenso imperio de quienes portaban su corona alcanzó incluso a los moradores del círculo ártico, y la fama de la temible presencia del Rey de reyes había humillado a los gobernantes de Grecia y Roma. Los mayores filósofos del mundo se maravillaron ante la sabiduría de sus gobernan-tes, y su sistema político se convirtió en un modelo para to-dos los reyes de los cuatro continentes entonces conocidos. Se distinguió ella entre todos los pueblos por el alcance de su dominio; de todos fue honrada por su cultura y civiliza-ción encomiables. Ocupaba la cúspide del mundo, era la fuente y el centro de las ciencias y artes, el venero de gran-des inventos y descubrimientos, la mina rica de las virtudes y perfecciones humanas. El intelecto y la sabiduría de los miembros de esta excelente nación deslumbraron las men-tes de los demás pueblos; el brillo y el genio perspicaz que caracterizó a toda esta noble raza despertó la envidia del mundo entero.

Aparte de lo que ya consta en los registros de la historia persa, se afirma en el Antiguo Testamento –cuyo texto goza de consideración canónica y sagrada en todos los pueblos europeos– que en tiempos de Ciro, conocido en las fuentes iraníes como Bahman, hijo de IÐfandíyár, contaba el Imperio Persa con trescientas sesenta divisiones que se extendían desde los confines interiores de la India y China hasta las estribaciones de Yemen y Etiopía.8 Asimismo, los relatos griegos refieren cómo este orgulloso soberano arremetió contra ellos con una hueste copiosísima y rebajó al polvo el que hasta entonces había sido invencible dominio de éstos. Hizo que los pilares de todos los Gobiernos se tambaleasen. De acuerdo con una acreditada obra árabe, la historia de Abu’l-Fidá, se apoderó del mundo entero hasta entonces conocido. En el mismo texto, al igual que en otras fuentes, consta que Firaydún, uno de los reyes de la dinastía Píshdádíyán –quien fuera, a buen seguro, único entre todos los gobernantes que le precedieron y siguieron por sus perfecciones inherentes, capacidad de juicio, amplitud de conocimiento y largo rosario de victorias que cosechara–, repartió el mundo entonces conocido entre sus tres hijos.

Tal como confirman los anales de los pueblos más ilus-tres del mundo, el primer Gobierno en establecerse sobre la tierra, el primerísimo imperio en organizarse entre las na-ciones, fue el trono y corona de Persia.

¡Oh pueblo de Persia! ¡Despertad del sueño de vuestra embriaguez! ¡Remontad vuestra decadencia! Sed justos en vuestro juicio: ¿Permitirá el código del honor que esta tierra santa, otrora manantial de la civilización mundial, fuente de la gloria y dicha de toda la humanidad, envidia de Oriente y Occidente, siga atrayendo la compasión y sea de-plorada por todas las naciones? Fue ella en otro tiempo el más noble de los pueblos: ¿Permitiréis que la historia con-temporánea siga levantando acta durante épocas venideras de su estado hoy degenerado? ¿Aceptaréis complacida-mente su presente desdicha, siendo así que otrora fue la tie-rra deseada de todos los hombres? ¿Debe ella ahora, por causa de este despreciable sopor, esta falta de bríos, esta ig-norancia absoluta, ser contada entre las naciones más retra-sadas?

¿Es que no fue el pueblo de Persia, largo tiempo ha, la cabeza y sienes del intelecto y sabiduría? ¿Es que no brilla-ron sus gentes, por la gracia de Dios, cual sol que alumbra desde los horizontes del conocimiento divino? ¿Cómo es que nos sentimos satisfechos hoy con este miserable estado, nos cebamos en nuestras pasiones licenciosas, nos cegamos a la suprema felicidad, a eso que agrada a la vista de Dios, y nos hemos quedado todos absortos en nuestras propias ocupaciones egoístas y en la búsqueda de la ventaja innoble y personal?

Ésta, la más bella de las tierras, fue en su día una lámpa-ra rebosante de los rayos del conocimiento divino, de la ciencia y de las artes, de la nobleza y grandes logros, de la sabiduría y el valor. Hoy, debido a la desidia y a la letargia de su pueblo, a su torpor, a su modo indisciplinado de vida, su falta de pundonor, su ausencia de ambición, su feliz fortuna se ha visto totalmente eclipsada, su luz ha devenido oscuridad. "Los siete cielos y las siete tierras se lamentan amargamente cuando el poderoso es rebajado".

No debería imaginarse que el pueblo de Persia carece por naturaleza de inteligencia, o que es inferior a los demás en cuanto a comprensión y perspicacia esenciales, sagacidad inherente, intuición y sabiduría o capacidad innata. ¡Dios lo prohíba! Al contrario, siempre se ha distinguido de los de-más pueblos por los dones que le ha conferido su nacimiento. Además, la misma Persia, atendiendo a su clima templado y bellezas naturales, sus ventajas geográficas y rica tierra, ha sido bendecida en grado supremo. Sin embargo, precisa ur-gentemente de una profunda reflexión, acción resuelta, for-mación, inspiración y ánimos. Su pueblo debe realizar un es-fuerzo masivo y su orgullo debe ser motivado.

Hoy, a través de los cinco continentes del globo, son Eu-ropa y la mayor parte de Norteamérica los que disfrutan de renombre en cuanto a la ley y el orden, el gobierno y el co-mercio, las artes y la industria, las ciencias, la filosofía y la educación. Sin embargo, en los tiempos antiguos fueron ellos los pueblos más salvajes del mundo, los más ignoran-tes y embrutecidos. Incluso llegaron a ser estigmatizados como bárbaros, esto es, seres totalmente rudos e inciviliza-dos. Más aún, desde el siglo V después de Cristo hasta el si-glo XV -ese período definido como la Edad Media-, fue norma general de los pueblos de Europa el que protagoni-zasen guerras tan cruentas, revueltas tan brutales, encuen-tros tan despiadados y actos tan horrendos, que con razón describen los europeos aquellos diez siglos como la Edad Oscura. Los cimientos del progreso y civilización de Europa fueron atendidos en el siglo XV de la era cristiana, y desde entonces en adelante toda su cultura evidente ha experi-mentado un proceso de desarrollo bajo el estímulo de gran-des mentes y como consecuencia de la expansión de las fronteras del conocimiento y del empeño de esfuerzos enérgicos y ambiciosos.

Hoy día, por la gracia de Dios y la influencia espiritual de Su Manifestación universal, el ecuánime gobernante de Irán ha congregado a su gente al abrigo de la justicia, y la sinceridad del propósito imperial se ha visto reflejada en actos regios. Confiando en que su reinado rivalizará con el glorioso pasado, ha procurado establecer la equidad y rec-titud, fomentar la educación y las vías de civilización a tra-vés de esta noble tierra, y trasladar, desde lo potencial a lo real, cuanto haya de asegurar su progreso. Hasta la fecha, no habíamos visto un monarca que retuviera en sus capaces manos las riendas de los asuntos, y a cuya magna resolu-ción pudiera confiarse el bienestar de todos sus súbditos, que realizara, como le cumple en su calidad de padre bené-volo, esfuerzos por la formación y cultivo de sus gentes, que se preocupara de garantizar su bienestar y paz de ánimo, y que mostrara la debida solicitud por sus intereses; de ahí que este Siervo y otros como Él hayan guardado, por tanto, silencio. Ahora, sin embargo, es claro para el que dis-cierne que el Shah, por su propia voluntad, ha decidido es-tablecer un Gobierno justo y asegurar el progreso de todos sus súbditos. En consecuencia, su honorable propósito ha dado pie a la presente declaración.

Resulta asaz extraño que, en lugar de ofrecer gracias por esta merced, surgida, en verdad, de la gracia del Dios To-dopoderoso, alzándose con gratitud y entusiasmo e implo-rando que estos nobles propósitos se prodiguen diaria-mente, por el contrario, algunos cuya razón se ha visto co-rrompida por motivos personales y cuya claridad de per-cepción se ha visto ofuscada por sus ínfulas e intereses egoístas, cuyas energías están consagradas al servicio de sus pasiones y cuyo sentido de la honra se ha pervertido por amor a la jefatura, han alzado la bandera de la oposi-ción levantando la voz de sus quejas. Hasta ahora, culpaban al Shah de no trabajar, por propia iniciativa, a beneficio de su pueblo y en pos de la paz y bienestar. Ahora que él ha inaugurado este gran plan, han cambiado de partitura. Los hay que dicen que éstos son métodos novísimos e ismos extranjeros que apenas guardan relación con las necesida-des presentes y costumbres añejas de Persia. Otros han congregado a las masas indefensas, que nada saben de la religión o de sus leyes y principios básicos, y que por tanto carecen de capacidad discriminadora, para decirles que es-tos modernos métodos son prácticas de los pueblos paga-nos, que son contrarias a los venerados cánones de la ver-dadera fe, y aducen el dicho: "Aquel que imita a un pueblo es uno de ellos". Cierto grupo insiste en que tales reformas deberían proceder con gran ponderación, paso a paso, sin que sea admisible apresuramiento alguno. Otros mantienen que sólo deberían adoptarse las medidas que conciba el propio pueblo persa, que ellos mismos deberían reformar su administración política, el sistema educativo y el estado de su cultura, no habiendo necesidad de recibir prestado de otras naciones. Todas las facciones, en resumen, siguen su propia ilusión particular.

¡Oh pueblo de Persia! ¿Hasta cuándo vagabundearéis? ¿Hasta cuándo ha de durar vuestra confusión? ¿Hasta cuándo perdurarán este conflicto de opiniones, este antago-nismo inútil, esta ignorancia, esta renuencia a pensar? Otros están alerta, en tanto que nosotros dormimos este sueño in-somne. Otras naciones se esfuerzan por mejorar su estado; nosotros nos hallamos atrapados en nuestros deseos y auto-indulgencia, y a cada paso tropezamos con una añagaza.

Dios es Nuestro testigo de que no albergamos otro objeto al abordar este asunto. No procuramos granjearnos el favor de nadie ni atraer a nadie hacia nosotros, ni procurarnos con ello beneficio material alguno. Hablamos sólo como quien desea el beneplácito de Dios, pues hemos apartado Nuestra vista del mundo y sus gentes, hemos buscado re-fugio en el cuidado protector del Señor. "No busco paga de vos, pues ésta (...) Mi recompensa es sólo Dios".9

Quienes sostienen que estos conceptos modernos son válidos solamente para otros países y que no revisten im-portancia para Irán, que no satisfacen sus requisitos o que no casan con su modo de vida, pasan por alto el hecho de que otras naciones se encontraron un día donde estamos nosotros ahora. ¿No han contribuido estos nuevos sistemas y métodos, estas empresas progresivas, al adelanto de di-chos países? ¿Se han visto perjudicados los pueblos de Eu-ropa por la adopción de tales medidas? O, más bien, ¿no han alcanzado el mayor grado de desarrollo material por estos mismos medios? ¿No es verdad que, durante siglos, el pueblo de Persia ha vivido como lo vemos hoy día, repro-duciendo las pautas del pasado? Así pues, ¿se han conse-guido ventajas visibles, se ha realizado progreso alguno? De no haberlo ratificado la experiencia, algunos en cuya mente la luz de la inteligencia nativa está nublada bien po-drían ponerlo en entredicho. Mas, al contrario, cada faceta de estos requisitos del progreso se ha visto sometida a pruebas reiteradas en otros países, y sus ventajas se han demostrado palmariamente, al punto de que puede apre-ciarlo hasta la mente más obtusa.

Permítasenos considerar el asunto con justicia y sin sesgo: preguntémonos cuál de estos principios básicos y ra-zonables, cuál de estos procedimientos acreditados no acertarán a satisfacer nuestras necesidades presentes, o se-rán incompatibles con los superiores intereses políticos de Persia o perjudiciales al bienestar general de su pueblo. ¿Serán cosas dañinas el fomento de la educación, el desa-rrollo de las artes y ciencias sutiles, la promoción de la in-dustria y tecnología? Pues tal empeño exalta a la persona de entre la masa y la eleva de las profundidades de la ignoran-cia a las mayores alturas del conocimiento y excelencia hu-manas. ¿Acaso la adopción de una legislación justa, acorde con las leyes divinas que garantizan la felicidad de la socie-dad y protegen los derechos de toda la humanidad y sumi-nistran una prueba inatacable; acaso leyes semejantes, como éstas que vienen a asegurar la integridad de los miembros de la sociedad y su igualdad ante la ley, impedirán su triunfo y prosperidad?

Y si la persona, en el ejercicio de las facultades percepti-vas, acertase a establecer analogías a partir de las circuns-tancias presentes y de las conclusiones corroboradas por la experiencia colectiva, y previera como realidades venideras situaciones que ahora sólo son potenciales, ¿sería entonces contrario a razón adoptar medidas tales que garanticen nuestra seguridad futura? ¿Sería alicorto, imprudente e irrazonable, constituiría una desviación de lo correcto y apropiado, el que reforzásemos nuestras relaciones con los países vecinos, firmásemos tratados vinculantes con las grandes potencias, fomentáramos relaciones amistosas con los Gobiernos bien dispuestos, procurásemos la expansión del comercio con las naciones de Oriente y Occidente, desa-rrollásemos nuestros recursos naturales y acrecentásemos la riqueza de nuestro pueblo?

¿Traería la ruina a nuestros súbditos el que los goberna-dores de provincia y distritos viesen aligerada su presente autoridad absoluta, una autoridad en virtud de la cual fun-cionan exactamente como les place, y en lugar de ello se vieran limitados a la equidad y a la verdad, y las sentencias que pronunciaran y comportaran la pena capital, encarce-lamiento y similares estuvieran supeditadas a la confirma-ción del Shah y de los tribunales superiores de la capital, los cuales, tras investigar en primer lugar debidamente el caso y determinar la naturaleza y gravedad del delito, emitieran una decisión justa, sujeta a la confirmación mediante de-creto del Soberano? Si la corrupción y soborno, conocidos hoy por los elegantes nombres de regalos y favores, fueran excluidos para siempre, ¿amenazaría esto los cimientos de la justicia? ¿Sería una muestra de pensamiento irrazonable liberar a los soldados, que son un sacrificio vivo ante el Es-tado y el pueblo, y que afrontan la muerte a cada vuelta, de su presente miseria e indigencia, e introducir las medidas pertinentes para su sostén, alojamiento y vestido, amén de ejercer todo esfuerzo con tal de instruir a los oficiales en la ciencia militar proporcionándoles los modelos más avanza-dos de armas de fuego y demás armamento?

Si alguien objetara que las reformas aludidas nunca han sido del todo ejecutadas, debería considerar el asunto con imparcialidad y saber que estas deficiencias se deben a la total ausencia de una opinión pública integrada, así como a la falta de celo, tesón y devoción por parte de los mandata-rios del país. Es obvio que hasta que el pueblo no sea edu-cado, hasta que la opinión pública no esté correctamente centrada, hasta que los funcionarios del Gobierno, incluso los de menor grado, estén libres de la menor traza de co-rrupción, no podrá administrarse cumplidamente el país. Hasta tanto la disciplina, el orden y buen gobierno no al-cancen un grado tal que la persona, incluso si se prestase denodadamente a ello, se vea incapaz de desviarse siquiera un ápice de la rectitud, no podrán las reformas deseadas considerarse plenamente implantadas.

Además, cualquier medio que sea, aunque reportase el mayor bien a la humanidad, es susceptible de ser malver-sado. El abuso, como el uso adecuado, dependen de los di-ferentes grados de ilustración, capacidad, fe, sinceridad, devoción y magnanimidad de los rectores de la opinión pública.

El Shah ha cumplido su parte, por lo que la ejecución de las medidas beneficiosas propuestas corre ahora a cargo de personas que laboran en el seno de asambleas consultivas. Si estas personas se demuestran puras y magnánimas, si permanecen libres de la mancha de la corrupción, las con-firmaciones de Dios las convertirán en una fuente intermi-nable de mercedes para la humanidad. Él hará que de sus labios y de sus plumas surja lo que habrá de bendecir al pueblo, de modo que cada rincón de este noble país de Irán se vea iluminado con su justicia e integridad, y los rayos de esa luz abracen la tierra entera. "Nada de esto será difícil cabe Dios".10

De lo contrario, es claro que los resultados se revelarán inaceptables. Pues se ha podido constatar directamente en ciertos países extranjeros que, a renglón seguido de estable-cerse parlamentos, dichos cuerpos han confundido e in-quietado al pueblo, en tanto que sus reformas bienintencio-nadas han acarreado consecuencias contraproducentes. Si bien el establecimiento de los parlamentos (la organización de asambleas de consulta) constituye el fundamento mismo y lecho de roca del Gobierno, hay varios requisitos esen-ciales que estas instituciones deben satisfacer. Primero, los miembros elegidos deben ser rectos, temerosos de Dios, magnánimos, incorruptibles. Segundo, deben estar com-pletamente familiarizados, en todos los aspectos, con las le-yes de Dios, informados en cuanto a los principios superio-res de la ley, versados en las normas que rigen la gestión de los asuntos internos y la marcha de las relaciones exteriores, diestros en las artes útiles de la civilización y satisfechos con sus legítimos emolumentos.

Que nadie se imagine que sujetos de esta especie son imposibles de hallar. Mediante la gracia de Dios y Sus es-cogidos, y los grandes esfuerzos de las personas devotas y consagradas, toda dificultad podrá fácilmente allanarse, todo problema, por complejo que sea, se demostrará tan sencillo como un abrir y cerrar de ojos.

Ahora bien, si los miembros de estas asambleas consulti-vas son inferiores, ignorantes, desinformados de las leyes de gobierno y administración, imprudentes, estrechos de miras, indiferentes, perezosos o egoístas, ningún beneficio resultará de la implantación de tales cuerpos. Allá donde otrora bastaba con que un pobre hombre que deseara de-fender sus derechos ofreciese un regalo a una sola persona, ahora debería renunciar a toda esperanza de justicia o bien satisfacer a toda la concurrencia.

Una investigación atenta demostrará que la causa prima-ria de la opresión e injusticia, de la falta de rectitud, irregu-laridad y desorden, se debe a la ausencia de fe religiosa por parte del pueblo y al hecho de que éste carece de educación. Así, por ejemplo, si las gentes son auténticamente religio-sas, están alfabetizadas y bien escolarizadas, podrán recu-rrir a las autoridades locales en el caso de que se presente una dificultad; si no consiguen que se haga justicia y que se amparen sus derechos, viendo que la conducción del go-bierno local es incompatible con el beneplácito divino y la justicia del Rey, podrán entonces trasladar su caso a un tri-bunal superior y describir la desviación ocurrida en la ad-ministración local respecto de la ley espiritual. Dichos tri-bunales podrán recabar el expediente ante los registros lo-cales. De este modo se hará justicia. Actualmente, sin em-bargo, debido a una deficiente escolarización, la mayor parte de las gentes carece incluso del vocabulario con que explicar lo que desea.

Y ahora, en cuanto a esas personas que, acá o acullá, son tenidas por dirigentes del pueblo: puesto que éste es sólo el comienzo de un nuevo proceso administrativo, todavía no están suficientemente adelantadas en su educación como para haber experimentado las delicias de dispensar justicia o de saborear el inmenso deleite de promover la rectitud o de haber bebido de las fuentes de una conciencia clara y de un propósito sincero. No han comprendido cabalmente que el honor supremo del hombre y su felicidad real descansan en el respeto de sí mismo, en su longanimidad y nobleza de propósito, en la integridad y cualificación moral y en una conciencia inmaculada. Antes bien, han imaginado que su grandeza consiste en el amasamiento, por cualesquiera me-dios que se presenten, de bienes mundanos.

Debería el hombre detenerse a reflexionar y ser justo: por una gracia inconmensurable, su Señor lo ha convertido en un ser humano y le ha honrado con las palabras: "En verdad, creamos al hombre de la forma más conveniente",11 y ha causado que Su misericordia, surgida del alba de la unidad, brille sobre él, hasta que se convirtió en el manan-tial de las palabras de Dios y en el lugar donde han recala-do los misterios del cielo; y en la mañana de la creación quedó cubierto por los rayos de las cualidades de perfec-ción y las gracias de santidad. ¿Cómo puede él mancillar este vestido inmaculado con el cieno de los deseos egoístas, o trocar este honor sempiterno por la infamia? "¿Piensas tú que eres una diminuta forma, cuando el universo entero está replegado dentro de ti?"12

De no ser porque nuestra intención es la de ser breve y desarrollar nuestro tema fundamental, habríamos consig-nado aquí un resumen de los temas del mundo divino con-cernientes a la realidad del hombre y su elevado rango, así como el valor y dignidad insuperables de la raza humana. Pero dejemos esto para mejor ocasión.

La estación más encumbrada, la esfera suprema o puesto más noble y sublime de la creación, ya sea visible o invisi-ble, sea alfa u omega, es la que cumple a los Profetas de Dios, no obstante el hecho de que en su mayor parte, y mi-rado externamente, nada hayan poseído excepto Su propia pobreza. Del mismo modo, hállase asignada una gloria ine-fable a los Santos y a cuantos se encuentran cerca del Um-bral de Dios, aunque éstos nunca, ni por un momento, se hayan preocupado por ganancias materiales. A continua-ción viene la estación de los reyes justos, cuya fama como protectores del pueblo y dispensadores de la justicia divina ha colmado el mundo, cuyo nombre como campeones po-derosos de los derechos del pueblo ha retumbado en la creación. No dedican ellos su pensamiento a acopiar enor-mes fortunas para sí; antes bien, creen que su propia rique-za descansa en el enriquecimiento de sus súbditos. Para ellos, las arcas reales están llenas cuando la persona de todo ciudadano posee abundancia y comodidad. No se enorgu-llecen del oro y de la plata, sino más bien de cifrar su ilus-tración y porfía en el logro del bien universal.

Le siguen en rango aquellos ministros eminentes y ho-norables del Estado y representantes quienes sitúan la vo-luntad de Dios por encima de la propia, y cuya pericia y sa-biduría administrativas en la conducción de sus funciones eleva la ciencia del gobierno a nuevas alturas de perfección. Brillan en el mundo del saber como lámparas del conoci-miento; su modo de pensar, actitudes y actos demuestran su patriotismo y desvelos por el adelanto del país. Conten-tos con un modesto estipendio, consagran sus días y noches a la ejecución de obligaciones importantes y a discurrir métodos que garanticen el progreso del pueblo. Gracias a los efectos de su sabio consejo y a la sensatez de su juicio, han conseguido siempre que su Gobierno se convierta en un ejemplo remedado por todos los gobiernos del mundo. Han convertido la capital en un centro difusor de grandes empresas mundiales, y se han hecho acreedores a la distin-ción, alcanzando un grado supremo de eminencia personal y rozando las alturas más elevadas de reputación y carácter.

Asimismo, están los hombres de fama y saber consuma-do, quienes, poseídos de calidades encomiables y una vasta erudición, se sujetan al férreo asidero del temor de Dios y se atienen al sendero de la salvación. En el espejo de sus mentes se reflejan las formas de las realidades trascenden-tes, y la lámpara de su visión interior deriva su luz del sol del conocimiento universal. Día y noche se entregan a in-dagaciones meticulosas sobre la clase de saberes que re-dundan en provecho de la humanidad, y ellos mismos se consagran a la formación de estudiantes capaces. Es cierto que para su educado paladar los tesoros que les tienden los reyes no admiten compararse con una sola gota de las aguas del conocimiento, como no podrían tampoco las montañas de oro y plata sobrepujar la solución feliz de un problema intrincado. Para ellos las delicias ajenas a su tra-bajo son sólo juegos de niños; y la carga fatigosa de unas posesiones innumerables son sólo buenas para los igno-rantes y viles. Contentos, como los pájaros, dan gracias por un puñado de semillas, y el cantar de su sabiduría deslum-bra las conciencias de los más sabios del orbe.

Igualmente, hay adalides del pueblo y personalidades influyentes de todo el país que constituyen los pilares del Estado. Su rango, estación y cumplimiento dependen de que sean deseosos del bien público y de que procuren dar con medios que mejoren la nación y acrecienten la riqueza y holgura de los ciudadanos.

Considérese, por ejemplo, el caso de una persona que sea eminente en su país, celosa, sabia, de corazón puro, co-nocida por su inteligencia, capacidad innata y perspicacia natural, una persona que sea al mismo tiempo miembro destacado del Estado: ¿Qué es lo que a tal persona habría de reportarle honra, felicidad permanente, rango y distin-ción, en este mundo y en el más allá? ¿Consistiría ello en su atención diligente a la verdad y rectitud, sería su dedica-ción, tesón y devoción al beneplácito divino, sería el deseo de granjearse la estima y favor del monarca o de merecer la aprobación del pueblo? O bien, ¿habría de consistir, por el contrario, en que, por mor de entregarse a las fiestas y disi-paciones de la noche, socavase de día el país y quebrase los corazones del pueblo, haciéndose acreedor a que Dios lo re-chace y a que su soberano lo arroje de su pueblo, lo degrade y le guarde un merecido desprecio? Por Dios, ¡hasta los huesos en descomposición de una tumba son mejores que estos tales! ¿De qué valen ésos que nunca han saboreado el celestial alimento de unas cualidades verdaderamente hu-manas, y nunca han paladeado las aguas cristalinas de las mercedes que pertenecen al reino del hombre?

Es indudable que la finalidad de establecer parlamentos consiste en procurar la justicia y rectitud, pero todo depende de los esfuerzos de los representantes elegidos. Si la inten-ción es sincera, se presentarán resultados deseables y mejoras imprevistas; de lo contrario, es seguro que todo el tinglado carecerá de sentido, el país se paralizará y los asuntos públi-cos continuarán agravándose. "Veo a mil albañiles incapaces de igualar a un solo subvertidor; ¿qué ha de ser, entonces, de un albañil al que siguen mil subvertidores?".

El propósito de las afirmaciones que preceden es el de demostrar siquiera esto: que la felicidad y grandeza, el rango y distinción, el placer y la paz de una persona nunca han consistido en su riqueza personal, sino más bien en la excelencia de su carácter, su longanimidad, la amplitud de su saber, y su capacidad de resolver problemas intrincados. Bien se ha dicho: "Sobre mi espalda hay un ropaje que, de ser vendido por un céntimo, ese céntimo valdría mucho más; sin embargo, dentro del vestido hay un alma que, si fuerais a pesarla frente a todas las almas del mundo, se de-mostraría mayor y más noble".

En opinión del que esto escribe, sería preferible que la elección de los miembros no permanentes de las asambleas consultivas de los Estados soberanos dependiera de la vo-luntad y elección del pueblo. Pues los representantes elegi-dos se sentirán inclinados por este motivo a ejercitar la jus-ticia, todo sea que su reputación sufra mengua y ellos cai-gan en desgracia ante el público.

Que no se suponga que las apreciaciones antedichas del autor constituyen una denuncia de la riqueza o una reco-mendación de la pobreza. La riqueza es digna de elogio en máximo grado, si la persona la adquiere por su propio es-fuerzo y por la gracia de Dios, mediante el comercio, la agricultura, las artes e industrias, y si es dedicada a propó-sitos altruistas. Pero, sobre todo, si una persona juiciosa y llena de recursos acomete medidas que redunden en el en-riquecimiento universal de las masas del pueblo, no habría empresa mayor que ésta y figuraría a los ojos de Dios como un logro supremo, pues tal benefactor atendería a las nece-sidades y garantizaría la comodidad y bienestar de una gran multitud. La riqueza es muy encomiable, siempre que toda la población sea rica. Sin embargo, si sólo unos pocos poseen riquezas desproporcionadas, mientras que el resto se encuentra empobrecido, y no hay fruto ni beneficio que resulte de semejante abundancia, entonces es ésta tan sólo una carga para su poseedor. Si, por otra parte, se invierte en la promoción del conocimiento, en la fundación de escuelas elementales y de otra categoría, en la promoción del arte y de la industria, en la formación de los huérfanos y de los pobres –en resumen, si se dedica al bienestar de la socie-dad–, su poseedor figurará ante Dios y el hombre como la persona más excelente de entre quienes viven en la tierra y será contada como uno de los moradores del paraíso.

En cuanto a quienes mantienen que la inauguración de reformas y la constitución de poderosas instituciones con-tradicen, en realidad, el beneplácito divino y contravienen las leyes del Legislador divino y contrarían los principios religiosos básicos y el proceder del Profeta, que consideren en qué medida eso es así. ¿Habrían de contravenir tales re-formas la ley religiosa por venir prestadas del extranjero y, en consecuencia, por asemejarnos a ellos, puesto que "aquel que imita a un pueblo es uno de ellos"? En primer lugar, estos asuntos guardan relación con el aparato temporal y material de la civilización, los instrumentos de la ciencia, los puntales del progreso de las artes y profesiones, y la conducción ordenada del gobierno. Nada tienen que ver con los problemas del espíritu o las complejas realidades de la doctrina religiosa. Si se objetara que, aun cuando se trate de asuntos materiales, las importaciones del extranjero son inadmisibles, semejante argumento sólo confirmaría la ig-norancia y lo absurdo de sus propugnadores. ¿Han olvida-do el celebrado hadiz: "Busca el conocimiento, incluso hasta en la China"? Es cierto que el pueblo de China figura a los ojos de Dios entre los hombres más abyectos debido a que adoran ídolos y permanecen desconocedores del Señor om-nisciente. Siquiera los europeos son "pueblos del Libro", creyentes en Dios, a los que se alude específicamente en el versículo sagrado: "ciertamente encontrarás entre los más caros al afecto de los creyentes a quienes dicen ‘somos cris-tianos’".13 Por tanto, es bastante permisible, y por cierto más que apropiado, adquirir el conocimiento de los países cristianos. ¿O es que allegarse el conocimiento de los paga-nos podría ser aceptable para Dios, y serle repugnante el que éste se procure de entre el pueblo del Libro?

Por otra parte, en la batalla de los confederados, Abú Sufyán, ganándose el apoyo de los Baní Kinánih, los Baní Qahtán y los judíos Baní Qurayzih, se alzó con todas las tri-bus de Quraysh para extinguir la Luz Divina que ardía en la lámpara de Yathrib [Medina]. En aquellos días soplaban vendavales de pruebas y tribulaciones desde todos los flan-cos, tal como se ha escrito: "¿Piensan los hombres cuando dicen ‘Creemos’ que se les dejará solos y no serán someti-dos a prueba?".14 Los creyentes eran pocos y los enemigos atacantes constituían una gran fuerza decidida a borrar el recién anunciado Sol de la Verdad con el polvo de la opre-sión y tiranía. A continuación, Salmán (el persa) se personó ante el Profeta –el Amanecer de la revelación, el Foco de los esplendores ilimitados de la gracia– y comentó que en Per-sia, a fin de resistir las acometidas del enemigo, solía exca-varse un foso o zanja en torno al propio campo, procedi-miento que se había demostrado harto eficaz para prevenir los ataques por sorpresa. Pues bien, ¿acaso aquel Venero de sabiduría universal, aquella Mina de conocimiento divino Se pronunció respondiendo que aquélla era una costumbre corriente entre los idólatras, los Magos adoradores del fuego, y que por ello difícilmente podía adoptarse por los monoteístas? O más bien, ¿no dispuso al punto que Sus se-guidores excavasen la trinchera? Él mismo, en Su propia bendita persona, echó mano de las herramientas y puso manos a la obra a su lado.

Además, consta en los libros de las diversas escuelas is-lámicas y en los escritos de los teólogos e historiadores destacados que después de que la Luz del mundo surgiese sobre Æijáz, inundando toda la humanidad con Su brillo, creando, mediante la Revelación de una nueva Ley divina, nuevos principios e instituciones, sobrevino por todo el mundo un cambio fundamental: se revelaron leyes santas que, en algunos casos, se ajustaban a las prácticas de los Días de la Ignorancia.15 Entre éstas, Mu¥ammad respetó los meses de la tregua religiosa16, retuvo la prohibición sobre la carne de cerdo, continuó el uso del calendario lunar y los nombres de los meses, etc. Hay un número considerable de leyes semejantes expresamente enumeradas en los textos:

"El pueblo de los Días de la Ignorancia se ocupaba en numerosas prácticas que más tarde sancionó la Ley del Is-lam. No se casaban con la madre y su hija; el acto más ver-gonzoso a sus ojos era el de casarse con dos hermanas. Es-tigmatizaban al hombre que se casaba con la mujer de su padre, tachándole burlonamente de competidor de éste. Era costumbre suya acudir en peregrinación a la Casa, en La Meca, donde solían realizar ceremonias de visitación, vis-tiendo el atuendo del peregrino, practicando la circunam-bulación, corriendo entre las colinas, haciendo alto en todas las paradas y arrojando piedras. Por lo demás, era usanza suya intercalar meses cada tres años, realizar abluciones después del acto sexual, enjuagarse la boca y verter agua por la nariz, mesarse el cabello, utilizar el mondadientes, recortar las uñas y depilarse las axilas. Del mismo modo, solían amputarle la mano al ladrón".

¿Puede alguien –Dios lo prohíba– suponer que, debido a que algunas leyes divinas se asemejan a las prácticas de los Días de Ignorancia, o a las costumbres de un pueblo abo-rrecido por todas las naciones, de todo ello se colige que tales leyes están viciadas de algún defecto? ¿O puede al-guien –Dios lo prohíba– imaginar que el Omnipotente Se sintió movido a plegarse a las opiniones de los paganos? La sabiduría divina adopta numerosas formas. ¿Hubiera sido posible que Mu¥ammad revelase una Ley que no guardase parecido alguno con ninguna de las prácticas usuales en los Días de la Ignorancia? Antes bien, el fin de Su consumada sabiduría era el de liberar al pueblo de las cadenas del fa-natismo que los tenía atados de pies y manos, y precaver esas mismas objeciones que hoy confunden la mente y em-bargan la conciencia de los sencillos e indefensos.

Algunos, que no están suficientemente informados en cuanto al significado de los Textos divinos y al contenido de la historia tradicional y escrita, confiesan que estas costum-bres de los Días de la Ignorancia eran leyes transmitidas por Su Santidad Abraham y que habían sido retenidas por los idólatras. En este sentido, citan el versículo coránico "Seguid la religión de Abraham, el cuerdo en su fe".17 No obstante, es un hecho atestiguado en los escritos de todas las escuelas is-lámicas que los meses de la tregua, el calendario lunar o la amputación de la mano derecha como castigo por robo, no forman parte de la Ley de Abraham. En cualquier caso, el Pentateuco está a nuestra disposición y en él se consignan las leyes de Abraham, por lo que no hay más que remitirles a él. Por supuesto, insistirán entonces en que la Torah ha sido manipulada, en prueba de lo cual aducirán el versículo corá-nico "Han pervertido el texto de la Palabra de Dios".18 Sin embargo, es sabido dónde han tenido lugar tales distorsio-nes, como así consta en los comentarios críticos.19 Si fuéra-mos a extendernos más allá de esta breve referencia, nos ve-ríamos obligados a abandonar Nuestro propósito presente.

De acuerdo con ciertos relatos, la humanidad se ha visto abocada a imitar las buenas cualidades y modos de proce-der de los animales salvajes, y a aprender lecciones de és-tos. Puesto que está permitido imitar las virtudes de ani-males obtusos, ciertamente con más razón ha de estarlo el recibir en préstamo las ciencias materiales y las técnicas de los extranjeros, quienes siquiera pertenecen a la raza huma-na y se distinguen por su discernimiento y el poder del len-guaje. Y si se replicase que tales cualidades elogiosas perte-necen innatamente a los animales, ¿por medio de qué prueba pueden reclamar que los principios esenciales de la civilización, este conocimiento y estas ciencias corrientes entre otros pueblos, no son innatos? ¿Hay algún otro Crea-dor excepto Dios? Decid: ¡Alabado sea Dios!

Los teólogos más eruditos y cabales, así como los estu-diosos más distinguidos, han estudiado diligentemente aquellas ramas del conocimiento cuya raíz y origen descan-sa en los filósofos griegos, tales como Aristóteles y demás, y han considerado que extraer de los textos griegos ciencias tales como la medicina y las disciplinas matemáticas, inclu-yendo el álgebra20 y la aritmética, constituyen un logro va-liosísimo. Cada uno de los eminentes teólogos suelen estu-diar y enseñar la ciencia lógica, aunque consideran que su fundador era un sabeo. La mayoría de ellos ha insistido en que si un estudioso domina cumplidamente una variedad de ciencias sin estar suficientemente versado en la lógica, sus opiniones, deducciones y conclusiones no merecen con-fianza plena.

Ha quedado clara e irrefutablemente sentado que la im-portación de principios y procedimientos de civilización de países extranjeros, y que adquirir de ellos ciencias y técnicas –en breve, cualquier cosa que contribuya al bien común– es enteramente permisible. Diciendo esto se ha pretendido llamar la atención del público sobre una cuestión de benefi-cio tan universal, a fin de que el pueblo pueda alzarse con todas sus energías para su adelanto, hasta que, Dios me-diante, está Sagrada Tierra pueda en un breve período con-vertirse en la primera de las naciones.

¡Oh vosotros que sois sabios! Considerad esto cuidado-samente: "¿Puede un arma ordinaria compararse con un ri-fle Martini-Henry o un cañón Krupp? Si alguien sostuviera que nuestras anticuadas armas de fuego son lo bastante buenas para nosotros y que es inútil importar armas que hayan sido inventadas en el extranjero, ¿acaso le escucharía incluso un niño? ¿Y si alguien dijese: "Siempre hemos transportado las mercancías de un país a otro a lomos de acémilas, ¿por qué hemos de precisar máquinas de vapor? ¿Por qué habríamos de intentar remedar a los demás pue-blos?"; ¿podría ninguna persona inteligente tolerar tal afir-mación? No, ¡por el único Dios! A menos que le animase a rechazar lo evidente algún oculto designio o animosidad.

A pesar de haber logrado la máxima pericia en las cien-cias, industrias y artes, las naciones extranjeras no dudan en tomar ideas prestadas de los demás. ¿Cómo puede Persia, país que experimenta la mayor necesidad, permitirse que-dar rezagada, descuidada y abandonada?

Los teólogos eminentes y hombres de saber que hollan el recto sendero y que están versados en los secretos de la sa-biduría divina, informados de las realidades interiores de los Libros sagrados; quienes portan en sus corazones la joya del temor de Dios, y cuyos rostros se iluminan con las luces de salvación, tales son quienes están alerta a la necesidad presente y comprenden los requisitos de los tiempos mo-dernos, y ciertamente consagran todas sus energías a pro-curar el avance del saber y de la civilización. "¿Son iguales quienes saben y quienes no saben?... O ¿es la oscuridad igual a la luz?".21

Los doctos espirituales son lámparas de guía entre las naciones y estrellas de la buena fortuna que brillan desde el horizonte de la humanidad. Son fuentes de vida para quie-nes yacen sobre el lecho de muerte de la ignorancia y del descuido, y son manantiales cristalinos de perfecciones para quienes vagan sedientos por los yermos del error y de la imperfección. Son los puntos en que amanecen los em-blemas de la Unidad Divina e iniciados en los misterios del glorioso Corán. Son médicos hábiles del cuerpo desfallecido del mundo. Son el antídoto seguro contra el veneno que ha corrompido a la sociedad. Y son ellos quienes constituyen la plaza fuerte de las muy afligidas, angustiadas y ator-mentadas víctimas de la ignorancia. "El conocimiento es una luz que Dios arroja sobre el corazón de quien Él desea".

Sin embargo, Dios ha creado un signo y un símbolo para cada cosa, ha establecido criterios y pruebas mediante las cuales puedan ser conocidas. Los doctos espirituales deben caracterizarse por las perfecciones tanto interiores como exteriores; deben poseer un buen carácter, una naturaleza esclarecida, intención pura, así como un poder intelectual, brillantez y discernimiento, intuición, discreción y previ-sión, templanza, reverencia y un sentido del temor de Dios. Sin embargo, un cirio apagado, por abultado que sea su grosor y su altura, no es mejor que una palmera estéril o una pila de leña.

La de rostro en flor puede hacer mohínes o hacerse querer,

la bella cruel puede coquetear o tornarse huidiza;

pero en la fea la timidez sienta mal,

y el dolor en el ojo del ciego es herida por partida doble.22

Una tradición autorizada afirma: "En cuanto a aquel que es docto23, debe guardarse, defender su fe, oponerse a sus pasiones y obedecer los mandamientos de su Señor. Es en-tonces deber del pueblo modelar sus personas a semejanza de él". Puesto que estas ilustres y santas palabras encarnan todas las condiciones del saber, parece conveniente dedi-carles un breve comentario a elucidar su sentido. Quien-quiera que carezca de estas calidades divinas y no demues-tre estos requisitos indeclinables en su propia vida, no de-bería ser tratado como docto ni es digno de servir como modelo de los creyentes.

El primero de estos requisitos es guardarse uno mismo. Es evidente que esto no se refiere a la protección de uno mismo respecto de calamidades y pruebas materiales, pues los Pro-fetas y santos se vieron, todos y cada uno, sometidos a las penalidades más amargas que el mundo haya podido ten-derles, y fueron los objetos de toda clase de crueldades y agresiones por parte de la humanidad. Sacrificaron sus vidas por el bienestar del pueblo, y de todo corazón se apresuraron al lugar del martirio; y con sus perfecciones interiores y exte-riores engalanaron a la humanidad con los ropajes de unas cualidades excelentes, tanto adquiridas como innatas. El sig-nificado primario de este guardarse uno mismo es adquirir los atributos de la perfección espiritual y material.

El primer atributo de la perfección es el saber y los lo-gros culturales de la mente, y esta estación eminente consí-guese cuando la persona combina en sí misma un conoci-miento pleno de las realidades complejas y trascendentes referidas a Dios, de las verdades fundamentales de la ley política coránica y religiosa, de los contenidos de las sagra-das Escrituras de los demás credos, así como de las normas y disposiciones que han de contribuir al progreso de la ci-vilización de este distinguido país. Además, debería estar informado de las leyes y principios, costumbres, usos y condiciones, así como de las virtudes materiales y morales que caracterizan el gobierno de las demás naciones; y debe-ría estar bien versado en todas las ramas útiles del saber contemporáneo, y estudiar los testimonios históricos de los pueblos y gobiernos pretéritos. Pues si una persona docta desconoce las sagradas Escrituras y el campo completo de la ciencia divina y natural, de la jurisprudencia y el arte de gobernar y de los variados saberes de la época y de los grandes acontecimientos de la historia, quizá no sepa estar a la altura en una emergencia, y ello desdice de la necesaria calidad de un conocimiento cabal.

Si, por ventura, un docto espiritual y musulmán entabla-ra debate con un cristiano ignorándolo todo sobre las glo-riosas melodías del Evangelio, por mucho que predicase el Corán e impartiese sus verdades, se vería incapaz de con-vencer al cristiano y sus palabras caerían en oídos sordos. Si el cristiano observase que el musulmán está mejor versado en los fundamentos del cristianismo que los propios sacer-dotes cristianos, y comprendiera el sentido de las Escrituras incluso mejor, éste aceptará gustoso los argumentos mu-sulmanes, o en todo caso no tendría otro remedio.

Cuando el Jefe del Exilio24 llegó a la presencia de ese Luminar de sabiduría divina, de salvación y certeza, el Imám Ri¤á, si esta mina del conocimiento no hubiera acer-tado a respaldar sus argumentos con autoridades solventes y familiares al Exiliarca, este último nunca hubiera recono-cido la grandeza de Su Santidad.

Por otra parte, el Estado se basa en dos poderosas fuer-zas: el poder legislativo y el ejecutivo. El centro focal del poder ejecutivo es el gobierno, en tanto que el del legislati-vo lo constituyen los doctos. Si este último gran apoyo y pilar se demostrase fallido, ¿cómo suponer que el Estado habrá de tenerse en pie?

En vista de que en la época actual personas tan cabal-mente desarrolladas y poseídas de un saber tan exhaustivo son harto difíciles de encontrar, y que el Gobierno y el pue-blo necesitan gravemente orden y orientación, resulta esen-cial establecer un cuerpo de sabios cuyos diferentes grupos integrantes se constituyan como expertos en cada una de las ramas antedichas del conocimiento. Este cuerpo debería deliberar con la mayor energía y vigor sobre los requisitos presentes y futuros, y aportar orden y concierto.

Hasta la fecha, la ley religiosa no ha ejercido un papel de-cisivo en nuestros tribunales debido a que cada uno de los ulamá ha venido emitiendo sus propios veredictos como creía conveniente, basándose en su interpretación arbitraria y opinión personal. Por ejemplo, dos hombres acuden ante la ley, y uno de los ulamá falla a favor del demandante en tanto que el segundo lo hace a favor del demandado. Puede inclu-so llegar a ocurrir que en un mismo e idéntico caso se adop-ten dos decisiones contradictorias por un mismo mujtahid, sobre la base de que tuvo una inspiración en un sentido y luego una segunda en sentido contrario. No cabe duda de que este estado de cosas ha sembrado la confusión en todos los asuntos de importancia, y que socava los fundamentos mismos de la sociedad. Pues de esta forma ni el demandante ni el demandado pierden esperanzas de salir airosos, y cada uno por su parte ha de malgastar su vida en tentativas por conseguir que un veredicto posterior invalide el precedente. Así, todo su tiempo se dedica a pleitear, con el resultado de que en lugar de invertir su vida en empresas beneficiosas o en los necesarios menesteres personales, se dedica por com-pleto a la disputa. En efecto, ambos litigantes bien podrían estar muertos, pues que no han de servir al Gobierno o a la comunidad en lo más mínimo. Sin embargo, si se adoptara un veredicto definitivo y concluyente, la parte convicta abandonaría forzosamente toda esperanza de reabrir el caso, y por consiguiente en este sentido se vería aliviada y volvería a ocuparse de sus asuntos, propios y ajenos.

Puesto que los medios primarios para garantizar la paz y tranquilidad del pueblo, y el medio más efectivo para el adelanto de humildes y encumbrados radica en este asunto importantísimo, compete a los sabios miembros de esa gran asamblea consultiva, por estar plenamente versados en la ley divina, el desarrollar un solo régimen, directo y definitivo, con que solventar los litigios. Dicho instrumento será pro-clamado a través del país por orden del Rey, y sus disposi-ciones cobrarán fuerza de obligado cumplimiento. Esta cues-tión es fundamental y requiere la mayor de las urgencias.

El segundo atributo de la perfección es la justicia y la imparcialidad. Significa esto que no se tengan en cuenta el beneficio personal o ventaja egoísta, así como ejecutar las leyes de Dios sin la menor preocupación por nada más. Significa verse uno mismo como uno de los siervos de Dios, el Todoposeedor, y, excepto en lo que toca a la distinción espiritual, nunca procurar destacar por encima de los de-más. Significa considerar el bienestar de la comunidad como propio. Significa, en suma, mirar a la humanidad como a una sola persona, y a uno mismo como a miembro de esa forma corpórea, y tener por muy cierto que si el do-lor o una herida aflige a cualquier miembro de tal cuerpo, inevitablemente acarreará sufrimiento a todo lo demás.

El tercer requisito de la perfección es alzarse con sinceri-dad completa y pureza de intención a educar a las masas: ejercer el máximo esfuerzo para instruirlas en las diversas ramas del saber y ciencias útiles, animar el desarrollo del progreso moderno, ampliar los alcances de comercio, in-dustria y artes, fomentar medidas tales que aumenten la ri-queza del pueblo. Pues la masa de población se encuentra desinformada sobre estos instrumentos vitales que han de constituir un remedio inmediato para los males crónicos de la sociedad.

Es esencial que los estudiosos y los doctos espirituales velen con toda sinceridad y pureza de intención, tan sólo por amor a Dios, por impartir consejo y exhortar a las ma-sas y clarificar su visión con el colirio que es el conoci-miento. Pues hoy día, debido a lo profundo de su supersti-ción, el pueblo imagina que cualquier persona que cree en Dios y Sus signos, y en los Profetas y las revelaciones divi-nas y leyes, y es una persona devota y temerosa de Dios, debe necesariamente permanecer ociosa y pasar los días en un sopor, a fin de que a los ojos de Dios se la tenga por al-guien que ha abandonado el mundo y sus vanidades, ha puesto su corazón en la vida venidera y se ha aislado de los demás seres humanos a fin de acercarse a Dios. Puesto que este asunto será desarrollado en otro apartado del presente texto, nos desentenderemos de él por el momento.

Otros atributos de la perfección son el temor de Dios, el amor a Dios por el amor a Sus siervos, ejercitar la afabili-dad, calma y tolerancia, ser sincero, dócil, clemente y com-pasivo; poseer resolución y valor, honradez y energía, es-forzarse y esmerarse, ser generoso, leal, carente de malicia, poseer celo y pundonor, ser magnánimo y elevado de mi-ras, y guardar la debida consideración por los derechos de los demás. No es cabal quienquiera que carezca de estas cualidades humanas excelentes. Si fuéramos a explicar los significados interiores de cada uno de estos atributos, "el poema requeriría setenta resmas de papel".

El segundo de los criterios espirituales que dan la medi-da del poseedor del conocimiento es que defienda su Fe. Es evidente que estas santas palabras no se refieren exclusi-vamente a la búsqueda de las implicaciones de la Ley, a la observancia de las formas del culto, a evitar pecados mayo-res y menores o a practicar los preceptos religiosos, y, por todos estos métodos, proteger la Fe. Antes bien, significan que el conjunto de la población debería protegerse en todos los sentidos; que no deberían ahorrarse esfuerzos por adoptar una combinación de todas las medidas posibles que han de elevar la Palabra de Dios, acrecentar el número de creyentes, promover la Fe de Dios y exaltarla y tornarla victoriosa entre las demás religiones.

En efecto, si las autoridades religiosas musulmanas hu-bieran perseverado en esta misma dirección, como hubiera sido menester, a estas alturas toda nación de la tierra se ha-bría acogido al abrigo de la unidad de Dios, y el fuego bri-llante de "pueda Él hacerlo victorioso sobre todas las demás religiones"25 habría flameado como el sol en el corazón mismo del mundo.

Quince siglos después de Cristo, Lutero, quien original-mente fuera uno de los doce miembros de un cuerpo reli-gioso católico emplazado en el centro del gobierno papal, y quien más tarde inaugurara la creencia religiosa protestante, se opuso al Papa en punto a determinadas cuestiones de la doctrina tales como la prohibición del matrimonio monástico, la reverencia y genuflexión ante imágenes de los Apóstoles y otras figuras del pasado cristiano, así como en lo referente a otras prácticas religiosas o ceremonias que se habían añadido a las disposiciones del Evangelio. Aunque en esa época el poder del Papa era enorme y se le miraba con tal temor que los reyes de Europa vacilaban y temblaban ante él, y en su poderoso puño sostenía las riendas de todos los asuntos de mayor importancia de Europa, no obstante, debido a que Lutero estaba demostradamente en lo cierto con relación a la libertad de los jefes religiosos de contraer matrimonio, la abstención de rendir culto y postrarse ante imágenes y repre-sentaciones en las iglesias, y la abrogación de ceremonias que habían sido añadidas al Evangelio, y puesto que se adopta-ron los medios adecuados para la promulgación de sus puntos de vista, durante estos últimos cuatrocientos y tantos años la mayoría de la población de Norteamérica, cuatro quintas partes de Alemania e Inglaterra y un gran porcentaje de los austríacos, en suma, ciento veinte millones de perso-nas procedentes de otras denominaciones cristianas, han en-trado en la Iglesia protestante. Los adalides de esta religión no cejan todavía en promoverla, y hoy día, en la costa orien-tal de África, ostensiblemente a fin de emancipar a los suda-neses y varios pueblos negros, han establecido escuelas y co-legios y se ocupan en formar y civilizar por completo a las tribus salvajes del África, bien que su verdadero y funda-mental propósito es el de convertir al protestantismo a algu-nas de las tribus negras musulmanas. ¡Toda comunidad brega por el adelanto de su pueblo, y nosotros [esto es, los musulmanes] dormimos!

Aunque no es claro qué fin impulsó a este hombre o adónde iba encaminado, obsérvese cómo los esfuerzos en-tregados de los jefes protestantes han difundido sus doctri-nas por doquier.

Ahora bien, si el ilustre pueblo del Dios único, los re-ceptores de Sus confirmaciones, los objetos de Su auxilio divino, pusiera todo su empeño y, con dedicación completa, confiando en Dios y apartándose de todo menos de Él, adoptase métodos para la difusión de la Fe y plegara todos sus esfuerzos con este fin, es seguro que Su luz Divina en-volvería a la tierra entera.

Unos pocos, desconocedores de la realidad que discurre bajo la superficie de los acontecimientos, quienes no pue-den sentir el pulso del mundo bajo sus dedos, quienes no saben cuán masiva dosis de verdad debe administrarse para curar esta vieja enfermedad crónica de la falsedad, creen que la Fe sólo puede esparcirse por la espada, y apuntalan su opinión con el hadiz "soy Profeta por la espa-da". Sin embargo, si examinasen detenidamente esta cues-tión, verían que en este día y época la espada no es un me-dio apto para promulgar la Fe, pues sólo llenaría de terror y revulsión los corazones de las gentes. De acuerdo con la Ley divina de Mu¥ammad, no está permitido forzar al Pue-blo del Libro a que reconozca y acepte la Fe. Aunque es obligación sagrada que incumbe a todo creyente consciente en la unidad de Dios guiar a la humanidad a la verdad, los hadices "soy Profeta por la espada" y "se Me ha ordenado que amenace las vidas de las gentes hasta que digan ‘no hay otro Dios sino Dios’" se referían a los idólatras de los Días de la Ignorancia, quienes en su ceguera y bestialidad se habían rebajado más allá del plano de los seres humanos. Una fe nacida a golpes de espada apenas merece crédito, y por cualquier causa menor podría recaer en el error e incre-dulidad. Después de la ascensión de Mu¥ammad y de Su tránsito a "la sede de verdad, en presencia del poderoso Rey" 26, las tribus vecinas de Medina apostataron y recaye-ron en la idolatría del período pagano.

Recordad la hora cuando los santos alientos del Espíritu de Dios [Jesús] difundían su fragancia sobre Palestina y Galilea, sobre las riberas del Jordán y las regiones vecinas de Jerusalén, y la hora cuando las maravillosas melodías del Evangelio resonaban en los oídos de los espiritualmente iluminados. Pues bien, por entonces todos los pueblos de Asia y Europa, de África y América, y de Oceanía (la cual abarca las islas y archipiélagos de los océanos Pacífico e Ín-dico) eran paganos y adoradores del fuego e ignoraban la Voz divina que habló en el Día del Convenio.27 Sólo los ju-díos creían en la divinidad y unidad de Dios. Tras la pro-clamación de Jesús, el aliento puro y vivificador de Su boca confirió durante tres años vida eterna a los habitantes de aquellas regiones, y mediante la Revelación divina y la Ley de Cristo, quedó establecido en aquella época el remedio vital para el cuerpo exangüe de la humanidad. En los días de Jesús sólo unas pocas personas volvieron sus rostros ha-cia Dios; de hecho, sólo los doce discípulos y unas pocas mujeres se convirtieron en auténticos creyentes, e incluso uno de los discípulos, Judas Iscariote, apostató de su fe, re-bajando el número a once. Después de la ascensión de Jesús al Reino de Gloria, estas pocas almas se rehicieron merced a sus cualidades espirituales y a obras que eran puras y san-tas, y se alzaron por el poder de Dios y los alientos vivifica-dores del Mesías para salvar a todos los pueblos de la tierra. Todas las naciones idólatras, tal como los judíos, se levanta-ron entonces con su poder para extinguir el fuego divino que había sido alumbrado en la lámpara de Jerusalén. "Imaginan que han apagado la luz de Dios con sus bocas; pero Dios ha querido perfeccionar Su luz, aunque los infie-les la aborrecen".28 Sometiéndolas a las más fieras torturas, entregaron a la muerte a estas almas santas; con cuchillos de carnicero trocearon los cuerpos puros e inmaculados de algunos y los quemaron en hornos, y a otros seguidores los sometieron al potro y los quemaron vivos. A pesar de re-compensarles con esta agonía, los cristianos continuaron enseñando la Causa de Dios, y no desenvainaron nunca la espada de su funda, ni siquiera causaron rasguño a una sola mejilla. Al final, la Fe de Cristo abrazó la tierra entera, de modo que en Europa y Norteamérica no quedaron tra-zas de otras religiones, y aun hoy día, en África y Oceanía, viven grandes muchedumbres acogidas al santuario de los Cuatro Evangelios.

Ante las irrefutables pruebas antedichas, ha quedado plenamente demostrado que la Fe de Dios debe propagarse mediante perfecciones humanas, mediante cualidades que sean excelentes y agradables y una conducta espiritual. Si un alma, por propio impulso, se acercase a Dios, será acep-tada en el Umbral de Unidad, pues tal sujeto está libre de consideraciones personales, avaricia o intereses egoístas y ha recalado dentro de la protección acogedora de su Señor. Se le conocerá entre los hombres como a quien es honrado y veraz, templado y escrupuloso, magnánimo y leal, insobor-nable y temeroso de Dios. De esta forma, el propósito pri-mario al revelar la Ley divina –que es procurarse la felici-dad en la vida futura, y la civilización y el refinamiento del carácter en ésta– se verá cumplido. En cuanto a la espada, sólo producirá a un hombre creyente en lo externo, pero traidor y apóstata en lo interno.

Relataremos en este punto una historia que ha de servir de ilustración para todos. Las crónicas árabes refieren que, en una época anterior al advenimiento de Mu¥ammad, Nu’mán, hijo de Mundhir el Lakhmí, un rey árabe de los Días de la Ignorancia, cuya sede de gobierno se situaba en Æirih, había frecuentado tantas veces a la copa de vino que su conciencia estaba ofuscada y su razón le había abando-nado. Sumido en esta condición de insensibilidad y em-briaguez, impartió órdenes de que sus compañeros del alma, sus íntimos y muy amados amigos Khálíd, hijo de Mudallil y ‘Amr hijo de Mas’úd-Kaldih, debían ser ajusti-ciados. Cuando despertó de su melopea, preguntó por los amigos y recibió las desdichadas noticias. Su corazón cayó enfermo, y debido al intenso amor y nostalgia que les pro-fesaba, construyó dos monumentos espléndidos sobre sus tumbas, a las que denominó "Ensangrentadas".

Acto seguido, en recuerdo de los dos compañeros, sepa-ró dos días del calendario, designando a uno de ellos Día del Mal y al otro Día de la Gracia. Cada año, con motivo de estos dos días designados, desfilaba con pompa y majestad hasta tomar asiento entre los dos monumentos. Si durante el Día del Mal recaía su ojo sobre alma alguna, tal persona era entregada a la muerte; pero si en el Día de la Gracia, quienquiera que se le cruzara era colmado de regalos y pre-bendas. Tal era su norma, sellada con rotundo juramento y siempre rígidamente observada.

Cierto día montó en su caballo, de nombre Ma¥múd, y salió de caza por las llanuras. De repente divisó en la lejanía un onagro. Así que apretó la marcha para capturarlo, pero galopó tan raudo que perdió el rastro de su comitiva. Con-forme se hacía de noche, el Rey hallábase desesperadamente perdido. En medio del desierto avistó una tienda, por lo que volvió su montura en aquella dirección. Cuando alcanzó la entrada de la tienda preguntó: "¿Recibiréis a un huésped?". El dueño, Æanzala, hijo de Abí-Ghafráy-i-®á’í) respondió que sí y se aprestó a ayudar a que Nu’mán desmontase. Luego volviose donde su esposa, diciéndole: "Hay claras señales de grandeza en el porte de este personaje. Esmérate por mos-trarte hospitalaria y dispón un festín". Su mujer dijo: "Tenemos una oveja. Sacrifícala. Yo he guardado harina para un día así". Æanzala primero de todo ordeñó la oveja y aga-sajó a Nu’mán con un cuenco de leche, seguido de lo cual sa-crificó la oveja y preparó el manjar; y entre la amistad y la obsequiosidad pasó la noche Nu’mán en paz y tranquilidad. Cuando se hizo el alba, Nu’mán se dispuso a partir, cuando le dijo a Æanzala: "Me habéis dispensado la mayor generosi-dad con vuestra acogida y agasajos. Soy Nu’mán, hijo de Mundhir; aguardaré ansioso vuestra llegada a mi corte".

Pasó el tiempo y el hambre sobrevino en la Tierra de ®ayy. Æanzala padeció gran penuria, razón por la que buscó el auxilio del rey. Por una extraña coincidencia llegó en el Día del Mal. Nu’mán sintió una honda turbación de espíritu. Comenzó a recriminar a su amigo, diciéndole: "¿Por qué ha-béis acudido a nuestro amigo en este día de entre todos los días? Pues éste es el Día del Mal, esto es, el Día de la Ira y el Día de la Aflicción. Si en este día mis ojos reparasen en Qá-bús, mi único hijo, ni tan siquiera él escaparía con vida. Ahora, pues, pedidme cualquier favor que os plazca".

Æanzala dijo: "Nada sabía yo del Día del Mal. En cuanto a los regalos de esta vida, éstos tienen su destino en los vi-vientes, y puesto que en esta hora debe apurar la muerte, ¿de qué podrían abastecerme todos los almacenes del mundo?"

Nu’mán contestó: "La cosa ya no tiene remedio".

Æanzala le dijo: "Prorrogadme, pues, la vida, para que pueda volver donde mi mujer y hacer testamento. El año que viene volveré a vos, en el Día del Mal".

Nu’mán solicitó un garante, de modo que si, Æanzala incumplía su palabra, éste sufriera la muerte en su lugar. En su desamparo y aturdimiento, Æanzala miró a su alrededor. Su vista reparó en uno de los miembros del séquito, un tal Sharík, hijo de ‘Amr hijo de Qays de Shaybán, al que le recitó estos dos versos: "¡Oh mi compañero, oh hijo de ‘Amr! ¿Hay alguna escapatoria de la muerte? ¡Oh hermano de todo afligido! ¡Oh hermano del que carece de hermanos! ¡Oh hermano de Nu’mán, en ti tiene el Shaykh una prenda. Donde está Shaybán el noble, ¡que el Todomisericordioso le favorezca!" Pero Sharík sólo acertó a responder: "¡Hermano mío, el hombre no puede jugarse la vida!". Ante esto la víctima no supo adónde volverse. Fue entonces cuando un hombre llamado Qarád, hijo de Adja, el Kalbí, se levantó ofreciéndose en garantía y aceptando que, de no presentarse aquél en el Día de la Ira, el Rey podría deshacerse de su propia persona como se le antojase. Nu’mán despidió a Æanzala con quinientos camellos.

Pasado un año, en el Día del Mal, tan pronto como la au-rora rasgó el cielo, Nu’mán, desfiló tal como solía, con pompa y circunstancia, en dirección a los dos mausoleos, conocidos como las Ensangrentadas. Trajo consigo a Qarád, para descargar su regio juramento sobre su persona. Los pilares del estado soltaron su lengua e imploraron miseri-cordia y que el Rey le condonase la pena hasta el anochecer, pues esperaban que Æanzala pudiera volver todavía; pero el objetivo del Rey era el de perdonar la vida de Æanzala, y compensarle su hospitalidad condenando a muerte a Qarád en su lugar. Conforme el sol comenzó a ocultarse, despoja-ron a Qarád de sus vestiduras, dispuestos ya a sajar su ca-beza. En aquel momento pudo divisarse un jinete que galo-paba con toda presteza en la lejanía. Nu’mán preguntó al verdugo: "¿Por qué os demoráis?". Los ministros contesta-ron: "Quizá sea Æanzala el que se aproxima". Y cuando el jinete hizo acto de presencia, vieron que no otro era el tal.

Nu’mán, sintiéndose sumamente contrariado, le espetó: "¡Cuán loco! Una vez lograsteis escapar a las garras de la muerte; ¿debíais tentarla una segunda vez?".

Y Æanzala respondió: "Dulce es a mi paladar y agradable a mi lengua el veneno de la muerte, pensando que con ello redimo mi promesa".

Nu’mán replicó: "¿Qué razón podíais albergar para esta honradez, esta obligación y esta consideración por vuestro juramento?" Æanzala respondió: "Es mi fe en el único Dios y en los Libros que han venido del cielo". Nu’mán respondió "¿Qué fe profesáis?" Y Æanzala manifestó: "Fueron los santos alientos de Jesús los que me devolvieron a la vida. Sigo el camino recto de Cristo, el Espíritu de Dios". Nu’mán añadió: "¡Permitidme inhalar las fragancias del Espíritu".

Y así fue como Æanzala despegó la blanca mano de la guía del pecho del amor de Dios29 e iluminó la visión e in-tuición de los observadores con la luz del Evangelio. Des-pués de haber recitado con acentos melodiosos algunos de los versículos divinos del Evangelio, Nu’mán y todos sus ministros repudiaron los ídolos y la idolatría y fueron con-firmados en la Fe de Dios, diciendo: "¡Ay, mil veces ay, por cuanto hasta ahora permanecíamos totalmente ajenos a esta infinita misericordia de la que estábamos velados, y nos hallábamos desprovistos de esta lluvia que mana de las nu-bes de la gracia de Dios". El Rey destruyó en el acto los dos monumentos conocidos como las Ensangrentadas, y se arrepintió de su tiranía y estableció la justicia en la tierra.

Observad cómo una sola persona, aparentemente desco-nocida y carente de rango, habitante del desierto por más señas, gracias a que exhibió las cualidades de los puros de corazón, fue capaz de liberar a este orgulloso soberano y a sus acompañantes de la negra noche del descreimiento, guiándolos hacia la mañana de la salvación; cómo pudo salvarlos de la perdición de la idolatría y atraerlos a las pla-yas de la unidad de Dios; y cómo pudo poner término a las prácticas que plagaban a toda una sociedad reduciendo a sus gentes a la barbarie. Debe pensarse hondamente sobre ello y comprender su significado.

Me duele el corazón, pues compruebo con gran pena que la atención de las gentes en ninguna parte va encaminada a cuanto es digno de este día y época. El Sol de la Verdad se ha alzado sobre el mundo; pero nosotros estamos entrampados en lo oscuro de nuestras imaginaciones. Las aguas del Más Grande Océano braman a nuestro alrededor, en tanto que nosotros andamos resecos y debilitados por la sed. Del cielo nos llega el pan divino, no obstante caminamos a ciegas y tropezamos en una tierra afligida por el hambre. "Entre so-llozos y lamentos gira la noria de mis días".

Una de las razones principales por las que las gentes de otras religiones han rehuido o no han acertado a convertirse a la Fe de Dios es el fanatismo y un celo religioso irracional. Ved, por ejemplo, las divinas palabras que fueron dirigidas a Mu¥ammad, el Arca de Salvación, el Rostro Luminoso y Señor de los Hombres, por las cuales se le instaba a mos-trarse amable y muy paciente con las gentes: "Debatid con ellos de la forma más amable".30 Aquel Árbol Bendito cuya luz no era "ni de Oriente ni de Occidente"31 y que sobre to-dos los pueblos de la tierra desparramó la abrigada sombra de una gracia sin tasa, demostró infinita amabilidad y pa-ciencia en su trato con cada uno. En estas palabras, asimis-mo, Moisés y Aarón recibieron órdenes de retar al Faraón, Señor de las Estacas:32 "Habladle con un discurso amable".33

Aunque el noble proceder de los Profetas y Santos de Dios es ampliamente conocido, y por cierto hasta la llegada de la Hora,34 constituyen, en todos los aspectos de la vida, una pauta excelente para la emulación de toda la humanidad, no obstante algunos de los que han permanecido desatentos y se han separado de estas cualidades de compasión y amabili-dad extraordinarias, y no han podido alcanzar los significa-dos interiores de los Libros santos. No sólo rehúyen escru-pulosamente a los seguidores de otras religiones que no sean la suya, sino que ni siquiera se permiten mostrarles la obli-gada cortesía. Si la persona no se permite mezclarse con otra, ¿cómo podrá guiarla de la oscura y vacía noche de negación de "no hay de Dios" a la mañana brillante de la creencia, y de la afirmación "sino Dios"?35 Y ¿cómo puede alguien encare-cerles o animarles a que se levanten del abismo de perdición e ignorancia y escalen las alturas de salvación y conocimien-to? Sed justos: Si Æanzala no hubiera tratado a Nu’mán con verdadera amistad, agasajándole con amabilidad y hospitali-dad, ¿podría haber conseguido que el Rey y un gran número de otros idólatras reconocieran la unidad de Dios? Mantener-se distante de las gentes, rehuirlas, mostrarse áspero con ellas, hará que se muestren remisas, en tanto que el afecto y la consideración, la afabilidad y paciencia atraerán sus cora-zones hacia Dios. Si un verdadero creyente expresara rechazo al verse con una persona en país extranjero, y pronunciase palabras horribles que prohíban la relación con forasteros ta-chándolos de "impuros", el extranjero se verá agraviado y ofendido al extremo de que nunca aceptará la Fe, incluso si se realizara el milagro de la partición de la luna ante sus mis-mos ojos. Los resultados de rehuirle serían éstos: que de ha-ber sentido en su corazón alguna inclinación hacia Dios, se arrepentiría de ello y escaparía del mar de la Fe a los yermos del olvido y descreimiento. Y al volver a su propio país, pu-blicaría en la prensa declaraciones al efecto de que tal y tal nación carecen absolutamente de las calidades de un pueblo civilizado.

Si ponderásemos un tanto los versículos y pruebas corá-nicas, junto con los relatos tradicionales que nos han sido transmitidos por esas estrellas del cielo de la Unidad divi-na, los Santos Imámes, nos convenceremos del hecho de que si un alma está dotada de los atributos de la verdadera fe y caracterizada por cualidades espirituales, ante la hu-manidad entera se convertirá ella en un emblema de las vastas mercedes de Dios. Pues los atributos del pueblo de fe son la justicia y equidad; la paciencia, la compasión y la ge-nerosidad; la consideración hacia los demás; el candor, la honradez y la lealtad; el amor y la amabilidad; la devoción y el tesón y la humanidad. Si, por tanto, una persona se muestra realmente recta, se hará valer de todos los medios que atraigan los corazones de los hombres y, mediante los atributos de Dios, los acercará al recto camino de la fe y procurará que beban del río de la vida sempiterna.

Hoy día hemos cerrado nuestros ojos a todo acto recto y hemos sacrificado la felicidad duradera de la sociedad a nuestro propio provecho transitorio. Consideramos nuestro fanatismo y celotismo como si redundasen en honor y cré-dito nuestro; mas no contentos con esto, nos denunciamos entre nosotros y maquinamos nuestra mutua ruina. Y cuando quiera que deseamos montar un alarde de sabiduría y conocimientos, de virtud y rectitud, nos dedicamos a burlarnos y escarnecer a éste o aquél. "Las ideas de Fulano", solemos decir, "van muy desencaminadas, y la conducta de Zutano deja mucho que desear. Las observancias religiosas de Zayd son bastante escasas, y ‘Amr no es firme en su fe. Las opiniones de Perengano tienen un regusto europeo. En lo fundamental, Donnadie sólo piensa en su propia fama y renombre. Ayer noche, cuando la congregación se puso en pie para la plegaria, la fila estaba desaliñada, y no es permi-sible seguir a un imám diferente. Este mes no ha fallecido ningún ricohombre, y nada se ha ofrecido a la caridad en memoria del Profeta. El edificio de la religión se ha desmo-ronado, los cimientos de la religión han saltado por los ai-res. La esterilla de la creencia ha sido replegada, las pren-das de la certeza han quedado borradas; el mundo entero ha caído en el error; mas cuando corresponde hacer frente a la tiranía, todos se muestran suaves y remisos. Han trans-currido días y meses, y estas aldeas y propiedades siguen perteneciendo a los mismos dueños del año anterior. En este pueblo solía haber setenta gobiernos diferentes que funcionaban en buen orden, pero este número ha ido decre-ciendo de continuo; ahora sólo quedan veinticinco, un mero vestigio. Hubo un tiempo en el que el mismo muftí podía pronunciar en un solo día doscientas sentencias contradic-torias, en cambio ahora apenas llegan a las cincuenta. En aquellos días había multitudes de gentes aguijoneadas por el prurito de pleitear, y ahora descansan en paz; cierto día el demandante salía derrotado y el defendido victorioso; al otro día era el querellante quien ganaba el caso y el defen-dido quien lo perdía; empero, ahora esta excelente práctica también ha sido relegada. ¿Qué ocurre con esta religión pa-ganizada, esta clase de error idólatra? ¡Ay de la Ley, ay de la Fe, ay de todas estas calamidades! ¡Oh hermanos en la Fe! ¡Éste es el fin del mundo! ¡El Juicio ha llegado!"

Con palabras semejantes a éstas asaltan las conciencias de las masas desamparadas y perturban los corazones de los pobres ya de por sí aturdidos, quienes nada saben del verdadero estado de los asuntos y de la base real que sus-tenta semejante cháchara, permaneciendo del todo desco-nocedores del hecho de que tras esta elocuencia supuesta-mente religiosa se ocultan mil propósitos egoístas. Imagi-nan que los oradores de esta índole se hallan motivados por el celo virtuoso, cuando la verdad es que tales personajes lanzan su gran clamorío al ver reflejada su ruina personal en el bienestar de las masas, y creen que si los ojos del pue-blo se abriesen, su propia aureola habría de esfumarse. Sólo la percepción más aguda detectará el hecho de que si los co-razones de estas personas se vieran en verdad impulsados por la rectitud y el temor de Dios, su fragancia, como el al-mizcle, se desperdigaría por doquier. Nada en el mundo puede sustentarse exclusivamente en palabras.

Mas estos búhos de mal agüero han cometido una fechoría

Y han aprendido a cantar a guisa de blanco halcón,

Mas ¿qué ha de ser del mensaje del Saba que trae el avefría,

Si el avetoro aprende a cantar su canción?36

Los doctos espirituales, quienes han derivado infinitos significados y sabiduría del Libro de la Revelación Divina, y cuyos corazones iluminados se inspiran en el mundo in-visible de Dios, ciertamente están empeñados en lograr la supremacía de los verdaderos seguidores de Dios, en todos los respectos y sobre todo los pueblos, y bregan y se deba-ten por valerse de todo instrumento que aporte progreso. Si cualquier hombre descuidase estas elevadas miras, jamás se demostrará aceptable a los ojos de Dios; destacará con todas sus faltas mientras se proclama perfecto, estando desahu-ciado se hará pasar por opulento.

Un perezoso, ciego y hosco es una medianía:
"Un puñado de carne, sin pies ni alas".
Cuán lejos está quien imita y se pavonea
Del iluminado que sabe de buena tinta.
El uno es un eco, bien que claro y agudo,
Y el otro, arpa en mano, David el salmista.

El desconocimiento, la pureza, la devoción, la disciplina y la independencia no guardan relación alguna con la apa-riencia externa o el atuendo. En cierta ocasión, en el curso de mis viajes escuché de cierto personaje eminente la si-guiente observación excelente, cuyo encanto e ingenio per-duran en mi memoria: "No todo turbante de clérigo es una prueba de contención y conocimiento; ni todo sombrero laico, una señal de ignorancia e inmoralidad. ¡Cuántos sombreros han alzado orgullosamente la enseña del cono-cimiento, cuántos turbantes han rebajado la Ley de Dios!".

El tercer elemento de la expresión que examinamos reza: "Se opone a sus pasiones". ¡Cuán maravillosas son las im-plicaciones de esta frase engañosamente fácil y universal! Es éste el cimiento mismo de toda cualidad humana enco-miable; estas pocas palabras encarnan, por cierto, la luz del mundo, la defensa inatacable de todos los atributos espiri-tuales del ser humano. Éste es el eje de toda conducta, el medio con el que mantener en equilibrio todas las buenas cualidades del hombre.

Pues el deseo es una llama que ha reducido a cenizas las cosechas incontables de toda una vida de los doctos, un fuego devorador que nunca podrá extinguir aun el vasto océano de su conocimiento acumulado. ¡Cuán a menudo ha ocurrido que una persona que estaba agraciada con todos los atributos de la humanidad y que lucía la joya del verda-dero entendimiento, no obstante fue a la zaga de sus pasio-nes hasta que sus cualidades excelentes rebasaron la mode-ración y él se vio abocado al exceso! Sus intenciones puras trocáronse en malignas, y sus atributos ya no fueron pues-tos a servir destinos propios de ellos, y el poder de sus de-seos lo desviaron de la rectitud y sus recompensas hacia fi-nes que eran turbios y peligrosos. Un buen carácter es, a los ojos de Dios y de Sus escogidos poseedores de perspicacia, la más excelente y elogiable cosa, pero siempre a condición de que su centro de emanación sea la razón y el conoci-miento y su base se asiente en la verdadera moderación. Si fuéramos a disertar sobre las repercusiones de este tema como se merece, la obra se prolongaría en demasía y nues-tro tema principal se perdería de vista.

Todos los pueblos de Europa, a pesar de su alardeada civilización, zozobran y naufragan en ese horrendo mar de la pasión y deseo, y es por ello por lo que los fenómenos de su cultura terminan en nada. Que nadie se maraville ante esta afirmación o la deplore. El propósito primario, el obje-tivo básico, de establecer leyes poderosas y disponer gran-des principios e instituciones que atiendan a cada aspecto de la civilización, es la felicidad humana; y la felicidad hu-mana consiste sólo en acercarse al Umbral del Dios Todo-poderoso, y en asegurar la paz y bienestar de cada miem-bro, humilde o encumbrado por igual, de la raza humana; y los medios supremos para el cumplimiento de estos dos objetivos son las cualidades excelentes con las que la hu-manidad ha sido dotada.

Una cultura superficial, que no esté apoyada en una mo-ralidad cultivada, es un "confuso amasijo de sueños"37, y el brillo externo sin perfección interior es "como el vapor del desierto, que el sediento sueña que es agua".38 Pues los re-sultados que han de ganar el beneplácito de Dios, y asegu-rar la paz y bienestar del hombre, nunca podrían alcanzarse mediante una civilización meramente externa.

Los pueblos de Europa no han avanzado hacia las altas planicies de la civilización moral, tal como lo demuestran claramente sus opiniones y modo de proceder. Nótese, por ejemplo, cómo el deseo supremo de los gobiernos y pueblos europeos consiste hoy día en conquistar y aplastarse mu-tuamente, y cómo, en tanto que se profesan la mayor y más secreta repulsión, invierten su tiempo en intercambiarse expresiones de afectuosa vecindad, amistad y armonía.

Ahí está el caso bien conocido de un gobernante que promueve la paz y tranquilidad al tiempo que dedica más energía que los propios militares a amasar armas y a le-vantar un gran ejército, amparándose en que la paz y la ar-monía sólo pueden ser habilitadas por la fuerza. La paz es el pretexto, y de día y de noche todos aúnan sus fuerzas para acumular más instrumental de guerra, y para sufragar la empresa sus desdichadas gentes deben sacrificar la ma-yor parte de cuanto son capaces de ganar con su esfuerzo y sudores. ¡Cuántos miles han debido abandonar su trabajo en las industrias útiles para trabajar día y noche en produ-cir nuevas y más letales armas que han de derramar la san-gre con mayor abundancia y como nunca antes!

Con cada día inventan una nueva bomba o explosivo, y seguido de esto los gobiernos deben abandonar sus armas obsoletas para iniciar la producción de las nuevas, puesto que aquéllas ya no se sostienen frente a éstas. Por ejemplo, mientras escribo, en el año 1292 a.h.39, se han inventado en Alemania un nuevo rifle y un cañón de bronce en Austria cuya potencia de fuego supera, con creces a la del rifle Martini-Henry y al cañón Krupp, siendo más rápidos sus efectos y más eficaz su potencia aniquiladora. El coste asombroso de todo esto debe correr a cuenta de las masas desventuradas.

Sed justos: ¿Puede esta civilización nominal, sin el con-curso de una genuina civilización del carácter, aportar paz y bienestar a los pueblos o ganarse el beneplácito de Dios? O más bien, ¿no connota ello la degradación del estado huma-no y el derrumbamiento de los pilares de la paz y felicidad?

Se ha dicho que durante la guerra franco-prusiana, ocu-rrida en el año 1870 de la era cristiana, seiscientos mil hom-bres murieron en el campo de batalla, abatidos y reventa-dos. ¡Cuántos hogares fueron arrancados de cuajo; cuántas ciudades, que en la víspera eran florecientes, quedaron desmanteladas antes de despuntar el alba! ¡Cuántos hijos quedaron huérfanos y abandonados, cuántos padres y ma-dres ya de edad vieron cómo el fruto de sus vidas se retor-cía y agonizaba entre sangre y polvo! ¡Cuántas mujeres en-viudaron, sin ayuda ni protector!

Súmanse a esto las librerías y magníficos edificios de Francia que fueron pasto de las llamas, y el hospital militar, atestado de enfermos y heridos, que fue incendiado y arra-sado hasta los cimientos. Luego, siguieron los terribles acon-tecimientos de la Comuna, los actos salvajes, la ruina y el ho-rror, cuando las facciones enemigas lucharon a muerte por las calles de París. Hubo rencores y hostilidades entre los di-rigentes religiosos católicos y el Gobierno alemán. Hubo gue-rra civil y conmoción, derramamiento de sangre y estragos entre los partidarios de la República y los carlistas de España.

Son demasiados los casos mencionables que demuestran el hecho de que Europa está moralmente incivilizada. Puesto que el autor no desea difamar a nadie, se ha limita-do a estos pocos ejemplos. Es claro que ninguna conciencia bien informada y perspicaz puede admitir tales aconteci-mientos. ¿Es justo y conveniente que haya pueblos que, oponiéndose diametralmente a la conducta humana más deseable, contemplen tales horrores y tengan la osadía de decirse que son una civilización real y adecuada? Especial-mente cuando de todo esto no cabe esperarse logro alguno excepto la consecución de una victoria efímera; y puesto que este resultado nunca perdura, para el sabio no reviste ni merece la pena.

Repetidas veces a lo largo de los siglos, el Estado germa-no ha sometido al francés; y otras tantas veces el reino de Francia ha gobernado el territorio alemán. ¿Es admisible que en nuestro día seiscientas mil criaturas desdichadas sean ofrecidas e inmoladas ante fines y resultados tan no-minales y pasajeros? ¡No, por Dios, nuestro Señor! Incluso un niño acierta a comprender el mal de todo ello. Sin em-bargo, la procura de la pasión y el deseo envolverán los ojos con mil velos que se elevan desde el corazón para cegar la vista así como la intuición.

Deseo y yo entran por la puerta
Y borran la virtud, otrora brillante,
Y alzarán mil velos
Desde el corazón, para cegar los ojos.

La verdadera civilización desplegará su bandera en el corazón mismo del mundo cuandoquiera que determinado número de sus distinguidos y magnánimos soberanos –ejemplos brillantes de devoción y tesón– se alcen por el bien y la felicidad de toda la humanidad, con voluntad firme y visión clara, a establecer la Causa de la Paz Universal. Deben convertir la Causa de la Paz en el objeto de una consulta general y procurar por todos los medios a su al-cance establecer una Unión de las naciones del mundo. De-ben concluir un tratado vinculante y establecer un convenio cuyas disposiciones serán sensatas, inviolables y concretas. Deberán proclamarlo ante todo el mundo y recabar para él la sanción de toda la raza humana. Esta empresa noble y suprema –fuente real de la paz y bienestar de todo el orbe– deberá ser considerada sagrada por cuantos habitan en la tierra. Todas las fuerzas de la humanidad deben movilizar-se para asegurar la estabilidad y permanencia de este Más Grande Convenio. En este pacto exhaustivo deberán ser fi-jados claramente los límites y fronteras de todas y cada una de las naciones; quedarán definitivamente sentados los principios que subyacen a las relaciones de los gobiernos entre sí; y se reafirmarán todos los acuerdos y obligaciones internacionales. De igual manera, quedará estrictamente limitado el tamaño de los arsenales de cada Gobierno, pues si se consintiera que los preparativos de guerra y las fuerzas militares de cada nación se incrementasen, ello despertaría las sospechas de los demás. El principio fundamental que informa este Pacto solemne debería fijarse de manera tal que si en adelante un Gobierno violase cualquiera de sus disposiciones, todos los demás gobiernos de la tierra debe-rían alzarse a reducirlo a la más completa sumisión; más aún, la raza humana en su totalidad debería decidirse, con todo el poder a su disposición, a destruir a ese Gobierno. Si pudiera aplicarse éste el más grande de los remedios al cuerpo enfermo del mundo, seguramente se recobraría de sus males y permanecería eternamente a salvo y seguro.40

Obsérvese que, de producirse tan feliz coyuntura, nin-gún Gobierno necesitaría acopiar de continuo armas de guerra, ni se sentiría obligado a producir nuevas armas con las que conquistar a la raza humana. Una pequeña fuerza destinada a la seguridad interna, a la corrección de los ele-mentos criminales y pendencieros, a la prevención de dis-turbios locales, eso sería todo lo preciso, y no más. De esta suerte la población entera se vería, primero de todo, libera-da del fardo aplastante de los gastos hoy aplicados a desti-nos militares; y, en segundo lugar, muchísimas personas dejarían de dedicar su tiempo al continuo ingenio de armas de guerra –esos vestigios de la avaricia y sed de sangre, tan incongruentes con el don de la vida– y en lugar de ello em-peñarían sus esfuerzos en la producción de cuanto ha de realzar la existencia humana, la paz y el bienestar, y se con-vertirían en la causa del desarrollo y prosperidad universal. Cada nación de la tierra reinaría entonces con honor, y cada pueblo estaría acunado en la tranquilidad y el contento.

Unos pocos, desconocedores del poder latente en el es-fuerzo humano, consideran que el intento es enteramente impracticable, o peor, que está más allá del alcance de las mayores tentativas humanas. Sin embargo, tal no es el caso. Al contrario, gracias a la indefectible gracia de Dios, la bon-dad de sus favorecidos, los esfuerzos incomparables de los sabios y almas capaces, y los pensamientos e ideas de los impares dirigentes de esta época, nada en absoluto puede ser considerado inalcanzable. Esfuerzo, incesante esfuerzo es lo que se requiere. Nada que no sea una determinación inquebrantable podrá lograrlo. Muchas causas que en épo-cas pasadas fueron consideradas puramente visionarias se han vuelto en este día fáciles y hacederas. ¿Por qué ésta la más grande y eximia Causa –sol del firmamento de la ver-dadera civilización y causa de la gloria, avance, bienestar y triunfo de toda la humanidad– había de considerarse impo-sible de lograr? Sin duda llegará el día cuando su bella luz irradie sobre el concurso de la humanidad.

A tenor de cómo marchan los preparativos actuales, los dispositivos bélicos alcanzarán un punto en que la guerra habrá de volverse insoportable para la humanidad.

Es claro, por lo ya dicho, que la gloria y grandeza del hombre no consisten en su avidez de sangre o en lo afilado de sus garras, ni en arrasar ciudades o causar estragos, ni en destrozar fuerzas armadas o civiles. Lo que le reportará un futuro brillante será su reputación de justicia, su amabi-lidad hacia la población entera, humilde o encumbrada, su capacidad para levantar ciudades, países, aldeas y distritos, el hecho de facilitar una vida fácil, pacífica y feliz a sus con-géneres, y el hecho de sentar los principios fundamentales del progreso, con lo que se elevarán las condiciones y se acrecentará la riqueza de la población entera.

Considerad cómo a lo largo de la historia muchos reyes han ocupado tronos en calidad de conquistadores. Entre ellos figuran Hulágú Khán y Tamerlán, quienes se apoderaron del inmenso continente asiático, y Alejandro de Macedonia y Napoleón I, quienes despacharon sus puños arrogantes sobre tres de los cinco continentes de la tierra. ¿Qué es lo que se ganó con tamañas y rotundas victorias? ¿Logró prosperar país alguno, se logró felicidad alguna, perduró ningún trono? ¿O no ocurrió, antes bien, que aquellas casas reinantes per-dieron su poder? Hasta que Asia no crepitó en el fuego de innumerables batallas y cayó reducida a cenizas, Changíz Hulágú, el señor de la guerra, no recogió el fruto de todas sus conquistas. Por su parte, de todos sus triunfos Tamerlán sólo cosechó pueblos esparcidos al viento y ruina universal. Y Alejandro nada tuvo que exhibir de todas sus inmensas vic-torias, excepto que su hijo fue destronado y que Filipo y Ptolomeo se apoderaron de los dominios que él había gober-nado una vez. Y ¿qué ganó el primer Napoleón, subyugando a los reyes de Europa, que no fuera la destrucción de países florecientes, la perdición de sus habitantes, la difusión del te-rror y la angustia por toda Europa y, al final de sus días, su propio cautiverio? Mas no se hable más de conquistadores ni de los monumentos que dejan tras de sí.

Contrástese esto con las cualidades encomiables y la grandeza y nobleza de Anúshírván el Justo y Generoso.41 Aquel monarca equitativo llegó al poder en una época en la que el otrora sólido trono de Persia hallábase a punto de derrumbarse. Con su divino don del intelecto sentó las ba-ses de la justicia, arrancó de raíz la opresión y tiranía y reu-nió a los pueblos dispersos de Persia bajo las alas de su dominio. Gracias a la influencia restauradora de su cuidado continuo, Persia, la cual habíase marchitado y estaba deso-lada, revivió y pronto mudó en la más bella de entre las na-ciones prósperas. Anúshírván reconstruyó y reforzó los po-deres desorganizados del Estado, y el renombre de su rec-titud y justicia retumbaron a través de las siete regiones42, hasta que los pueblos se alzaron desde su degradación y miseria hasta las alturas de felicidad y honor. Aunque era un mago, Mu¥ammad, el Centro de la creación y Sol de la profecía, dijo de él: "Nací en tiempos de un Rey justo", y se alegró de haber venido al mundo durante su reinado. ¿Consiguió este ilustre personaje su rango exaltado en vir-tud de sus cualidades admirables o más bien empeñándose en pos de conquistar la tierra y derramar la sangre de sus pueblos? Observad que alcanzó tal rango distinguido en el corazón del mundo, que su grandeza todavía resuena a tra-vés del inestable tiempo, y que se labró la vida eterna. Si prosiguiéramos comentando la vida dilatada de los gran-des, este breve ensayo se prolongaría indebidamente, y puesto que en modo alguno es seguro que la opinión públi-ca de Persia se vea materialmente afectada por su lectura, abreviaremos la tarea y nos entregaremos a otros asuntos que entran dentro del horizonte de la conciencia pública. Sin embargo, si éste breviario lograse resultados favorables, Dios mediante, escribiremos algunos cuantos libros que versen con detenimiento y utilidad sobre los principios fundamentales de la sabiduría divina en relación con el mundo fenoménico.

Ningún poder de la tierra puede prevalecer frente a los ejércitos de la justicia, y toda ciudadela debe caer ante ella; pues los hombres caen gustosos bajo los golpes triunfantes de este tajo arrollador, y los lugares desolados verdean y florecen bajo las pisadas de hueste semejante. Hay dos banderas poderosas que, al proyectar su sombra a través de la corona de todo Rey, harán que el influjo de su gobierno penetre rápida y fácilmente la tierra entera, cual si de la luz del sol se tratase: la primera de estas dos banderas es la sa-biduría; la segunda es la justicia. Frente a estas dos podero-sas fuerzas, de nada valen las montañas de hierro, y el muro de Alejandro se resquebraja ante ella. Es claro que la vida en este mundo volátil es tan inconsistente y pasajera como el viento de la mañana, y siendo así, cuán afortuna-dos son los próceres que dejan un buen nombre tras de sí, y la memoria de una vida dedicada al sendero del beneplá-cito divino.

Da lo mismo, si es un trono
O el suelo desnudo al aire libre
Donde el alma pura póstrase
Para morir.43

Una conquista puede ser empresa elogiable, y hay veces en que la guerra se convierte en el poderoso medio de la paz, la ruina en el principio mismo de la reconstrucción. Si, por ejemplo, un soberano de elevadas miras comanda a sus tropas para que atajen al agresor y su conato de insurgen-cia, o bien, si se apodera del terreno y se distingue luchan-do por unificar un Estado y pueblo divididos; si, en fin, li-bra una guerra por un propósito recto, entonces esa ira apa-rente es la misericordia misma, y esa aparente tiranía es la sustancia misma de la justicia, y esa guerra, la piedra an-gular de la paz. Hoy día, la tarea que cumple a los grandes gobernantes es establecer la paz universal, pues en ella des-cansa la libertad de todos los pueblos.

La cuarta fase de la expresión mencionada con la que se señala el camino de la salvación reza: "Obediente a los mandamientos de su Señor". Es seguro que la mayor distin-ción del hombre es mostrarse sumiso y obediente ante su Dios; que su mayor gloria, su más exaltado rango y honor dependen de la observancia estrecha de los mandamientos y prohibiciones divinas. La religión es la luz del mundo, y el progreso, el logro y felicidad del hombre se deben a la obediencia a las leyes dispuestas en los Libros santos. En suma, cabe demostrarse que en esta vida, tanto externa como internamente, es la religión la estructura más podero-sa, la más sólidamente establecida, la más perdurable, la que vela por el mundo, la que garantiza las perfecciones espirituales y materiales de la humanidad, y protege la feli-cidad y la civilización de la sociedad.

Es cierto que hay personas necias que nunca han exami-nado según corresponde los principios fundamentales de las religiones divinas, quienes han asumido como criterio la conducta de unos pocos religiosos hipócritas y han medido a todas las personas religiosas por este rasero, concluyendo sobre dicha base que las religiones constituyen un obstáculo para el progreso, un factor de división y una causa de la malevolencia y enemistad entre los pueblos. Ni siquiera han observado este punto, a saber, que los principios de las religiones divinas apenas pueden evaluarse por los hechos de quienes sólo proclaman seguirlas. Pues toda cosa exce-lente, por incomparable que sea, puede desviarse hacia propósitos torcidos. Una lámpara encendida en las manos de un niño ignorante o de un ciego no disipa la oscuridad circundante ni alumbrará la casa: prenderá fuego tanto al portador como a la casa. ¿Podemos, en tal situación, culpar a la lámpara? ¡No, por el Señor Dios! Para el que ve, una lámpara es una guía y ha de mostrarle el camino; mas para el ciego es un desastre.

Entre quienes han repudiado la fe religiosa figura el francés Voltaire, quien escribió gran número de libros en los que atacaba a las religiones, que no son mejores que jue-gos de niños. Esta persona, adoptando como criterio los actos que por omisión o comisión perpetrara el Papa, cabe-za de la religión romana católica, y las intrigas y disputas entre los dirigentes espirituales de la cristiandad, abrió su boca y puso reparos al Espíritu de Dios [Jesús]. En la insen-satez de su razonamiento, no alcanzó a comprender el ver-dadero significado de las sagradas Escrituras, levantó obje-ciones a ciertas secciones de los textos revelados y se exten-dió sobre las dificultades planteadas. "Y enviamos del Co-rán aquello que es curación y misericordia para los creyen-tes; pero ello no hará sino contribuir a la ruina de los mal-vados".44

El sabio de Ghazna45 refirió la historia mística
A sus oyentes velados, en una alegoría:
Si quienes yerran no ven en el Corán
Más que palabras, no cabe maravillarse;
Del fuego del sol que ilumina los cielos

Sólo al calor alcanzan los ojos del hombre ciego.46

"Muchos serán confundidos por parábolas tales y mu-chos guiados; pero a nadie se extraviará con ello excepto a los malvados (...)"47

Es cierto que el medio más importante para el logro del avance y gloria del hombre, el instrumento supremo para la iluminación y redención del mundo, es el amor y el compa-ñerismo, y la unidad entre todos los miembros de la raza humana. Nada puede llevarse a cabo en el mundo, ni si-quiera como proyecto, sin unidad y acuerdo, y el medio perfecto con que engendrar compañerismo y unión es la verdadera religión.

"De haber gastado todas las riquezas de la tierra, no conseguiríais unir sus corazones; pero Dios los ha unido (...)"48

Con el advenimiento de los Profetas de Dios, Su poder para crear una unión real, una unión externa y de corazón, atrae a gentes malévolas que han estado sedientas de san-gre bajo el solo abrigo de la Palabra de Dios. Entonces es cuando cien mil almas se convierten como en una sola alma, y cuando surge un número incalculable de personas como si fueran un solo cuerpo.

En cierta ocasión fueron como las olas del mar

Que los vientos habían multiplicado de una sola onda.

Dios envió entonces sobre ellas el sol,
Y este sol Suyo no puede ser más que uno solo.
Las almas de perros y lobos vagan por separado,
Mas el alma de los leones de Dios es una sola.49

Los hechos acontecidos a la llegada de los Profetas del pa-sado, Sus actos, proceder y circunstancias no constan ade-cuadamente en historias autorizadas, de modo que se hace referencia a ellos sólo de forma condensada en los versículos del Corán, las Santas Tradiciones y la Torá. Sin embargo, puesto que todos los acontecimientos desde los días de Moi-sés hasta el presente están contenidos en el poderoso Corán, las Tradiciones autorizadas, la Torá y otras fuentes acredita-das, nos contentaremos con unas pocas referencias encami-nadas a determinar concluyentemente si la religión propor-ciona la mismísima base y principio radical de la cultura y ci-vilización, o si, como suponen Voltaire o sus semejantes, viene a frustrar toda paz, bienestar o progreso social.

Para salir al paso de una vez por todas del conjunto de objeciones que pueda plantear cualquier clase de personas, dirigiremos nuestra discusión de conformidad con los relatos autorizados sobre los que todas las naciones concuerdan.

En una época en que los israelitas se habían multiplicado en Egipto y estaban dispersos por el país entero, los farao-nes de Egipto se decidieron a reforzar y favorecer a sus propias gentes y a degradar y deshonrar a los hijos de Is-rael, a quienes consideraban extranjeros. Durante un largo período, los israelitas, divididos y dispersos, vivieron cau-tivos en manos de los tiránicos egipcios. Sufrieron el escar-nio y desprecio de todos, al punto de que el más vil de los egipciacos podía perseguir y enseñorearse del más noble de los israelitas. La esclavitud, la desdicha y el desamparo de los hebreos tocaron tan hondo que ni de día ni de noche podían descansar seguros en sus propias personas, como no podían procurar defensa alguna a sus mujeres y familias frente a la tiranía de sus captores faraónicos. Su alimento pasó a ser los fragmentos de sus propios corazones que-brantados, y su bebida, un río de lágrimas. La agonía prosi-guió de esta guisa hasta que, al punto, un día Moisés, el Be-llísimo, contempló la Luz divina que procedía de aquel Va-lle bendito, un lugar que era Tierra Santa, y oyó la voz vivi-ficadora de Dios que Le hablaba desde la llama de ese Ár-bol que "no es de Occidente ni de Oriente"50 y Se alzó Él con la panoplia completa de Su profecía universal. Como una lámpara lució deslumbrante en medio de los israelitas, y mediante la luz de la salvación condujo a ese pueblo perdido fuera de las sombras de la ignorancia hasta el conocimiento y la perfección. Reunió Él a las tribus dispersas de Israel al abrigo de la Palabra universal y reintegradora de Dios, y sobre las alturas de la Unión izó la bandera de la armonía, de modo que al cabo de un breve intervalo aquellas almas oscurecidas se volvieron espiritualmente educadas, y quienes habían sido extraños a la verdad, hicieron causa común en la unidad de Dios y fueron liberados de su desdicha, de su indigencia, de su incomprensión y de su cautividad, y alcanzaron un grado supremo de felicidad y honor. Emigraron de Egipto, dirigiéndose hacia la patria original de Israel, para allegarse a Canaán en Filistea. Conquistaron primeramente las riberas del río Jordán, así como Jericó, se aposentaron en la región, y finalmente todas las regiones vecinas, tales como Fenicia, Edom y Ammon, se sometieron a su férula. En los tiempos de José había treinta y un gobiernos en manos de los israelitas. Y en cuanto a todo noble atributo humano –saber, estabilidad, determinación, valor, honor, generosidad–, esta gente llegó a superar a todas las naciones de la tierra. Cuando por aquellos días hacía acto de presencia un israelita en una reunión, de inmediato quedaba señalado por sus numerosas virtudes. Incluso las gentes extranjeras solían decir de la persona a la que deseaban ensalzar que ésta se asemejaba a un israelita.

Por lo demás, consta en numerosas obras históricas que los filósofos de Grecia tales como Pitágoras, habían adqui-rido la mayor parte de su filosofía, tanto divina como mate-rial, de los discípulos de Salomón; o que Sócrates, después de haber viajado con afán de reunirse con los sabios y teó-logos más ilustres de Israel, a su vuelta a Grecia estableció el concepto de la unidad de Dios y la continuidad del alma humana tras abandonar este polvo elemental. Al final, los ignorantes de entre los griegos denunciaron a este hombre que había sondeado los misterios íntimos de la sabiduría, se alzaron para prenderle la vida; y acto seguido el populacho forzó la mano de su Gobierno y, reunidos en asamblea, hi-cieron que Sócrates bebiese de la copa envenenada.

Después de que los israelitas hubieran progresado en todos los planos de la civilización y de que hubieran tocado las más altas cotas accesibles, comenzaron poco a poco a ol-vidarse de los principios matriciales de la ley y fe de Moi-sés, se ocuparon de los ritos y ceremoniales, dando en exhi-bir una conducta impropia. En los días de Roboam, hijo de Salomón, se suscitó una terrible disputa entre ellos. Uno de los dos, Jeroboam, conspiró para hacerse con el trono, y fue él quien introdujo de nuevo el culto a los ídolos. La lucha entre Roboam y Jeroboam trajo siglos de guerra entre sus descendientes, con el resultado de que las tribus de Israel se dispersaron con gran quebranto. En suma, fue debido a que habían olvidado el significado de la Ley de Dios por lo que se sumieron en el fanatismo ignorante y prácticas censura-bles tales como la insurgencia y sedición. Sus sacerdotes, tras llegar a la conclusión de que las calidades humanas sentadas en el Libro Santo eran ya letra muerta, comenza-ron a pensar en el adelanto de sus propios intereses egoís-tas, e infligieron daño al pueblo, al permitir que éste su-cumbiera a los más bajos abismos de la ignorancia y des-cuido. Y el fruto de esta fechoría fue éste, a saber, que la antigua gloria que tanto había perdurado se mudó en de-gradación, de modo que los gobernantes de Persia, de Gre-cia y Roma se apoderaron ellos. Las banderas de su sobera-nía fueron replegadas; la ignorancia, la necedad, la desver-güenza y el egoísmo de sus dirigentes religiosos y doctores se hicieron evidentes a la llegada de Nabucodonosor, rey de Bábilonia, quien los destruyó. Después de masacrar a la po-blación, y de arrasar y saquear sus hogares, e incluso des-pués de arrancar de cuajo sus árboles, llevó cautivos los restos que su espada había perdonado, trasladándolos a Bábilonia. Setenta años más tarde los descendientes de es-tos cautivos fueron liberados y devueltos a Jerusalén. Más adelante, Ezequías y Esdras establecieron los principios fundamentales del Libro Santo. Con cada día que pasaba iban avanzando los israelitas, y el brillo matinal de aquellas épocas primigenias volvió a alborear. En un breve plazo, sin embargo, volvieron a suscitarse grandes disensiones en punto a doctrina o conducta. Una vez más la preocupación de los doctores judíos consistió en la promoción de sus propios intereses egoístas, de suerte que las reformas prac-ticadas en tiempos de Esdras degeneraron en perversidad y corrupción. La situación empeoró a tal punto que una y otra vez los ejércitos de la República de Roma y sus gene-rales conquistaron el territorio israelita. Por último, el beli-coso Tito, comandante de las fuerzas romanas, pisoteó la patria judía, reduciéndola a polvo, haciendo que todo hom-bre cayera bajo la espada, llevándose consigo a mujeres y niños cautivos, demoliendo sus hogares, arrancando sus árboles, quemando sus libros, sometiendo a pillaje sus teso-ros, reduciendo Jerusalén y el Templo a un puñado de ceni-za. Después de esta suprema calamidad, la estrella del do-minio de Israel se hundió en la nada, hasta este día, en que el resto de esa nación desvanecida se ha visto esparcido a los cuatro vientos. "La humillación y la miseria quedaron estampadas en ellos".51 Estas dos enormes aflicciones, la procurada por Nabucodonosor y la de Tito, aparecen refe-ridas en el glorioso Corán: "Y nosotros declaramos solem-nemente a los hijos de Israel en el Libro: ‘Dos veces a buen seguro habéis pecado en la tierra, y con gran orgullo sin duda seréis alzados’. Y cuando la amenaza de los dos pri-meros se realizó, enviamos contra vosotros a Nuestros ser-vidores dotados con terrible destreza; y éstos hurgaron en lo más recóndito de vuestras moradas, y la amenaza se vio cumplida (...) y cuando os fue infligido el castigo señalado por vuestra última transgresión, entonces enviamos a un enemigo que apesadumbrara vuestros rostros, y que entra-ra en vuestro Templo como sucedió la primera vez, y que destruyera con la mayor devastación lo que habían con-quistado".52

Nuestro objeto es mostrar cómo la verdadera religión promueve la civilización y el honor, la prosperidad y el prestigio, el saber y el adelanto de un pueblo antes abyecto, esclavizado e ignorante; y cómo, cuando éste cae en manos de dirigentes religiosos necios y fanáticos, se ve desviado hacia fines erróneos, hasta que sus mayores esplendores se confunden en la más negra noche.

Cuando por segunda vez se hicieron evidentes los incon-fundibles signos de la desintegración, vergüenza, sujeción y aniquilamiento de Israel, entonces los dulces y santos alientos del Espíritu de Dios [Jesús] se difundieron a través del Jordán y de la tierra de Galilea; la nube de la misericor-dia divina se extendió por los cielos y descargó las copiosas aguas del espíritu, y tras el paso de aquellas grandes lluvias procedentes del más grande Océano, Tierra Santa despren-dió su perfume y floreció con el conocimiento de Dios. En-tonces el canto solemne del Evangelio se alzó hasta retum-bar en los oídos de quienes moran en los aposentos del cielo, y al contacto con el aliento de Jesús los muertos del descuido que yacían en las tumbas de su ignorancia levan-taron sus cabezas para recibir la vida eterna. Por espacio de tres años, aquel luminar de perfecciones recorrió los cam-pos de Palestina y las proximidades de Jerusalén, guiando a todos los hombres a la aurora de la redención, enseñándo-les el modo de adquirir cualidades espirituales y atributos agradables a Dios. De haber creído el pueblo de Israel en ese bello Rostro, se habrían aprestado a servirle y obede-cerle de alma y corazón, y en virtud de la edificante fragan-cia de Su Espíritu habrían vuelto a recobrar su perdida vi-talidad para conquistar nuevas victorias.

Mas, ¡ay!, ¿de qué sirvió? Hicieron caso omiso y se le opusieron. Se alzaron y atormentaron a aquella Fuente de conocimiento divino, aquel Punto desde donde la Revela-ción se hacía descender, todos excepto un puñado que, di-rigiendo sus rostros hacia Dios, quedaron purificados de la mancha de este mundo y se abrieron paso hasta las alturas del Reino que no tiene lugar. Infligieron tal agonía sobre aquel Venero de Gracia, al punto de que se hizo imposible para Él vivir en pueblo alguno, y aun así enarboló Él la en-seña de la salvación y estableció sólidamente los principios fundamentales de la rectitud humana, esa base esencial de la verdadera civilización.

En el capítulo quinto de Mateo, al comienzo del versí-culo 37, aconseja: "No resistáis al mal y al daño con su pa-reja; sino que a quienquiera que os golpee en la mejilla de-recha, mostradle asimismo la otra". Y más aún, en el versí-culo 43 dice: "Habéis escuchado lo que se ha dicho: Amarás a tu prójimo y no vejaréis a vuestro enemigo con enemis-tad".53 Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bende-cid a quienes os maldigan, haced el bien a quienes os de-testan, y rezad por quienes abusan inmisericordemente de vosotros y os persigan; para que seáis hijos de vuestro Pa-dre que está en el cielo. Pues Él puede hacer surgir el sol sobre el malo y el bueno, y envía Su lluvia de misericordia sobre el justo y el injusto. Pues si amáis a quienes os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿O es que los publicanos no hacen otro tanto?".

Fueron muchos los consejos de esta suerte pronunciados por el astro de sabiduría divina. Las almas que se caracteri-zaron con tales atributos de santidad son la esencia destila-da de la creación y las fuentes de la verdadera civilización.

Jesús fundó, entonces, la Ley sagrada sobre la base de un carácter moral y una espiritualidad completa, y para quie-nes creían en Él estipuló un modo especial de vida que constituye la más elevada forma de obrar en la tierra. Y si bien aquellos emblemas de redención parecían a simple vista seres a merced de la malevolencia y persecución de sus verdugos, en realidad estaban libres de la oscuridad de la desesperanza que había envuelto a los judíos, y brillaban con gloria sempiterna en el alborear del nuevo día.

La poderosa nación judía se desmoronó y se vino abajo, mientras que aquellas pocas almas que buscaron refugio bajo el Árbol Mesiánico transformaron toda la vida huma-na. Por aquel entonces los pueblos del mundo eran com-pletamente ignorantes, fanáticos e idólatras. Sólo un pe-queño grupo de judíos, unos desventurados marginados, profesaba su creencia en la unidad de Dios. Aquellas santas almas cristianas se alzaron entonces a promulgar una causa diametralmente opuesta, una causa que repugnaba las creencias de toda la raza humana. Los reyes de cuatro de los cinco continentes del mundo se decidieron a extirpar a los creyentes en Cristo de forma inexorable, y, no obstante ello, al final terminaron convirtiéndose en promotores em-peñados de corazón en fomentar la Fe de Dios; todas las naciones de Europa, muchos de los pueblos de Asia y África y algunos de los habitantes de las islas del Pacífico se reunieron bajo el abrigo de la unidad de Dios.

Considerad si existe en algún lugar de la creación prin-cipio alguno que sea más poderoso que la religión en nin-gún respecto, o si hay poder concebible más penetrante que el de los diversos credos divinos, o si cabe que institución alguna pueda verificar el amor y la amistad y unión entre todos los pueblos de forma comparable a como pueda ha-cerlo la creencia en un Dios todopoderoso y omnisciente, o si, salvo mediante la ley de Dios, existe evidencia alguna de un medio que logre educar a la humanidad en todas las fa-cetas de la rectitud.

Las cualidades que los filósofos alcanzaron cuando ra-yaban la cima misma de la sabiduría, esos nobles atributos humanos que los señalaron cuando tocaban el culmen de su perfección, eran ejemplificadas por los creyentes tan pronto como aceptaban la Fe. Observad cómo aquellas almas que bebieron las aguas vivientes de la redención de las genero-sas manos de Jesús, el Espíritu de Dios, y se refugiaron bajo la sombra protectora del Evangelio, alcanzaron tan alto plano de conducta moral que Galeno, el celebrado médico, aun no siendo cristiano, elogió sus actos en su resumen de la República de Platón. La traducción literal de sus palabras reza así:

"La mayoría de la humanidad es incapaz de comprender la secuencia de los argumentos lógicos. Por esta razón nece-sita símbolos y parábolas que hablan de recompensas o cas-tigos en la otra vida. Una evidencia confirmatoria de lo dicho es que hoy día observamos a un pueblo llamado cristiano, cuyos miembros creen con devoción en las recompensas y castigos en un futuro estado. Este grupo manifiesta acciones excelentes, similares a los hechos de toda persona que sea un verdadero filósofo. Por ejemplo, todos vemos con nuestros propios ojos que no sienten miedo alguno ante la muerte, y su pasión por la justicia y trato justo es tan grande que debe-ría considerárseles verdaderos filósofos".54

La condición del filósofo solía representársele a aquella época y a la mente de Galeno como algo superior a cual-quier otra posición alcanzable en el mundo. Observad, pues, cómo el poder iluminador y espiritual de las religio-nes divinas impulsa a los creyentes a alturas de perfección tales que un filósofo de la talla de Galeno, sin ser cristiano él mismo, brinda tamaño testimonio.

Una demostración del carácter excelente de los cristianos de aquellos días era su dedicación a la caridad y a las bue-nas obras, así como el hecho de que fundasen hospitales e instituciones filantrópicas. Por ejemplo, fue el emperador Constantino la primera persona en establecer hospicios pú-blicos por todo el Imperio Romano adonde podían acogerse los pobres, heridos y desamparados para recibir atención médica. Este gran rey fue el primer gobernante romano en abanderar la Causa de Cristo. No escatimó esfuerzos y de-dicó su vida a la promoción de los principios del Evangelio, estableciendo sólidamente el Gobierno romano, que en rea-lidad no había sido sino un sistema de opresión inclemente, sobre la justicia y la moderación. Su bendito nombre brilla a través del horizonte de la historia cual estrella matutina, en tanto que su rango y fama figuran entre los más nobles y civilizados del mundo, y aun hoy día está en labios de los cristianos de todas las denominaciones.

Cuán firmes fueron los cimientos de aquel carácter ex-celente al que se dio asiento en aquella época, gracias a la formación de almas santas que habían de alzarse a promo-ver las enseñanzas del Evangelio. Cuán numerosas las es-cuelas primarias, colegios y hospitales que fueron estable-cidos, o las instituciones donde los niños sin padres ni me-dios recibieron su educación. Cuán numerosas fueron las personas que sacrificaron su propia ventaja personal y que "por el solo deseo de agradar al Señor"55 dedicaron los días de sus vidas a enseñar a las multitudes.

Sin embargo, cuando Le llegó a la belleza refulgente de Mu¥ammad la hora de despuntar sobre el mundo, las rien-das de los asuntos cristianos habían pasado a manos de sa-cerdotes ignorantes. Aquellas brisas celestiales, que habían fluido suavemente de las regiones de la gracia divina, se extinguieron, y las leyes del gran Evangelio, el lecho de roca sólo sobre el que la civilización del mundo está basada, quedaron horras de resultados, debido a la falta de práctica y a la conducta de personas que, justas en apariencia, esta-ban corrompidas por dentro.

Al describir todos los aspectos de las condiciones, cos-tumbres, política, saber y cultura de la época temprana me-dieval y de los tiempos modernos, los historiadores acredi-tados de Europa dan cuenta unánime de que durante los diez siglos que constituyen la Edad Media, desde el co-mienzo del siglo VI de la era cristiana hasta el fin del siglo XV, Europa era bárbara y estaba oscurecida en todos los sentidos y en grado extremo. La causa principal de ello ra-dicaba en que los monjes, a los que los pueblos de Europa consideraban sus adalides espirituales y religiosos, habían abandonado la gloria permanente que procede de la obe-diencia a los sagrados mandamientos y enseñanzas celes-tiales del Evangelio, y habían hecho causa común con los gobernadores presuntuosos y tiránicos de los gobiernos temporales de la época. Habían desviado sus ojos de la glo-ria sempiterna, al tiempo que consagraban todos sus es-fuerzos a la promoción de sus mutuos intereses mundanos y demás ventajas pasajeras. En última instancia, la situación llegó a tal punto que las masas quedaron presas sin reme-dio en manos de ambos grupos, todo lo cual no hizo sino traer la ruina a la estructura entera de la religión, cultura, bienestar y civilización de los pueblos de Europa.

Cuando los actos y pensamientos indignos y los propó-sitos desacreditados de los dirigentes sofocaron las fragan-cias del Espíritu de Dios [Jesús] y éstas cesaron de brotar en el mundo, y cuando la oscuridad de la ignorancia y fana-tismo y de unos hechos que Le eran aborrecibles a Dios sumieron la tierra, entonces brilló el alba de la esperanza y la Divina primavera se asomó; una nube de misericordia anegó el mundo, y desde las regiones de la gracia los vien-tos fecundos comenzaron a soplar. Bajo el signo de Mu¥ammad, el Sol de la Verdad se alzó sobre Yathrib [Medina] y el Æijáz, dispersando por el universo las luces de la gloria eterna. Entonces la tierra de las potencialidades humanas se transformó, y las palabras "La tierra brillará con la luz de su Señor"56 se vieron cumplidas. El viejo mundo se renovó una vez más, y su cadáver se incorporó a una vida de abundancia. La tiranía y la ignorancia fueron entonces derrumbadas, y los palacios eximios del conoci-miento y la justicia se alzaron en su lugar. Un mar de ilu-minación descargó su ímpetu, y la ciencia arrojó sus rayos. Antes de que la Llama de la Profecía suprema prendiera en la lámpara de La Meca, los pueblos salvajes del Æijáz figu-raban entre los más embrutecidos e ignorantes de entre to-dos los pueblos de la tierra. Constan en todas las historias sus prácticas depravadas, su ferocidad y constantes renci-llas. En aquellos días, los pueblos civilizados del mundo ni siquiera tenían a las tribus árabes de La Meca y Medina en la consideración de seres humanos. Y sin embargo, después de que la Luz del Mundo se alzó sobre ellos –gracias a la educación que les fue concedida por la Mina de perfeccio-nes, ese Centro Focal de la Revelación, y gracias a las ben-diciones impartidas por la Ley divina– en breve plazo llega-ron a refugiarse al amparo del principio de la unidad divi-na. Aquel pueblo embrutecido alcanzó entonces tan alto grado de perfección humana y civilización que todos sus contemporáneos fueron maravillados. Aquellos mismos pueblos que antes siempre habían escarnecido a los árabes, convirtiéndolos en objeto de mofa, como a una estirpe des-provista de juicio, buscaban ahora afanosamente su compa-ñía y visitaban sus países con tal de adquirir ilustración y cultura, habilidades técnicas, conocimientos de gobierno, artes y ciencias.

Observad la influencia que en lo material ejerció la for-mación inculcada por el verdadero Educador. Eran aquellas tribus tan oscurecidas e indómitas que durante el período de Jáhilíyyih enterraban vivas a sus hijas de siete años, un acto del que incluso un animal, ya no se diga un ser huma-no, abominaría y se refrenaría, pero que aquellas gentes en su degradación extrema consideraban la última expresión del honor y devoción a sus principios. Y fue ese pueblo os-curecido el que, merced a las enseñanzas manifiestas de aquel gran Personaje, avanzó en medida tal que, tras la conquista de Egipto, Siria y su capital Damasco, Caldea, Mesopotamia e Irán, llegó a administrar por sí solo cuales-quiera asuntos de la mayor trascendencia en las cuatro re-giones principales del globo.

Los árabes sobrepasaron a todos los pueblos del mundo en ciencia y artes, en industria e invención, en filosofía, go-bierno y carácter moral. En verdad, el surgimiento de este elemento despreciable y brutal hasta las alturas supremas de la perfección humana en tan corto plazo, es la mayor demostración de la veracidad de la condición profética del Señor Mu¥ammad.

En las épocas tempranas del Islam, los pueblos de Euro-pa adquirieron las ciencias y artes de la civilización islámica según las practicaban los andalusíes. Una investigación cuidadosa y detallada de los testimonios históricos corrobo-raría el hecho de que la mayor parte de la civilización de Europa se deriva del Islam; pues todos los escritos de los estudiosos, teólogos y filósofos musulmanes vinieron a re-copilarse gradualmente en Europa y fueron sopesados y debatidos con el mayor esmero en sus reuniones académi-cas y centros de saber, tras lo cual sus apreciados conteni-dos fueron puestos en circulación. Hoy día, numerosas co-pias de las obras de los eruditos musulmanes que ya no es-tán disponibles en los países islámicos pueden consultarse en las bibliotecas de Europa. Por otra parte, las leyes y prin-cipios en vigor en todos los países europeos se derivan en gran medida, o casi en su práctica totalidad, de las obras de jurisprudencia y de las decisiones legales de los teólogos musulmanes. De no ser por el temor a extendernos indebi-damente al respecto en el presente texto, citaríamos estos préstamos uno por uno.

Los inicios de la civilización europea arrancan del siglo VII de la era musulmana. Los hechos fueron como siguen: hacia el final del siglo V de la hégira, el papa o Cabeza de la Cristiandad hizo cundir la alarma y un gran clamor por el hecho de que los lugares sagrados de los cristianos, tales como Jerusalén, Belén y Nazaret, hubiesen caído en manos musulmanas, y enardeció a los reyes y al común de Europa a fin de que emprendieran lo que consideraba era una gue-rra santa. Su apasionado llamamiento se elevó tan alto que todos los países de Europa respondieron. Los reyes cruza-dos, al mando de innumerables huestes, atravesaron el mar de Mármara y se abrieron paso hacia el continente asiático. En aquellos días los califas fatimíes gobernaban Egipto, así como algunos países de Occidente, en tanto que los reyes de Siria, los seléucidas, les estaban sometidos la mayor parte del tiempo. En seguida, los reyes de Occidente deja-ron caer sus innumerables ejércitos sobre Siria y Egipto. Fueron continuas las guerras que, durante un período de doscientos trece años, libraron entre sí los gobernantes de Siria y los de Europa. Nunca faltaban refuerzos de Europa, por lo que de continuo los caudillos de Occidente solían asolar y apoderarse de todo castillo de Siria. Y con la misma frecuencia los reyes del Islam solían arrebatárselos. Final-mente, en el año 693 de la hégira, Saladino despachó de Egipto y de la costa siria a los reyes europeos y a sus ejér-citos. Derrotados sin remedio, volviéronse a Europa. Fue-ron millones los seres humanos que perdieron la vida en el curso de las Cruzadas. En resumen, desde 490 hasta 693 d.h., los reyes, comandantes y otros adalides europeos en-traron y salieron de continuo entre Egipto, Siria y Occiden-te, y cuando al fin debieron regresar a sus hogares, intro-dujeron en Europa cuanto habían observado durante aque-llos doscientos y tantos años en los países musulmanes en materia de gobierno, desarrollo social y saber, colegios, es-cuelas y modos de vida refinada. La civilización de Europa principia en aquella época.

¡Oh pueblo de Persia! ¿Hasta cuándo durará vuestro so-por y letargia? Fuisteis un día los amos de la tierra entera; el mundo estaba a merced de vuestros dictados y deseos. ¿Cómo es que ahora vuestra gloria se ha desvanecido y ha-béis caído en desgracia, para quedar relegados al rincón del olvido? Fuisteis un día la fuente del saber, la primavera in-defectible de la luz para toda la tierra, ¿por qué estáis ahora agostado, apagado y pusilánime? Vosotros que un día alumbrasteis el mundo, ¿por qué os ocultáis, inertes, des-concertados, en la oscuridad? Abrid el ojo de vuestra con-ciencia, mirad vuestras grandes necesidades presentes. Al-zaos y debatiros, procuraos la educación y la ilustración. ¿Acaso os conviene que los pueblos extranjeros reciban la educación y cultura de vuestros ancestros, y que vosotros, que sois de su sangre, sus legítimos herederos, carezcáis de ellas? ¿Qué espectáculo es éste que se ofrece cuando nues-tros vecinos bregan día y noche con denuedo, en pos de su progreso, honor y prosperidad, mientras que vosotros, en vuestro ignorante fanatismo, os ocupáis tan sólo en vues-tras disputas y animosidades, en vuestros apetitos, lujos y sueños vacíos? ¿Es acaso recomendable que disipéis y mal-baratéis en medio de la apatía el brillo que os corresponde por derecho de nacimiento, vuestra aptitud natural, vuestra comprensión inherente? Empero, una vez más, nos hemos desviado de nuestro cometido.

Los intelectuales europeos que están bien informados de los hechos acontecidos en la Europa del pasado y que se ca-racterizan por la veracidad y el sentido de la justicia, reco-nocen, unánimemente, que los elementos básicos de su ci-vilización proceden en casi todos los respectos del Islam. Por ejemplo, Draper57, el conocido autor francés y escritor cuya exactitud, habilidad y saber gozan del reconocimiento de los estudiosos europeos, en una de sus obras mejor co-nocidas, El desarrollo intelectual de Europa, ha escrito un re-lato detallado al respecto, donde se indica que los aspectos fundamentales de la civilización europea y los fundamentos de su progreso y bienestar se derivan del Islam. La obra es exhaustiva, por lo que una traducción de ésta alargaría in-debidamente nuestro trabajo y, a decir verdad, tampoco aportaría demasiado a nuestro intento. Si se desea dar con dichos detalles, el lector puede remitirse a esta obra.

En esencia, el autor viene a demostrar la procedencia árabe de la totalidad de la civilización europea; sus leyes, principios e instituciones, sus ciencias, filosofías y saberes varios, sus modales y costumbres civilizadas, su literatura, arte e industria, su organización, disciplina, conducta y ras-gos valiosos de su genio, incluso muchas de las palabras co-rrientes del idioma francés. El autor investiga cada uno de estos elementos pormenorizadamente, e incluso aporta el período en el que cada uno de estos préstamos fue traído del Islam. Describe asimismo la llegada de los árabes a Oc-cidente, en lo que es ahora España, y cómo en breve plazo establecieron allí una civilización bien desarrollada, indi-cando qué alto grado de excelencia alcanzaron sus saberes y sistema administrativo, cuán sólidamente fundada, y bien regulada, estaban sus escuelas y universidades, donde se impartían ciencias y filosofía, artes y oficios. También da cuenta del elevado grado de primacía que consiguieron en las artes de la civilización, cuántos de entre los hijos de las familias más destacadas de Europa acudieron a las escuelas de Córdoba y Granada, Sevilla y Toledo a fin de adquirir las ciencias y artes de la vida civilizada. Incluso deja cons-tancia de que cierto europeo, de nombre Gerberto, se ins-cribió en la Universidad de Córdoba, en el territorio árabe, estudió las artes, y a su vuelta a Europa logró tal preemi-nencia que, por último, fue elevado a la jefatura de la Igle-sia católica, de la que llegó a ser papa.

Con estas alusiones quiérese establecer el hecho de que las religiones de Dios son la verdadera fuente de las per-cepciones espirituales y materiales del hombre, un venero de ilustración y conocimiento beneficioso para toda la hu-manidad. Si alguien observa el asunto con justicia, encon-trará que todas las leyes de la política aparecen contenidas en estas pocas y santas palabras:

"Y ellos intiman a lo que es justo, y prohíben lo que es injusto, y se aprestan a obrar el bien. Éstos son los justos".58 Y en otra parte: "Para que pueda haber entre vosotros un pueblo que invite al bien, y realicen lo justo y prohíban lo injusto. Éstos son aquellos sobre los que descansará el bien".59 Y también: "En verdad, Dios obliga a la justicia y a obrar el bien (…) y prohíbe la maldad y la opresión. Os avisa para que acaso seáis de los que recuerdan".60 Asimis-mo, en otro apartado a propósito de la civilización de la conducta humana: "Llamaos a cuentas, y ejecutad lo que es justo, y apartaos de los ignorantes".61 O bien, de modo pa-recido: "¡(…) quien domeña su ira y perdona a los demás! Dios ama a los obradores del bien".62 Y en otro lugar: "No hay rectitud en volver vuestros rostros hacia Oriente u Oc-cidente, sino que es recto quien cree en Dios, y en el último día, y en los ángeles, y en las Escrituras, y en los Profetas; quienes por amor a Dios emplean la hacienda en sus seme-jantes, en los huérfanos, en los necesitados, en los viajeros, en quienes piden y en los rescates; quien observa la oración y paga la limosna estipulada, y quien es de los que cumplen lo pactado una vez que han convenido en ello, y son pa-cientes en la hora de la enfermedad y dificultades, y en la hora de los problemas: éstos son los que son justos, y éstos son los que temen al Señor".63 Y en otra parte todavía se afirma: "Los prefieren antes que a sí mismos, aunque la po-breza sea su destino".64 Ved cómo estos pocos versículos sagrados abrazan las más excelsas alturas y los más pro-fundos significados de la civilización al punto de encarnar todas las excelencias del carácter humano.

Por Dios nuestro Señor, y no hay otro Dios sino Él, in-cluso los más mínimos detalles de la vida civilizada proce-den de la gracia de los Profetas de Dios. ¿Qué ha habido nunca que haya llegado a ser y que no haya quedado esta-blecido directa o indirectamente en las Escrituras sagradas?

Mas, de qué sirve todo ello. Cuando las armas caen en manos del cobarde, no hay vida humana ni propiedad a salvo, en tanto que los ladrones cobran fuerza. Cuando, del mismo modo, un sacerdocio que dista de ser perfecto ad-quiere el control de los asuntos, tórnase en densa cortina interpuesta entre las gentes y la luz de la fe.

La sinceridad es la piedra clave de la fe. En otras pala-bras, la persona religiosa debe pasar por alto sus deseos personales y procurar servir de cualquier modo y de todo corazón al interés público; y es imposible que un ser huma-no dé la espalda a sus propias ventajas egoístas y sacrifique su propio beneficio por el bien de la comunidad excepto mediante la fe religiosa. Pues que el amor hacia uno mismo aparece inscrito en la misma arcilla del hombre, y no es po-sible que, sin esperanzas de alguna recompensa sustancial, descuide su propio bien material presente. Sin embargo, la persona que pone su fe en Dios y en las palabras de Dios –dado que se le ha prometido una recompensa abundante en la próxima vida, de la que está seguro, y dado que los bene-ficios de este mundo comparados con la gloria y alegría permanentes de los futuros planos de existencia son como nada para ella– abandonará por amor a Dios su propia paz y provecho, consagrándose libremente de alma y corazón al bien común. "Es un hombre, igualmente, quien vende su mismísimo ser por el deseo de agradar a Dios".65

Los hay que se imaginan que un sentido innato de la dignidad humana impedirá que el hombre cometa atrope-llos y garantizará su perfección espiritual y material. En otras palabras, que una persona que está caracterizada por una inteligencia natural, gran determinación y un celo pre-dominante, sin consideración hacia las consecuencias seve-ras que sigan de sus actos malignos, o hacia las grandes re-compensas de la rectitud, se refrenará instintivamente de causar daño a sus congéneres y estará sedienta de hacer el bien. Sin embargo, si ponderásemos las lecciones de la his-toria, será evidente que este preciso sentido del honor y dignidad es asimismo una de las mercedes que surgen de las enseñanzas de los Profetas de Dios. También solemos observar en los niños indicios de agresión y de desgobier-no, por lo que si un hijo queda privado de las enseñanzas del maestro, sus cualidades indeseables aumentarán por momentos. Por lo tanto, es claro que el surgimiento de este sentido natural del honor y dignidad humana es resultado de la educación. En segundo lugar, incluso si concediéra-mos a efectos argumentales que la inteligencia instintiva y la calidad moral innata han de impedir la comisión de ma-les, es obvio que las personas caracterizadas de esta suerte son tan raras como la piedra filosofal. Tamaña suposición no puede confirmarse mediante meras palabras, debe que-dar avalada por hechos. Veamos qué poder de creación im-pulsa a las masas hacia los fines y obras rectas.

Aparte de esto, si tan rara persona, capaz de ejemplificar dicha facultad, se convirtiera en una encarnación del temor de Dios, es seguro que sus esfuerzos en procura de la rec-titud quedarían sólidamente reforzados.

Los beneficios universales brotan de la gracia de las reli-giones divinas, pues ellas conducen a los verdaderos segui-dores a la sinceridad de propósito, a la magnanimidad, a la pureza y honor sin mancilla, a una compasión y amabilidad desbordantes, al mantenimiento de los pactos convenidos, a preocuparse por los derechos de los demás, a la liberalidad, a la justicia en todo aspecto de la vida, a la humanidad y filan-tropía, al valor y a los esfuerzos infatigables en aras de la humanidad. Resumiendo, es la religión la que origina todas las virtudes humanas, y son estas virtudes las que constitu-yen las lámparas brillantes de la civilización. Si el hombre no se caracterizase por estas cualidades excelentes, es seguro que nunca habría alcanzado ni tan siquiera una gota del río insondable de las aguas de vida que fluyen de las enseñanzas de los Libros Sagrados, ni habría captado el más ligero aliento de las brisas fragantes que soplan desde los jardines de Dios; pues nada hay en la tierra que pueda demostrarse tan sólo mediante palabras, y todo plano de la existencia re-sulta conocido por sus signos y símbolos, y todo grado del desarrollo humano posee su marca identificatoria.

El propósito de estas afirmaciones es hacer diáfanamente claro que las religiones divinas, los santos preceptos y las enseñanzas celestiales constituyen los cimientos inatacables de la felicidad humana, y que los pueblos del mundo no pueden esperar alivio ni liberación sin el concurso de este gran remedio. Sin embargo, dicha panacea debe ser admi-nistrada por un doctor sabio y diestro, pues en manos de un incompetente todas las curas que el Señor de los hombres haya creado para remediar los males del hombre no logra-rán producir salud, sino que, al contrario, destruirán al de-samparado y lastrarán los corazones de los ya afligidos.

Esa Fuente de sabiduría divina, esa Manifestación de Profecía Universal [Mu¥ammad], al animar a la humanidad a que adquiriese ciencias y artes y similares ventajas, le or-denó que fuera en pos de ellas incluso hasta los confines mismos de la China; sin embargo, los doctos incompetentes y vacilantes prohíben esto dando como justificación el di-cho "Aquel que imita a un pueblo es uno de ellos". No han comprendido siquiera lo que quiere significarse por "imitación", ni saben que las religiones divinas ordenan y animan a todos los fieles a adoptar principios tales que conduzcan a mejoras continuas, y a la adquisición de las ciencias y artes de otros pueblos. Quienquiera que se expre-se en sentido contrario jamás ha bebido el néctar del cono-cimiento, y se ha perdido en su propia ignorancia, en una búsqueda a tientas del espejismo de sus deseos.

Juzgad honestamente: ¿Cuál de estos avances modernos, por sí mismos o en su aplicación, son contrarios a los man-damientos divinos? Si quieren referirse al establecimiento de parlamentos, éstos aparecen estipulados en virtud del propio texto del sagrado versículo "y cuyos asuntos son guiados por el consejo mutuo".66 Y en otro apartado, dirigiéndose al Ma-nantial de todo conocimiento, la Fuente de perfección [Mu¥ammad], a pesar de que Él estaba poseído de una sabi-duría universal, las palabras fueron: "consultadles sobre el asunto".67 En vista de ello, ¿cómo podría ser que la cuestión de la consulta mutua entre en conflicto con la Ley religiosa? Asimismo, las grandes ventajas de la consulta admiten com-probación mediante argumentos lógicos.

¿Acaso pueden decir que sería contrario a las leyes de Dios condicionar las sentencias de muerte a la más minu-ciosa investigación, siendo éstas sancionadas por numero-sos cuerpos, sobre la base de la prueba legal y del decreto regio? ¿Pueden acaso reclamar que lo ejecutado por el Go-bierno anterior era conforme con el Corán? Por ejemplo, en los días en que Æájí Mirza Áqásí era Primer Ministro, pudo oírse de numerosas fuentes que el gobernador de Gulpáy-gán apresó a trece indefensos alguaciles de aquella región, todos ellos de noble estirpe, todos inocentes, y sin que me-diara juicio ni interviniese la sanción de instancias superio-res, los descabezó en el transcurso de una sola hora.

En cierta época la población de Persia superaba los 50 millones. Ésta, en parte, ha desaparecido debido a las gue-rras intestinas, pero sobre todo debido a la falta de un sis-tema adecuado de gobierno y al despotismo y autoridad irrefrenable de los gobernadores provinciales y locales. Con el paso del tiempo, ni siquiera una quinta parte de la pobla-ción ha sobrevivido, pues los gobernadores solían elegir cualquier víctima que les placiera, aunque fuera del todo inocente, para descargar su ira aniquilándola. O bien, por un mero capricho, podían convertir en mascota a un asesi-no convicto. Ni una sola persona podía alzar la voz, puesto que el gobernador ejercía un dominio absoluto. ¿Podemos decir que todo ello estaba en conformidad con la justicia o con las leyes de Dios?

¿Podemos sostener que es contrario a los fundamentos de la fe el animar a la adquisición de artes útiles o del cono-cimiento general, el informarse de las verdades que aportan las ciencias físicas que aprovechan al hombre, el ampliar los alcances de la industria e incrementar los productos del comercio y multiplicar los cauces de riqueza de la nación? ¿Es contrario al culto a Dios el que se establezca la ley y el orden en las ciudades, el que se organicen los distritos ru-rales, el que se reparen las carreteras y se levanten ferroca-rriles, el hecho de que se habilite el transporte y desplaza-mientos y de esa manera aumenten el bienestar público? ¿Sería incongruente con las prohibiciones y mandamientos divinos el que explotásemos las minas abandonadas, que son la mayor fuente de riqueza de la nación, así como el que construyéramos fábricas, con las que el pueblo entero se granjea comodidad, seguridad y abundancia, o el que estimuláramos la creación de nuevas industrias y promo-viéramos la mejora de nuestros productos domésticos?

¡Por el Todoglorioso! Me aturde descubrir el gran velo que entorpece sus ojos, y cómo los ciega incluso a necesida-des tan obvias como éstas. De lo que no cabe ninguna duda es de que a los argumentos y pruebas concluyentes de esta suerte responderán, movidos por mil perjuicios y reservas ocultas, como sigue: "En el Día del Juicio, cuando los hom-bres comparezcan ante el Señor, no se les preguntará por su educación y grado de cultura, antes bien se les preguntará por sus buenas obras". Convengamos en ello y asúmase que el hombre no será interrogado sobre su cultura ni educa-ción; aun así, en aquel gran Día de las Cuentas ¿no serán llamados los dirigentes a rendirlas? ¿O no se les dirán pala-bras como las que siguen?: "¡Oh jefes y caudillos! ¿Por qué habéis hecho que esta gran nación caiga de las alturas de su pasada gloria, que haya abandonado su puesto en el cora-zón y centro del mundo civilizado? Erais muy capaces de adoptar medidas que hubieran contribuido a la mayor honra de este pueblo. No habéis obrado así, e incluso fuis-teis más lejos privándolo de los beneficios comunes a dis-posición de todos. ¿Acaso este pueblo no brilló una vez cual estrella de un cielo auspicioso? ¿Cómo es, pues, que os ha-béis atrevido a sofocar su luz trocándola por la oscuridad? Pudisteis haber prendido la lámpara de la gloria temporal y eterna, ¿por qué fracasasteis en esforzaros de todo corazón en este empeño? Más aún, cuando por la gracia de Dios ha-bía una Luz que flameaba su fulgor, ¿por qué no le procu-rasteis el abrigo del cristal de vuestro valor, para resguar-darla de los vientos que la remecían? ¿Por qué os alzasteis con todo vuestro poderío para extinguirla?".

"Al cuello de cada hombre hemos sujetado su destino: y en el Día de la Resurrección le traeremos un libro que le será entregado abierto de par en par".68

Y otro tanto, ¿hay obra alguna en este mundo que sea más noble que el servicio al bien común? ¿Hay mayor ben-dición concebible para el hombre que el hecho de convertir-se en el promotor de la educación, el desarrollo, la prospe-ridad y el honor de sus prójimos? ¡No, por el Señor Dios! La mayor rectitud de todas consiste en que las almas benditas tomen de la mano a los indefensos y los liberen de su igno-rancia, degradación y pobreza, y con pureza de intención, y sólo por amor a Dios, se alcen y consagren con celo al servi-cio de las masas, olvidando su propio y mundano provecho y trabajando sólo para servir al bien general. "Los prefieren a ellos antes que a sí mismos, aunque la pobreza sea su destino".69 "Los hombres más excelentes son aquellos que sirven al pueblo; los peores de entre los hombres son quie-nes afligen al pueblo".

¡Loado sea Dios! Qué extraordinaria situación es la que se presenta cuando nadie, tras escuchar las pretensiones que se alegan, se pregunta por el motivo real que pueda al-bergar el orador, o qué propósito egoísta pueda ocultar éste bajo la máscara de sus palabras. Veis, por ejemplo, cómo una persona que no busca sino el adelanto de sus propios intereses mezquinos, pone trabas al avance de un pueblo entero. Con tal de traer el agua a su molino, dejará que las granjas y campos de los demás se agosten y esquilmen. Para mantener su propia jefatura, enfilará por siempre a las masas hacia ese prejuicio y fanatismo que subvierten los fundamentos mismos de la civilización.

Tal hombre, al propio tiempo que comete actos que son anatema a los ojos de Dios y son detestados por todos los Profetas y Santos, si ve cómo una persona que acaba de comer limpia sus manos con jabón –artículo éste cuyo in-ventor fue ‘Abdu’lláh Búní, un musulmán–, debido a que el infeliz no restriega sus manos con la parte delantera de su túnica, o la repasa por su barba, monta un escándalo ha-ciendo ver que la ley religiosa ha quedado desterrada, y que los usos y costumbres de las naciones paganas se están instalando entre las nuestras. Haciendo completo caso omiso de su propia malignidad, considera que lo que es causa de limpieza y refinamiento resulta necio y perverso.

¡Oh pueblo de Persia! ¡Abrid vuestros ojos! ¡Prestad atención! Liberaos de este seguimiento ciego de los fanáti-cos, esta imitación insensata que es la razón principal por la que los hombres se descarrían por los caminos de la igno-rancia y degradación. Ved el verdadero estado de cosas. Alzaos. Haceos con medios que os reporten vida, felicidad, grandeza y gloria entre todas las naciones del mundo.

Los vientos de la verdadera primavera soplan sobre vo-sotros; adornaos con los pimpollos, como árboles en el jar-dín perfumado. Las nubes de la primavera fluyen cual arroyo; así pues, reverdeceos y cobrad vigor, como los eter-nos campos perfumados. Destella ya el astro de la aurora, poned los pies en el verdadero sendero. El océano del po-der empieza a erguirse, apresuraos a las playas de la fortu-na y noble intención. El agua pura de la vida anda brotan-do, ¿por qué desperdiciar vuestros días en el desierto de la sed? Apuntad alto, escoged nobles fines. ¿Cuánto tiempo perdurará esta letargia, hasta cuándo esta negligencia? La desesperación, tanto aquí como en el más allá, es todo cuanto habéis de ganar como fruto de la disipación; la abominación y la miseria son todo lo que cosecharéis del fanatismo o de vuestra creencia en los necios e insensatos. Las confirmaciones de Dios os amparan, el socorro de Dios está a la mano: ¿Por qué no gritáis y estáis exultantes de todo corazón, y os esforzáis con toda vuestra alma?

Entre los asuntos que requieren revisión y reforma com-pletas se halla el método de estudiar las diversas ramas del conocimiento y organización del currículum académico. De-bido a la falta de organización, la educación se ha convertido en algo azaroso y confuso. Temas triviales que no debieran requerir mayor tratamiento reciben una atención indebida; hasta tal punto que los estudiantes desperdician su mente y energía durante largos períodos dedicados a asuntos que son meras cábalas, en modo alguno susceptibles de prueba; estu-dios que consisten en profundizar en afirmaciones y conceptos que un examen cuidadoso reputaría ya no de im-probables, sino de pura superchería, resultado de la investi-gación de conceptos inútiles y de la persecución de absurdos. No cabe duda alguna de que ocuparse con tales ilusiones, examinar con pormenor y debatir por extenso tales pro-puestas ociosas no es otra cosa que una pérdida de tiempo y un echar a perder los días de la propia vida. No sólo esto, sino que además impide que la persona emprenda el estudio de las artes y ciencias de que tan necesitada está la sociedad. Antes de abordar el estudio de cualquier materia, la persona debería preguntarse cuál ha de ser su utilidad y qué fruto o resultados se obtendrán del intento. Si se trata de una rama útil del conocimiento, esto es, si ha de reportar beneficios im-portantes a la sociedad, entonces debería dedicarse a ella con todo su corazón. De lo contrario, si sólo consiste en debates vacíos y sin provecho y en una vana concatenación de imagi-naciones que no conducen a resultado alguno salvo la mordacidad, ¿por qué consagrar la propia vida a tales inúti-les filigranas y disputas?

Dado que este asunto requiere mayores aclaraciones y una atención cumplida, a fin de que pueda quedar com-pletamente probado que algunas de las disciplinas que hoy se descuidan revisten un valor extraordinario, mientras que a la nación no le apura necesidad alguna de otros estudios varios y superfluos, dicha cuestión será abordada, Dios mediante, en un segundo volumen. Nuestra esperanza es que la lectura de este primer volumen produzca cambios fundamentales en el pensamiento y proceder de la socie-dad. Hemos acometido la empresa con propósito sincero y enteramente por amor a Dios. Aunque en este mundo las personas que son capaces de distinguir entre intenciones sinceras y falsas palabras son tan raras como la piedra filo-sofal, sin embargo depositamos nuestra esperanza en las inmensurables mercedes del Señor.

Resumiendo: Por lo que respecta a la facción que sostiene que al efectuar las reformas necesarias debemos actuar con resolución, ejercitar la paciencia y lograr los objetivos cada uno a su tiempo, ¿qué es lo que se quiere significar con ello? Si por deliberación se refieren a esa circunspección que la ciencia del gobierno requiere, su pensamiento resulta apro-piado y oportuno. Es cierto que las empresas de importancia no pueden llevarse a un final feliz de forma apresurada, y que en tales casos las prisas sólo conducen a la ruina.

El mundo de la política es como el mundo del hombre; al principio es él una semilla que ha de transitar, gradual-mente, por la condición de embrión y feto, adquiriendo de paso su estructura ósea, su revestimiento de carne, hasta adoptar su propia forma particular y alcanzar, finalmente, el plano en el que se verifican con pormenor las palabras "el más excelente de los Hacedores".70 Así como lo dicho es un requisito de la creación y está basado en la sabiduría uni-versal, del mismo modo el mundo político no puede desa-rrollarse instantáneamente desde el nadir de lo defectuoso hasta el cenit de la rectitud y perfección. Antes bien, las personas cualificadas deben esforzarse día y noche, y valer-se de todas las vías de progreso a su alcance, hasta que el Gobierno y el pueblo se desarrollen en todos los sentidos, de día en día, incluso de momento a momento.

Cuando, a través de las bendiciones divinas, aparezcan tres cosas en la tierra, este mundo polvoriento quedará ma-ravillosamente adornado y lleno de gracia. Son éstas en primer lugar, los vientos fecundos de la primavera; en se-gundo lugar, la plenitud desbordante de las nubes prima-verales; y en tercer lugar, el calor de un sol brillante. Cuando, por mor de la infinita bondad de Dios, estos tres elementos hayan sido dispensados, entonces, paulatina-mente y por Su gracia, las ramas y los árboles secos se vol-verán una vez más tiernos y verdes, y se adornarán con toda una variedad de frutos y capullos. Otro tanto ocurre cuando se conjugan las intenciones puras y la justicia de gobernante, la sabiduría y consumada destreza y dotes de gobierno de las autoridades al mando, y la determinación y esfuerzos ilimitados del pueblo. Entonces se han de volver claramente manifiestos, con cada días que pase, los efectos del progreso, de las reformas de grandes vuelos, de la honra y prosperidad del Gobierno y del pueblo por igual.

Sin embargo, si, por retraso o aplazamiento, se refieren a que en cada generación sólo una minúscula porción de las reformas necesarias han de ser atendidas, eso no es sino le-targia e inercia, y no habrá resultados de tales medidas, ex-cepto la repetición inagotable de palabras ociosas. Por más que el apresuramiento es dañino, la inercia y la indolencia resultan mil veces peor. El camino de en medio es preferi-ble, tal como está escrito: "Os incumbe hacer el bien entre dos males", refiriéndose al medio entre dos extremos. "Y no dejéis que vuestra mano se agarre a vuestro cuello; ni la abráis del todo (…) sino seguid entre ambos el camino de en medio".71

El requisito primario y más urgente es la promoción de la educación. Resulta inconcebible que pueda nación alguna lograr la prosperidad y triunfar sin que haya adelanto en este capítulo fundamental y primordial. La razón principal del declive y caída de los pueblos es la ignorancia. Hoy día, las masas entre las gentes se encuentran desinformadas respecto de los asuntos ordinarios, con más razón por lo que toca a la esencia de los problemas importantes y de las necesidades complejas de la hora.

Por tanto, es urgente que se publiquen artículos y libros beneficiosos, en los que se establezca de forma clara y con-cluyente cuáles son los requisitos actuales del pueblo y qué es lo que conducirá a la felicidad y avance de la sociedad. Tales obras deberían ser publicadas y distribuidas por la nación, de modo que al menos los dirigentes del pueblo despierten en alguna medida y se alcen a ejercitarse a tono con lo que habrá de reportarle honor eterno. La publicación de pensamientos elevados es el poder dinámico en las arte-rias de la vida; es el alma misma del mundo. Los pensa-mientos son un mar sin límites, y los variables efectos y condiciones de la existencia son como las formas separadas y límites individuales de las olas; hasta que el mar no se en-crespe, no se levantarán las olas para esparcir sus perlas de conocimiento en las playas de la vida.

Tú, hermano, eres tan sólo pensamiento;
El resto no es sino carne y hueso.72

La opinión pública debe dirigirse hacia todo cuanto sea digno de este día, y ello es imposible excepto mediante el empleo de argumentos adecuados y la presentación de pruebas claras, exhaustivas y concluyentes. Pues las masas desamparadas nada saben del mundo, y aunque no cabe duda de que ansían y buscan procurarse su propia felici-dad, sin embargo la ignorancia, cual pesado velo, les aparta de este propósito.

Observad hasta qué punto la falta de educación debilita y degrada al pueblo. Hoy día (1875), desde el punto de vista de la población, la nación más grande del mundo es China, con sus cerca de 400 millones de habitantes. En este sentido, su Gobierno debería ser el más distinguido de la tierra, y su pueblo el más aclamado. Y, sin embargo, al contrario, debido a su falta de educación y de civilización cultural y material, es la más débil y más desamparada de entre todas las naciones endebles. No hace mucho, un pe-queño contingente de tropas inglesas y francesas libraron batalla contra China y derrotaron a dicho país de forma tan decisiva que ocuparon la capital, Pekín. De haber estado el Gobierno chino y su pueblo al tanto de las ciencias avanza-das de la actualidad, de haber estado capacitados en las ar-tes de la civilización, entonces, por más que todas las na-ciones de la tierra se hubieran alzado contra ellos, el ataque habría fracasado y los atacantes habrían regresado derrota-dos a su punto de partida.

Tanto más extraño incluso que este episodio es el hecho de que el Gobierno de Japón estuviera en sus principios sometido a la protección de China, y que en la actualidad, y desde hace años, haya abierto sus ojos y adaptado las técni-cas del progreso y civilización contemporáneas, promo-viendo las ciencias e industrias que son de utilidad general y trabajando al máximo de su poder y competencia hasta que la opinión pública ha puesto sus miras en la reforma. Al mismo tiempo, este Gobierno ha progresado a tal punto que, aunque su población es tan sólo una sexta parte, o acaso una décima parte de la de China, recientemente ha retado al Gobierno de este país, al extremo de que China ha sido forzada finalmente a plegarse a sus condiciones. Ob-servad cuidadosamente cómo la educación y las artes de la civilización aportan honor, prosperidad, independencia y libertad al Gobierno y a su pueblo.

Por otro lado, es una necesidad vital establecer escuelas por toda Persia, incluso en los pueblecitos y aldeas más pe-queñas, y animar al pueblo de todas las formas concebibles a que sus hijos aprendan a leer y escribir. Si es necesario, la educación debería hacerse incluso obligatoria. Hasta que los nervios y arterias de la nación no se agiten con vida, todo paso acometido resultará vano; pues el pueblo es como el cuerpo humano, en tanto que la determinación y la voluntad de esforzarse son como el alma: un cuerpo ináni-me no se mueve. Este poder dinámico está presente en grado superlativo en la naturaleza misma del pueblo persa, y el desarrollo de la educación ha de liberarlo.

En cuanto a esos elementos que creen que no es necesa-rio ni apropiado recibir prestados los principios de la civili-zación, o los fundamentos del progreso que han de llevar hacia mayores alturas de felicidad social en el mundo mate-rial, o leyes que procuren reformas completas, o métodos que amplíen los alcances de la cultura, esos elementos que creen que es mucho más a propósito para Persia y los per-sas reflexionar sobre la situación y acto seguido crear sus propias técnicas de progreso, es seguro que si la inteligencia vigorosa y la habilidad superior de los grandes de la na-ción, y la energía y resolución de los hombres más eminen-tes de la corte imperial, y los esfuerzos decididos de quie-nes tienen conocimiento y la capacidad y están bien versa-dos en las grandes leyes de la vida política; si todos éstos se combinasen y pusieran el mayor empeño y examinasen y reflexionasen con todo detalle en torno a los principales asuntos de actualidad, es del todo probable que, debido a los planes efectivos que desarrollarían, algunas situaciones experimentarían una reforma completa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se verían con todo obligados a imitar; puesto que, a lo largo de numerosos siglos, han sido cientos de miles las personas que han dedicado toda su vida a so-meter estas cuestiones a prueba hasta estar en condiciones de efectuar tales avances sustanciales. Si todo ello diera en ignorarse y se hicieran esfuerzos por recrearse aquellos mismos medios en nuestro propio país y a nuestra manera, para con ello obtener el deseado avance, deberían transcu-rrir muchas generaciones, y aun así la meta todavía no se habría alcanzado. Por ejemplo, observad que en otros paí-ses hubieron de perseverar durante largo tiempo hasta des-cubrir, al fin, el poder del vapor y, valiéndose de él, facul-tarse para ejecutar labores pesadas que otrora desbordaban la fuerza del hombre. ¡Cuántos siglos habrán de transcurrir si abandonamos el uso de tal poder y, en su ausencia, apu-ramos nuestro nervio todo en inventar un sustituto! Por consiguiente, es preferible seguir valiéndonos del vapor y al mismo tiempo examinar de continuo la posibilidad de que exista una fuerza aún mayor. Bajo idéntica luz deberían examinarse los demás avances tecnológicos, ciencias, artes y procedimientos políticos de probada utilidad, esto es, los procedimientos que, durante épocas, han sido puestos re-petidamente a prueba y cuyos usos y ventajas han redun-dado demostradamente en la gloria y grandeza del Estado, así como en el bienestar y progreso del pueblo. En el su-puesto de que todo ello fuese abandonado, sin razón válida aparente, a fin de que fueran ensayados otros métodos de reforma, para cuando tales reformas pudieran tener lugar y sus ventajas quedasen demostradas, habrían transcurrido muchos años y muchas vidas. Entretanto, "aun así todavía estamos al cabo de la primera vuelta del camino".73

La superioridad del presente con relación al pasado con-siste en esto, a saber: en que el presente puede servirse y adoptar como modelo numerosas cosas ya vistas y proba-das cuyos grandes beneficios hayan quedado demostrados en el pasado; y también en que puede llevar a cabo sus propios descubrimientos y, mediante ellos, acrecentar su valioso legado. Es claro, pues, que los logros y experiencias del pasado son conocidos y están al alcance de la época presente, mientras que los descubrimientos propios de la etapa actual eran desconocidos entonces. Lo cual presupone que la generación actual se compone de personas capaces; de no ser así, ¡cuántas generaciones sucesivas habrían care-cido incluso de una gota del océano ilimitado del conoci-miento que poseían sus antepasados!

Reflexionad un instante: supongamos que, mediante el poder de Dios, ciertas personas hacen acto de presencia en la tierra. Obviamente, precisarán numerosas cosas a fin de que su dignidad humana, felicidad y comodidad queden satisfechas. Ahora bien, ¿les sería más llevadero adquirir todo ello de sus contemporáneos, o bien deberían, con cada generación subsiguiente, limitarse a no tomar nada presta-do y, en vez de tal, crear por cuenta propia cuantos méto-dos sean necesarios para su existencia humana?

Si alguien sostuviese que dichas leyes, principios y fun-damentos del progreso propios de las más elevadas cumbres de una sociedad completamente desarrollada, que son co-munes a otros países, no convienen a la condición y necesi-dades tradicionales del pueblo persa, y que por este motivo es necesario que, dentro de Irán, los planificadores de la na-ción se esfuercen al máximo por efectuar reformas ajustadas a Persia, dejemos que sean ellos quienes primero expliquen qué daño se derivaría de las importaciones extranjeras.

Si el país empezara a edificarse, los caminos fuesen repa-rados, mejorase de varias maneras la suerte de los desampa-rados, se rehabilitasen los pobres, emprendieran las masas el sendero del progreso, se incrementasen los cauces de la ri-queza pública, ampliase sus horizontes la educación, se or-ganizase debidamente el Gobierno, y el libre ejercicio de los derechos del hombre y la seguridad de su persona y propie-dad, su dignidad y buen nombre quedasen garantizados, ¿entraría todo esto en contradicción con el carácter del pue-blo persa? Ya se ha demostrado que cualquier cosa que con-traríe dichas medidas resulta perjudicial sea cual sea el país de que se trate, indistintamente de dónde se sitúe.

Tamañas supersticiones son en su totalidad producto de la falta de sabiduría y comprensión, así como de la insufi-ciencia de análisis y observaciones. A decir verdad, la ma-yoría de los reaccionarios y aplazadores simplemente ocultan sus propios intereses egoístas bajo una cortina de palabras ociosas, y confunden la conciencia de las masas indefensas con afirmaciones públicas que no guardan rela-ción con sus objetivos bien ocultos.

¡Oh pueblo de Persia! El corazón es un fideicomiso; lim-piadlo de la mancha del amor egoísta, adornadlo con la co-rona de la intención pura, hasta que el honor sagrado y la grandeza permanente de esta ilustre nación puedan brillar como una verdadera aurora en un cielo auspicioso. Este pu-ñado de días sobre la tierra se desvanecerán como las sombras para dejar de ser. Así pues, esforzaos para que Dios derrame sobre vosotros Su gracia, y podáis dejar un grato re-cuerdo en los corazones y labios de quienes han de venir. "Y concede que se hable de mí con honra por la posteridad".74

Feliz sea el alma que olvida su propio bien y que, al modo de los escogidos de Dios, compite con sus congéneres en el servicio al bien de todos; hasta que, fortalecida por las bendi-ciones y confirmaciones perpetuas de Dios, se vea facultada para alzar a esta poderosa nación hasta aquellos antiguos pi-náculos de gloria y restaurar a esta marchita tierra a una vida serena, y que, cual primavera espiritual, adorne esos árboles que son las vidas de los hombres con las hojas, los capullos y frutos tiernos de un júbilo consagrado.


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